martes, 11 de febrero de 2014

¿Qué es ser "limpio de corazón"?

“Bienaventurados los limpios de corazón porque ellos verán a Dios” (Mt 5, 8)

Muchas veces pensamos que esta bienaventuranza se refiere a ser im-pecables (sin pecado), a ser “puros”. Esto al contrario de ser una buena noticia nos parece una exigencia tan grande que muchas de las veces preferimos no acercarnos a Dios, nos da miedo, nos supera. De hecho, de pensar que esto es así, estaríamos en una herejía muy antigua que se llama catarismo. Los cátaros pensaban que para ser cristiano hay que ser puro, no se tolera el error, no se tolera el pecado, si pecas te tienes que ir.
De hecho, este error se confunde también con el pasaje de Jesús y los niños, cuando éste dice que dejen que los niños se acerquen a él porque de los que son como ellos es el Reino de los Cielos. Entonces muchos dicen: “¡Ah ya! ¡Entonces hay que ser inocentes como los niños!”. No va tanto por ahí el tema. Jesús no se refiere a la inocencia en el sentido de ausencia de malicia. Recordemos que no hay quien no esté herido por la malicia del pecado. Dice el rey David en el salmo Miserere (Misericordia): “Mira [Señor] que en la culpa nací, pecador me concibió mi madre” (Sal 50, 7). Esto quiere decir que todo hombre es impuro desde que nace.[1] Por tanto, el ejemplo de los niños no se refiere tanto a la inocencia en ese sentido. Jesús se refiere a la confianza. Un niño confía ciegamente en su padre, jamás esperaría de él nada malo, por eso siente terror cuando experimenta que se pierde de su padre, que ya no está su madre a su lado.
Ser cristiano significa confiar en Dios como un niño en su padre. Esta confianza se mantiene aunque uno se haga adulto. En este sentido, crecer no tiene que implicar perder esta ‘inocencia’, esta confianza. Al contrario, dice el salmo 24:
“¿Quién puede subir al monte del Señor? ¿Quién puede estar en su recinto sacro? El hombre de manos inocentes y puro corazón, que no confía en lo ídolos, ni jura contra el prójimo  en falso” (v3s).
Aquí hay un maravilloso complemento. Para ver al Dios vivo se necesitan “manos inocentes y puro corazón”. Pero no entendamos esto como un puritanismo, ya que caeríamos en el error de los cátaros. Estoy de acuerdo con J. Ratzinger cuando medita sobre este tema en su libro “Jesús de Nazaret”. El hombre comienza en este “ascenso” cuando se ve libre de la idolatría (no confía en los ídolos), no confía en el dinero, la fama, el placer, el poder. El hombre, como un niño, sólo confía en Dios, su Padre. El salmo 15 añade que el corazón puro es el corazón que se “pregunta por Dios”. Por eso es que san Agustín llegó a “verlo”, porque a pesar de la vida que llevaba nunca dejó de preguntarse por Él, y así, su corazón se hacía cada vez más puro. Fue lo mismo que me pasó a mí.
            En boca de Jesús la palabra se profundiza aún más. Veremos a Dios cuando entremos en los mismos “sentimientos de Cristo” (Flp 2, 5). La purificación del corazón se produce al seguir a Cristo, al ser uno con Él. “Vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí” (Ga 2, 20). Y aquí está la novedad: el ascenso a Dios se produce en el descenso del servicio humilde, en el descenso del amor. Si Jesús siendo Dios descendió hasta la muerte de cruz, el ascenso a Dios se produce cuando se le acompaña en ese descenso.
En definitiva, el corazón puro, del que nos habla el salmo 24, -dice Joseph Ratzinger- es el corazón que ama, que entra en comunión de servicio y de obediencia con Jesucristo. El amor es el fuego que purifica y une razón, voluntad y sentimiento, que unifica al hombre en sí mismo gracias a la acción unificadora de Dios, de forma que se convierte en siervo de la unificación de quienes estaban divididos: así entra el hombre en la morada de Dios y puede verlo. Y eso significa precisamente ser bienaventurado. En este sentido, uno puede ir creciendo y no perder la inocencia, no porque no peque sino porque su corazón siga buscando a Dios, siga preguntándose por él, siga queriendo amar como él. Este hombre, aunque sea pobre de bondad, si lo reconoce con humildad y lo sigue buscando con rectitud de corazón, se acerca cada más a Dios y más todavía, Dios se deja encontrar por él.




[1] Cf. Jb 14, 4; Pr 20,9; Gn 8, 21, etc.

1 comentario:

  1. Hola mi muy estimado Gustavo, he leido atentamente este artículo y me parece muy interesante y orientador, razón por la cual me he tonado el atrevimiento de colocar en mi FB la dirección de tu blog para que todo aquel que desee pueda leerlo. Un abrazo y Dios te siga iluminando en tu ejercicio sacerdotal.

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