lunes, 29 de abril de 2013

¿Porque existen tantos sacerdotes pederastas? ¿Cómo puede un sacerdote sentir excitación por un niño si supuestamente vive en gracia?

Es una buena pregunta, pero tal vez apunta a un ámbito muy reducido de los hombres (varones y mujeres). Existen no sólo sacerdotes pederastas sino también médicos, abogados, ingenieros, gente sin profesión, de toda índole, de toda raza, de toda religión, de toda condición social, solteros, casados, etc. El tema es mucho más amplio, complejo y penoso.
Definitivamente que la pederastia es un desorden humano en todo el significado de esta palabra; es decir, físico, psíquico, emocional y espiritual. Un pederasta es una persona enferma en todo el sentido que esto implica. Las razones de esta enfermedad escapan al sentido de esta pregunta -pero cabe decir que se encuentran en la historia de cada persona-; lo diferente tal vez aquí sería abordar el aspecto espiritual. Al igual que algunas enfermedades (somáticas) tienen su origen a veces en un pecado –que afecta a toda la “persona”- también la cura debería implicar, por tanto, la ayuda de la gracia, en la cual, nadie está confirmado y en la que hoy en día se cree muy poco.
Lo último del párrafo anterior es sumamente importante y va relacionado a la segunda parte de la pregunta. Nadie está confirmado en gracia, ningún hombre, y un presbítero antes que eso es un hombre como cualquiera. La gracia la pierde todo hombre al caer en cualquier pecado mortal. Es por eso que la vida cristiana ha de ser vivida “con temor y temblor” suplicando a Dios que sea Él quien nos asista con su gracia en todas nuestras acciones y así poder resistir al mal. Un sacerdote, por tanto, que cae en este pecado, es un hombre que, o no se dejó “curar” estas heridas en su historia o es alguien que hace mucho tiempo perdió la intimidad con el Señor como el centro de su vida y con la Iglesia como la Esposa a quien se entrega.
Definitivamente que la pederastia es un hecho condenable desde todo punto de vista, por eso que hasta la ley humana lo sanciona drásticamente. ¿Pero estas sanciones curan realmente a la persona? ¿El daño es realmente cortado de raíz con la cadena perpetua o la pena de muerte? ¿Se puede detener el mal con el mal? ¿La venganza sacia realmente el ansia de felicidad que está inscrita en el corazón de toda persona? Si esto fuera así, hace mucho que este mal habría desaparecido. Pero siguen los casos, siguen las violaciones, los asesinatos por venganza, se siguen llenando las cárceles, se siguen matando personas aplicando una supuesta “justicia”. Pero lo cierto es que el mal permanece y hasta incluso aumenta.
La Ley Divina va mucho más allá que la ley humana. Dios es misericordia y lo único que quiere siempre es salvar al hombre, a todos los hombres. Es por ello, que siempre que se dan estos casos –con sacerdotes-, lo primero que hace la Iglesia es aplicar lo que estipula el Derecho Canónico, el cual tiene como fin primero y supremo la salvación del hombre. A veces hay que suspender temporal o definitivamente al presbítero de sus funciones, no como castigo sino mirando justamente su salvación. “A quién más se le dio, más se le pedirá.”  Para Dios no será lo mismo juzgar a un presbítero que a un laico. Dependerá mucho de si la persona se deja ayudar o no. Y Dios tiene el poder para curar a cualquier persona de este mal o de cualquier otro. Para Dios nada es imposible.
La raíz de este mal es muy profunda. Está en la sexualidad humana vivida no según la imagen divina según su origen sino vivida más bien del lado de la animalidad. Este “cosificar” al otro para satisfacer egoístamente los propios apetitos es el que destruye a la persona, destruye hogares, familias, destruye a todo hombre. La sexualidad humana es un don de Dios para la “entrega”, para la donación al otro. Ciertamente que esta capacidad de entrega a imagen de las Personas Divinas se perdió con el pecado de los orígenes, pero fue restituida por la muerte y resurrección de Jesucristo que vino a salvar a todos los hombres y a devolverles la comunión con El. Esta capacidad de entrega es restituida por la gracia de Jesucristo que se materializa en el sacramento del matrimonio que es el ámbito en donde se desarrolla – o debería realizarse la sexualidad humana a plenitud y como medio de santificación-.
La única forma de detener el mal es con la fuerza del bien. Sólo el perdón detiene toda esta secuela de males, devuelve la paz interior al alma humana y reconcilia a cualquier persona con su historia. Este perdón es imposible de realizarse en las fuerzas humanas, es definitivamente un don divino, el cual como tal es gratuito. Dios concede el perdón y la capacidad de perdonar al que se lo pide, su esencia es la misericordia la cual es la única que regenera al hombre y lo hace nuevo. Es por la virtud de la redención conseguida por la muerte y resurrección de Jesucristo que esto es posible. Sólo Cristo vino a mostrarnos lo que es realmente ser hombre a imagen y semejanza de Dios.
Oremos no sólo por los sacerdotes sino por cualquier persona que sufra de este mal para que Dios por su infinita misericordia perdone y cure a estas personas. Oremos por todas las víctimas de estas personas para que sea Dios quien los reconcilie con su historia que siempre será de salvación, que les conceda la capacidad de perdonar y hacerlos así verdaderamente libres y como a Job en virtud de su sufrimiento inocente les restituya la dignidad de personas a su imagen y semejanza;  y les conceda el bien eterno por el cual permitió que sucedan estos males temporales.

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