lunes, 29 de abril de 2013

¿Las relaciones prematrimoniales son pecado?

Una de las pocas referencias que hace la Biblia acerca de las relaciones prematrimoniales, es la que menciona San Pablo acerca de que aquel que no soporte los deseos carnales, debe unirse a una mujer ¿esto no va en contra del amor? ¿Acaso no es más pecado juntarse con una mujer por el puro deseo de tener relaciones, que tenerlas con mi conviviente por amor?

Es una muy buena pregunta, aunque en principio no son correctas las premisas que se toman como verdaderas para luego formular la cuestión directa. San Pablo no se refirió nunca a “relaciones prematrimoniales” ya que tenía claro que eso era “fornicación”, pecado que denunció no en una sino en muchas ocasiones. Dice el Apóstol mencionado: “Todo me es lícito; mas no todo me conviene. “Todo me es lícito” mas ¡no me dejaré  dominar por nada!” (1Co 6, 12) Si San Pablo hubiese dicho “que aquel que no soporte los deseos carnales” se estaría contradiciendo toda vez que dice “¡no me dejaré dominar por nada!”
En el versículo siguiente, en la misma carta, dirá San Pablo: “Pero el cuerpo no es para la fornicación, sino para el Señor, y el Señor para el cuerpo”. Y luego dice: “¡Huid de la fornicación! Todo pecado que comete el hombre queda fuera de su cuerpo; mas el que fornica, peca contra su propio cuerpo.” Para comprender mejor a San Pablo veamos el contexto en que escribió la carta, como por ejemplo hacia quién fue dirigida: la comunidad de Corinto. Corinto era un puerto griego, el cual como todo puerto, está rodeado de comercio lícito, pero sobretodo el ilícito, prostitución, libertinaje, etc. Para los que en Corinto no daban al cuerpo ningún valor permanente, todas las acciones corporales eran moralmente irrelevantes. A pesar de esto, el Apóstol no se queda callado: la Verdad es independiente del tiempo, contexto histórico, cultura, espacio geográfico, etc. La verdad sobre el hombre, su alma y su cuerpo es universal. Por eso no temerá San Pablo en anunciar a Jesucristo cuando dice: “¿O no sabéis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, que está en vosotros y habéis recibido de Dios, y que no os pertenecéis? ¡Habéis sido bien comprados! Glorificad, por tanto, a Dios en vuestro cuerpo.” (1Co 6, 19s) Vemos por tanto que no tiene ningún sentido que Pablo se pronuncie a favor de las relaciones sexuales prematrimoniales, al contrario, está totalmente en contra al llamarlas como lo que son, sin titubeos, ni medias tintas, ya que al pecado se le llama por su nombre, en este caso: fornicación.
Hemos comentado hasta aquí la premisa – errónea por cierto- de la pregunta. Comentemos ahora la cuestión de fondo de la pregunta planteada. Dice el Apóstol San Pablo: “En cuanto a lo que me habéis escrito, bien le está al hombre abstenerse de mujer. No obstante, por razón de la incontinencia, tenga cada hombre su mujer, y cada mujer su marido. Que el marido cumpla su deber con la mujer, de igual modo que la mujer con su marido. No disponen la mujer de su cuerpo, sino el marido. Igualmente, el marido no dispone de su cuerpo, sino la mujer” (1Co 7, 1-4)  Aquí el Apóstol hace referencia a las dos vocaciones que llevan al hombre a la santidad, el celibato y el matrimonio. El último texto más que un consejo a los que no han recibido la vocación del celibato es una invitación a los casados a vivir del matrimonio en el correcto sentido de la unión sexual, ser un acto “unitivo” y “pro creativo”. Esta dimensión de “comunión” entre el hombre y la mujer ciertamente se perdió para siempre con el pecado del hombre; y, es por ello que sólo la gracia de Dios- conseguida por la virtud de la sangre redentora de Cristo y recibida como fuerza eficaz en el sacramento del matrimonio – puede hacer que el hombre y la mujer vivan en la dimensión del “don”, de la “entrega” y no de la “cosificación” del uno para con el otro, cosa que sin dicha gracia tal consecuencia es inevitable e inherente a la condición humana. Es por ello que no se puede hablar de entrega por amor fuera del matrimonio - sea éste cristiano o en otra fe en la que crea el hombre con “sinceridad de corazón” – ya que sólo habría un usar al “otro” en función “mía” para satisfacer mi apetito sexual más como semejanza de la “animalidad” que como semejanza de la divinidad; sería un “servirme de” y no un “entregarme a”
Sólo la gracia del matrimonio eleva al hombre y a la mujer a un grado más alto que el de la condición del “principio”, en donde gracias a su diferenciación sexual – en donde residía justamente su semejanza con el creador- es que eran complemento perfecto el uno del otro, y era en la entrega de los cuerpos en que se daba el fruto de la donación concibiendo un nuevo ser, convirtiéndose así en imagen perfecta de la Trinidad Santa, donde el Padre es todo el amor entregado y el Hijo todo el amor recibido y el Espíritu Santo, el fruto de tan inefable entrega.

¿Porque existen tantos sacerdotes pederastas? ¿Cómo puede un sacerdote sentir excitación por un niño si supuestamente vive en gracia?

Es una buena pregunta, pero tal vez apunta a un ámbito muy reducido de los hombres (varones y mujeres). Existen no sólo sacerdotes pederastas sino también médicos, abogados, ingenieros, gente sin profesión, de toda índole, de toda raza, de toda religión, de toda condición social, solteros, casados, etc. El tema es mucho más amplio, complejo y penoso.
Definitivamente que la pederastia es un desorden humano en todo el significado de esta palabra; es decir, físico, psíquico, emocional y espiritual. Un pederasta es una persona enferma en todo el sentido que esto implica. Las razones de esta enfermedad escapan al sentido de esta pregunta -pero cabe decir que se encuentran en la historia de cada persona-; lo diferente tal vez aquí sería abordar el aspecto espiritual. Al igual que algunas enfermedades (somáticas) tienen su origen a veces en un pecado –que afecta a toda la “persona”- también la cura debería implicar, por tanto, la ayuda de la gracia, en la cual, nadie está confirmado y en la que hoy en día se cree muy poco.
Lo último del párrafo anterior es sumamente importante y va relacionado a la segunda parte de la pregunta. Nadie está confirmado en gracia, ningún hombre, y un presbítero antes que eso es un hombre como cualquiera. La gracia la pierde todo hombre al caer en cualquier pecado mortal. Es por eso que la vida cristiana ha de ser vivida “con temor y temblor” suplicando a Dios que sea Él quien nos asista con su gracia en todas nuestras acciones y así poder resistir al mal. Un sacerdote, por tanto, que cae en este pecado, es un hombre que, o no se dejó “curar” estas heridas en su historia o es alguien que hace mucho tiempo perdió la intimidad con el Señor como el centro de su vida y con la Iglesia como la Esposa a quien se entrega.
Definitivamente que la pederastia es un hecho condenable desde todo punto de vista, por eso que hasta la ley humana lo sanciona drásticamente. ¿Pero estas sanciones curan realmente a la persona? ¿El daño es realmente cortado de raíz con la cadena perpetua o la pena de muerte? ¿Se puede detener el mal con el mal? ¿La venganza sacia realmente el ansia de felicidad que está inscrita en el corazón de toda persona? Si esto fuera así, hace mucho que este mal habría desaparecido. Pero siguen los casos, siguen las violaciones, los asesinatos por venganza, se siguen llenando las cárceles, se siguen matando personas aplicando una supuesta “justicia”. Pero lo cierto es que el mal permanece y hasta incluso aumenta.
La Ley Divina va mucho más allá que la ley humana. Dios es misericordia y lo único que quiere siempre es salvar al hombre, a todos los hombres. Es por ello, que siempre que se dan estos casos –con sacerdotes-, lo primero que hace la Iglesia es aplicar lo que estipula el Derecho Canónico, el cual tiene como fin primero y supremo la salvación del hombre. A veces hay que suspender temporal o definitivamente al presbítero de sus funciones, no como castigo sino mirando justamente su salvación. “A quién más se le dio, más se le pedirá.”  Para Dios no será lo mismo juzgar a un presbítero que a un laico. Dependerá mucho de si la persona se deja ayudar o no. Y Dios tiene el poder para curar a cualquier persona de este mal o de cualquier otro. Para Dios nada es imposible.
La raíz de este mal es muy profunda. Está en la sexualidad humana vivida no según la imagen divina según su origen sino vivida más bien del lado de la animalidad. Este “cosificar” al otro para satisfacer egoístamente los propios apetitos es el que destruye a la persona, destruye hogares, familias, destruye a todo hombre. La sexualidad humana es un don de Dios para la “entrega”, para la donación al otro. Ciertamente que esta capacidad de entrega a imagen de las Personas Divinas se perdió con el pecado de los orígenes, pero fue restituida por la muerte y resurrección de Jesucristo que vino a salvar a todos los hombres y a devolverles la comunión con El. Esta capacidad de entrega es restituida por la gracia de Jesucristo que se materializa en el sacramento del matrimonio que es el ámbito en donde se desarrolla – o debería realizarse la sexualidad humana a plenitud y como medio de santificación-.
La única forma de detener el mal es con la fuerza del bien. Sólo el perdón detiene toda esta secuela de males, devuelve la paz interior al alma humana y reconcilia a cualquier persona con su historia. Este perdón es imposible de realizarse en las fuerzas humanas, es definitivamente un don divino, el cual como tal es gratuito. Dios concede el perdón y la capacidad de perdonar al que se lo pide, su esencia es la misericordia la cual es la única que regenera al hombre y lo hace nuevo. Es por la virtud de la redención conseguida por la muerte y resurrección de Jesucristo que esto es posible. Sólo Cristo vino a mostrarnos lo que es realmente ser hombre a imagen y semejanza de Dios.
Oremos no sólo por los sacerdotes sino por cualquier persona que sufra de este mal para que Dios por su infinita misericordia perdone y cure a estas personas. Oremos por todas las víctimas de estas personas para que sea Dios quien los reconcilie con su historia que siempre será de salvación, que les conceda la capacidad de perdonar y hacerlos así verdaderamente libres y como a Job en virtud de su sufrimiento inocente les restituya la dignidad de personas a su imagen y semejanza;  y les conceda el bien eterno por el cual permitió que sucedan estos males temporales.

¿Por qué el aborto o la fecundación in vitro es inmoral?

La maternidad hace que tengamos que tocar aunque sea sólo someramente el tema de la anti-maternidad que se manifiesta en los actos del aborto por un extremo y por el otro, con el tema de la concepción del hijo “a toda costa” a través de los métodos artificiales como la unión de las células reproductivas “in vitro”.[1] La justificación que se suele escuchar es: “Yo tengo “derecho” a hacer con mi vida y con mi cuerpo lo que quiera”. Para empezar, la vida no es un derecho sino un don, siempre será algo “dado”, algo “recibido”. Nosotros no decidimos nunca nacer, pasamos del “no ser” al “ser” en un instante sin ninguna participación nuestra. Para entender esto no hay que ser creyente, basta la filosofía para darse cuenta que el ser humano es un ser “relacional”, si no hay “otro” a su lado, simplemente se muere. El ser humano, a diferencia incluso de muchos animales, en el momento de nacer, es un ser total y radicalmente indigente. Hubo alguien que nos abrigó, nos bañó, nos curó, nos alimentó, nos cogió de la mano para caminar, nos protegió en el peligro, etc. Es irracional por tanto decir que yo tengo derecho sobre una vida que nunca me di, o con un cuerpo que tengo gracias a que otro me lo cuidó. La vida es un don de Dios, es él quien la da, él quien la quita.
La ley natural inscrita en el corazón del hombre es el fundamento de la unión entre un hombre y una mujer, cuyo fin es a la vez unitivo y procreativo. La historia nos ha mostrado que las naciones más fuertes son aquellas en las que sus sociedades han dado cabida a la apertura a la vida. Sólo en las sociedades en donde se defiende la vida desde su concepción hasta su deceso natural se vislumbra un futuro con esperanza y con un desarrollo humano integral y sostenido. Esta no es una concepción dogmática, fundamentalista ni mucho menos religiosa. Aristóteles, ya en el s. IV a.C., decía que todo aquello que tiene movimiento por sí mismo es un ser “vivo”. En el caso de la unión de dos células, masculina y femenina, estamos hablando, por tanto, de vida humana. Por consiguiente, el aborto se muestra como un acto intrínsecamente inmoral y las leyes deberán ser encaminadas, dado ello, a defender la vida y no a destruirla. Esta verdad, como dijimos, no sólo viene de la revelación sino del orden de la naturaleza. Una afirmación aceptada por consenso mayoritario o incluso unánime no es necesariamente verdadera. La verdad es objetiva y trasciende al hombre,  por lo que está en su espíritu la sed natural de su búsqueda, la cual lo revela como radicalmente distinto de los “animalia”.
A pesar de todas las aberraciones en contra de esta verdad, la Iglesia como defensora del hombre y de la vida siempre estará al lado de la mujer para llevarla por el camino de la verdad y para ayudarla si es que ha caído en el aborto, en la anticoncepción, etc., a salir del abismo de la tristeza que todo ello le produce, ya que, por ejemplo en el caso del aborto, podrá sacar al niño de su vientre pero nunca de su mente ni de su corazón.


[1] Sobre la moralidad de la fecundación artificial la bibliografía es extensa pero me he basado en: Emiliano Jiménez,  Bioética”, (J.M.Caparrós), Madrid, 1991