Una de las pocas referencias que hace la Biblia acerca de las relaciones prematrimoniales, es la que menciona San Pablo acerca de que aquel que no soporte los deseos carnales, debe unirse a una mujer ¿esto no va en contra del amor? ¿Acaso no es más pecado juntarse con una mujer por el puro deseo de tener relaciones, que tenerlas con mi conviviente por amor?
Es una muy buena pregunta, aunque en principio no son correctas las premisas que se toman como verdaderas para luego formular la cuestión directa. San Pablo no se refirió nunca a “relaciones prematrimoniales” ya que tenía claro que eso era “fornicación”, pecado que denunció no en una sino en muchas ocasiones. Dice el Apóstol mencionado: “Todo me es lícito; mas no todo me conviene. “Todo me es lícito” mas ¡no me dejaré dominar por nada!” (1Co 6, 12) Si San Pablo hubiese dicho “que aquel que no soporte los deseos carnales” se estaría contradiciendo toda vez que dice “¡no me dejaré dominar por nada!”
En el versículo siguiente, en la misma carta, dirá San Pablo: “Pero el cuerpo no es para la fornicación, sino para el Señor, y el Señor para el cuerpo”. Y luego dice: “¡Huid de la fornicación! Todo pecado que comete el hombre queda fuera de su cuerpo; mas el que fornica, peca contra su propio cuerpo.” Para comprender mejor a San Pablo veamos el contexto en que escribió la carta, como por ejemplo hacia quién fue dirigida: la comunidad de Corinto. Corinto era un puerto griego, el cual como todo puerto, está rodeado de comercio lícito, pero sobretodo el ilícito, prostitución, libertinaje, etc. Para los que en Corinto no daban al cuerpo ningún valor permanente, todas las acciones corporales eran moralmente irrelevantes. A pesar de esto, el Apóstol no se queda callado: la Verdad es independiente del tiempo, contexto histórico, cultura, espacio geográfico, etc. La verdad sobre el hombre, su alma y su cuerpo es universal. Por eso no temerá San Pablo en anunciar a Jesucristo cuando dice: “¿O no sabéis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, que está en vosotros y habéis recibido de Dios, y que no os pertenecéis? ¡Habéis sido bien comprados! Glorificad, por tanto, a Dios en vuestro cuerpo.” (1Co 6, 19s) Vemos por tanto que no tiene ningún sentido que Pablo se pronuncie a favor de las relaciones sexuales prematrimoniales, al contrario, está totalmente en contra al llamarlas como lo que son, sin titubeos, ni medias tintas, ya que al pecado se le llama por su nombre, en este caso: fornicación.
Hemos comentado hasta aquí la premisa – errónea por cierto- de la pregunta. Comentemos ahora la cuestión de fondo de la pregunta planteada. Dice el Apóstol San Pablo: “En cuanto a lo que me habéis escrito, bien le está al hombre abstenerse de mujer. No obstante, por razón de la incontinencia, tenga cada hombre su mujer, y cada mujer su marido. Que el marido cumpla su deber con la mujer, de igual modo que la mujer con su marido. No disponen la mujer de su cuerpo, sino el marido. Igualmente, el marido no dispone de su cuerpo, sino la mujer” (1Co 7, 1-4) Aquí el Apóstol hace referencia a las dos vocaciones que llevan al hombre a la santidad, el celibato y el matrimonio. El último texto más que un consejo a los que no han recibido la vocación del celibato es una invitación a los casados a vivir del matrimonio en el correcto sentido de la unión sexual, ser un acto “unitivo” y “pro creativo”. Esta dimensión de “comunión” entre el hombre y la mujer ciertamente se perdió para siempre con el pecado del hombre; y, es por ello que sólo la gracia de Dios- conseguida por la virtud de la sangre redentora de Cristo y recibida como fuerza eficaz en el sacramento del matrimonio – puede hacer que el hombre y la mujer vivan en la dimensión del “don”, de la “entrega” y no de la “cosificación” del uno para con el otro, cosa que sin dicha gracia tal consecuencia es inevitable e inherente a la condición humana. Es por ello que no se puede hablar de entrega por amor fuera del matrimonio - sea éste cristiano o en otra fe en la que crea el hombre con “sinceridad de corazón” – ya que sólo habría un usar al “otro” en función “mía” para satisfacer mi apetito sexual más como semejanza de la “animalidad” que como semejanza de la divinidad; sería un “servirme de” y no un “entregarme a”
Sólo la gracia del matrimonio eleva al hombre y a la mujer a un grado más alto que el de la condición del “principio”, en donde gracias a su diferenciación sexual – en donde residía justamente su semejanza con el creador- es que eran complemento perfecto el uno del otro, y era en la entrega de los cuerpos en que se daba el fruto de la donación concibiendo un nuevo ser, convirtiéndose así en imagen perfecta de la Trinidad Santa , donde el Padre es todo el amor entregado y el Hijo todo el amor recibido y el Espíritu Santo, el fruto de tan inefable entrega.