El rey David fue el rey
más grande de Israel, pueblo que alcanzó durante su reinado su mayor apogeo
geopolítico. Pero conviene saber que toda gran hazaña tiene un inicio. Cuando
tan sólo era un muchacho, David vence al gran guerrero filisteo Goliat, quien
tenía atemorizado a todo el ejército de Israel. David le venció tan sólo armado
de una honda y cinco piedras (símbolo de los cinco libros de la Toráh: el camino guía del Señor, la Ley
santa de Dios). Pero, ¿de dónde le vino a David esta gran confianza? Esta
confianza le vino de haber tenido aquello que se suele llamar ‘experiencia de
Dios’, incluso siendo sólo un niño. En efecto, al escuchar David a Goliat
humillar desafiante al ejército de Israel, dijo: “¿Quién se cree este incircunciso para insultar al pueblo elegido de
Dios?” (1Sm 17, 26). Lo que
indigna a David no es tanto que hayan insultado a su pueblo en sí, sino que al
ser este pueblo propiedad de Dios, insultaban a Dios. Quien defiende a Dios,
Dios lo defiende a él (Cf. Mt 10, 32). Pero sucedió que al no creerlo capaz su
propia gente, incluso el rey Saúl, se negaban a que vaya a pelear con el
gigante Goliat. Ante esto David apelará, como se dijo líneas arriba, a pruebas
concretas donde Dios ya había estado con él: “Cuando un oso o un león arrebataba una de mis ovejas, yo se la
arrancaba de la boca” (1Sm 17, 34ss).
Estas mismas pruebas de
su poder quiere darle Dios a todo joven que se ponga de su lado y salga fiado
en su Nombre a arrebatarle una oveja (tal vez un drogadicto, un violador, etc.)
de las fauces de Satanás, quien como león rugiente anda buscando a quien devorar
(Cf. 1Pe 5, 8s). La fuerza de David se llama fe: “Yahvé, que me ha librado de las garras del león y del oso, me librará
de la mano de ese filisteo” (1Sm 17, 37). La fe no es un salto al vacío, es
el reconocimiento del poder de Dios a lo largo de todas las vivencias de
nuestra historia, de tal manera que en cada vicisitud nueva, miremos hacia
atrás y digamos: “Dios, que me ayudó en tal o cual acontecimiento, me ayudará
ahora.” Esto se llama fe.
David derribó a Goliat
con una honda. Una piedra se incrustó en la frente del filisteo. Esta roca es
Cristo y si permanecemos unidos a él seremos capaces de derribar a cuanto demonio
se nos cruce por el camino. David hace recordar a todo joven, a todos nosotros,
que como dice el salmo: “No se salva el
rey por su gran ejército, ni el guerrero escapa por su enorme fuerza. Vana cosa
es el caballo para la victoria, ni con todo su vigor puede salvar.” (Cf.
Sal 32, 16s), sino que vence el que pone toda su confianza en el Señor, porque
como sigue diciendo el salmo en mención: “Los
ojos del Señor están sobre sus adeptos, sobre los que esperan en su amor, para
librar su vida de la muerte y mantenerlos en tiempo de penuria […] Que tu amor, Señor, nos acompañe, tal como
lo esperamos de ti.”