martes, 26 de agosto de 2014

¿Puede la ciencia negar la existencia de Dios?

Sobre el método de las ciencias y sus condiciones de aplicabilidad

I.                   Introducción

La ciencia no sólo es importante para el hombre por sus muchos descubrimientos, sino también por sus métodos y modos específicos de pensamiento. En este trabajo nos dedicaremos a caracterizar las ciencias experimentales y a analizar su método, veremos algunos de los muchos métodos que se pueden utilizar dentro de la ciencia matemático-experimental para luego realizar una crítica racional respecto a sus límites y alcances.
Las ciencias naturales  - cuyo objeto propio es la naturaleza – son llamadas ciencias experimentales porque para comprobar la validez de sus hipótesis, recurren al empleo sistemático de la experimentación, es decir emplean el método experimental. Pero la experimentación se apoya en teorías: necesitamos teorías para planear los experimentos, para diseñar y construir los aparatos y para interpretar sus resultados.
A veces estas ciencias son denominadas ciencias positivas, término que será preferible no usar porque conduce a una imagen falsa de la ciencia. Este término proviene de la terminología positivista, según la cual la ciencia debería limitarse a establecer relaciones entre datos observables; sin embargo, esta exigencia es imposible de cumplir, porque no existen “datos” puros independientes de toda teoría.[1]


            Características específicas de las ciencias experimentales

En su conjunto, la ciencia experimental se caracteriza por la combinación de dos objetivos, que forman como un único objetivo con un doble aspecto: el conocimiento de la naturaleza, por una parte, y su dominio controlado, por la otra. Se trata de una combinación muy peculiar, que no fue desarrollada sistemáticamente hasta el siglo XVII. La combinación de esos dos objetivos en uno solo es fuente de muchos equívocos que todavía existen en la actualidad acerca del valor de la ciencia experimental y, en consecuencia, acerca del valor de las ciencias humanas y del conocimiento humano en general. Por eso tiene enorme importancia comprender el significado de esa combinación de objetivos teóricos y prácticos.


            El conocimiento científico

Podemos resumir las características del conocimiento científico en tres cualidades: el conocimiento científico es general, social y legal. Lo fundamental para que un conocimiento pueda llamarse científico, es que tal conocimiento sea comunicado. El conocimiento no comunicado de hecho, aunque en principio sea comunicable, no integra el sistema científico al que por su naturaleza está destinado. La diferencia entre el conocimiento vulgar y el científico es que el primero se aprende naturalmente y el científico se obtiene mediante el estudio y la investigación.
El conocimiento científico, pues, se representa en conglomerados de proposiciones agrupadas en torno de hipótesis, de leyes o de conjuntos de leyes que buscan comprender ciertos sectores del universo. El modo en que estas proposiciones se fundan unas en otras constituye su unidad lógica; el hecho de referirse a un mismo sector del universo constituye su unidad temática. Una ciencia es, pues, una agrupación de conocimientos científicos organizados entre sí sistemáticamente.
La actividad del hombre de ciencia consiste, en términos genéricos, en recopilar datos, elaborarlos, extraer de ellos conclusiones, confrontar estas conclusiones con otros datos y con el resultado de otras investigaciones, ordenar todas las conclusiones de un modo sistemático y exponerlas con precisión.
Las ciencias fácticas tienen como fuente principal la experiencia y las ciencias formales tienen como fuente básica el razonamiento


            Método y metodología

El método (del griego métodos: metá, a lo largo, y hodós, camino: “ir a lo largo del (buen) camino”) es la “forma y manera de proceder en cualquier dominio, de ordenar la actividad y ordenarla a un fin”.[2]
Según M. Bunge, un método es un procedimiento para tratar un conjunto de problemas. Este procedimiento es “regular, explícito y repetible para lograr algo ya sea material o conceptual”.[3]
Descartes afirma que el método sirve “para dirigir la razón y buscar la verdad en las ciencias.”. Sócrates, en la Mayéutica, muestra la unidad entre filosofía y método. G. Gadamer titula su obra Verdad y Método. Para Bacon, el método es el inductivo: conjunto de reglas para observar fenómenos e inferir conclusiones de esas observaciones. Galileo, padre de la ciencia natural moderna, propone hipótesis y las somete a prueba experimental.
La metodología es un estudio de los diferentes procedimientos de prueba, de técnica, de estrategia y de investigación utilizados en las ciencias de cara a la investigación de lo que denominamos realidad.
Para cada orden de cosas puede haber una metodología diferente. Hay metodologías que se refieren a la técnica física y otras que se ocupan de las acciones del espíritu: métodos de pensamiento o normas del recto pensar. Hay hoy en día un cierto pluralismo de métodos aunque existen reglas (que evitan la arbitrariedad), las cuales no vienen de teorías abstractas de racionalidad sino del proceso mismo de investigación.
Sin pensamiento metódico no es posible ni la ciencia ni la filosofía. El método no suple el talento y a la creatividad, sino que les ayuda. El talento y la creatividad pueden incluso crear nuevos métodos.


II.                El método científico y algunos métodos de la ciencia

            El método científico

El método científico sirve para adquirir o comprobar los conocimientos de la ciencia. Es un procedimiento que se aplica al ciclo entero de la investigación en el marco de cada problema de conocimiento, una estrategia de investigación que tiene por objeto averiguar la verdad de proposiciones.
K. R. Popper decía que “los filósofos son tan libres como cualquiera otras personas de emplear cualquier método en la búsqueda de la verdad”. El único método de toda “discusión racional” y, por ello, tanto de las ciencias de la naturaleza como de la filosofía, es el de “enunciar claramente los propios problemas y de examinar críticamente las diversas soluciones propuestas”.[4] El solía utilizar el siguiente esquema para representar el esqueleto del “método” científico:

P1          TT1         EE1         P2       TT2

En este esquema, el “problema” inicial (P1) es el punto de partida. El trabajo científico siempre comienza con problemas. Existen problemas de tipos muy diferentes: hay problemas empíricos, que se encuentran muy próximos al nivel de lo observable, problemas teóricos, mucho más abstractos, y toda una gama de tipos intermedios. En cualquier caso, la regla básica del método científico es delimitar en qué consiste el problema que intentamos resolver. Sobre esa base, proponemos una “teoría tentativa” (TT1) que pueda aportar una solución. Obsérvese que aquí “teoría” significa “hipótesis”, sin más, que literalmente significa “lo que se supone”. A continuación evaluamos la hipótesis y, eventualmente, detectamos los errores que contiene y procedemos a la “eliminación de error” (EE1), lo cual nos conduce a una nueva formulación del problema inicial, o sea, a un nuevo problema (P2), y así sucesivamente.


            Pasos del método científico

Del esquema anterior observamos varios puntos importantes respecto a los pasos de un método científico: que no existe un método automático para obtener conocimientos interesantes; que, en consecuencia, debemos formular hipótesis que van más allá de lo que puede ser garantizado en el estado actual de nuestro conocimiento; que hemos de someter esas hipótesis a pruebas teóricas y empíricas; que el resultado de esas pruebas proporcionará indicaciones sobre la adecuación de nuestra hipótesis para resolver el problema inicial; que, si el problema no queda resuelto, al menos podremos avanzar y reformular el problema realizando un progreso.
En cualquier caso, queda claro que la ciencia gira en torno a la solución de problemas, y que, incluso cuando pensamos haber resuelto un problema, siempre podremos formular nuevas preguntas a partir de la nueva situación.
En definitiva, dando por supuesto que siempre partimos de algún problema que intentamos resolver, el esquema general del método científico se puede sintetizar mediante la combinación de la construcción de hipótesis explicativas y la comprobación de su validez, utilizando los recursos teóricos y empíricos disponibles. La comprobación de la validez de las hipótesis siempre ha de incluir una referencia al control experimental; esa referencia tendrá una fuerza lógica variable, de acuerdo con las posibilidades conceptuales y experimentales disponibles en cada momento, pero tiene que ser posible, al menos en principio, someter nuestras hipótesis al control experimental: en caso contrario, no tendrán cabida en la ciencia experimental.
En resumen y a pesar de que criticaremos más adelante algunos de estos pasos, diríamos que en general el método científico tiene los siguientes pasos:

a)      Observación: El primer paso es la observación de una parte limitada del universo o población que constituye la muestra. Anotación de lo “observable”, posterior ordenamiento, tabulación y selección de los datos obtenidos, para quedarse con los más representativos.
b)     Hipótesis: Se desarrolla en esta etapa, el planteamiento de las hipótesis que expliquen los hechos ocurridos (observados). Este paso intenta explicar la relación causa-efecto entre los hechos. Para buscar la relación causa-efecto se utiliza la analogía y el método inductivo –que se explicará más adelante – La hipótesis debe estar de acuerdo con lo que se pretende explicar (atingencia) y no se debe contraponer a otras hipótesis generales ya aceptadas. La hipótesis debe tener matices predictivos, si es posible. Cuanto más simple sea, más fácilmente demostrable (las hipótesis complejas, generalmente son reformulables a dos o más hipótesis simples). La hipótesis debe poder ser comprobable experimentalmente por otros investigadores, o sea debe ser reproducible.
c)      Experimentación: La hipótesis debe ser comprobada en estudios “controlados”, con auténtica “veracidad”.


            Algunos métodos de la ciencia

            El método axiomático y deductivo

Todo conocimiento que no está dado inmediatamente debe ser conocido “mediatamente”, es decir, mediante otro. En todo conocimiento mediato (derivado, inferido) se ha de concluir o deducir una proposición de otra. El método deductivo consiste en la totalidad de “reglas y procesos”, con cuya ayuda es posible deducir “conclusiones finales” a partir de unos enunciados supuestos llamados “premisas”. La operación en la que se formulan las “premisas” y las “reglas de conclusión” se llama “demostración”. La regla de la deducción es el “modus ponendo ponens”: si de una hipótesis se sigue una consecuencia y esa hipótesis se da, entonces, necesariamente, se da la consecuencia.[5] El esquema o figura de la deducción se puede representar de la manera siguiente:



Si A, también B,                          A                 B
Es así que A                                 A
 


Luego B                                       B                                          

En la deducción se concluye la premisa menor de un enunciado condicional y de su premisa mayor. La regla de deducción es absolutamente infalible cuando las premisas son verdaderas. Esta validez general, llamada a veces “a priori”, pertenece al dominio lógico o formal-lógico. La lógica es el fundamento de la metodología deductiva, de la regla conclusiva. El argumento deductivo, si no es el único, es el principal objeto de la lógica formal. Se suele considerar la palabra “argumento” como sinónimo de “argumento deductivo”. En el mismo sentido se puede emplear la palabra “deducción” e “inferencia”.
La forma suprema del método deductivo es el método axiomático. Los axiomas constituyen las premisas fundamentales – las cuales no necesitan demostrarse - de toda demostración. La “conclusión” de la deducción se denomina “teorema”. Cuando los axiomas no son evidentes y son aceptados a título de hipótesis cuyo valor debe ser confirmado por sus consecuencias, reciben el nombre de postulados.


            Los métodos inductivos y experimentales

Tradicionalmente la ciencia experimental se denominó ciencia inductiva, para subrayar que la “inducción” era el método privilegiado que permitía a la ciencia experimental, y sólo a ella, construir un edificio sólido a partir de la experiencia.
La inducción es el paso de lo particular a lo general. Según la perspectiva recién mencionada, la ciencia procede de acuerdo con el método inductivo: comienza con la observación de hechos, prosigue esa observación hasta que se consigue establecer relaciones entre las diferentes observaciones, y así se llega a formular leyes que correlacionan fenómenos observados. Las generalizaciones son, al principio, de bajo nivel, o sea, muy próximas a los hechos observados. Pero, al continuar ese proceso, se obtienen leyes cada vez más generales. Cuando ya disponemos de algunas leyes muy generales, procedemos a formular teorías que sintetizan los conocimientos obtenidos mediante las leyes. Se llega así a una imagen de la ciencia como una pirámide en la cual, a partir de los hechos, se van subiendo escalones que son leyes cada vez más generales, obtenidas por inducción. La representación gráfica podría ser la siguiente:

Si A, también B,                          A                 B
Es así que B                                 B
 


Luego A                                       A                                         

Se trata de una generalización de la premisa menor (= inducción). La inducción se suele caracterizar como un raciocinio que va de lo singular o particular a lo general o universal. Esa tiende a desarrollar teorías científicas generales a partir de observaciones particulares.




Ejemplos de enunciados singulares u observacionales:

-          A las doce de la noche del 1 de Enero de 1975, Marte aparecía en tal y tal posición en el cielo.
-          Ese palo, sumergido parcialmente en el agua, parece que está doblado.
-          El Señor Fulano golpeó a su mujer.
-          El papel tornasol se vuelve rojo al ser sumergido en el líquido.



Ejemplos de enunciados universales:

-          Los planetas se mueven en elipses alrededor del sol.
-          Cuando un rayo de luz pasa de un medio a otro cambia de dirección de tal manera que el seno del ángulo de incidencia dividido por el seno del ángulo de refracción es una característica constante de los dos medios.
-          Los animales en general poseen una necesidad inherente de algún tipo de descarga agresiva.
-          Los ácidos vuelven rojo el papel tornasol.



          Sobre la inducción matemática. -    Existe la así llamada “inducción matemática” o “inducción impropia”: si F corresponde al número a (f(a) cierta) y, en caso de que corresponda al número n (f(n) cierta), que implique que  F corresponde al número n+1 (f(n+1) cierta), entonces F corresponde a todo número natural que esté dentro de: [a,¥>. Evidentemente si a es el primero de los números naturales, la proposición será cierta para todo el conjunto N. Ambos pasos parciales son, en último término, procesos deductivos, por lo que cabría decir que, realmente, el método de inducción matemática es, en realidad, un proceso de deducción. En realidad, el nombre que le damos de “inducción matemática” se debe simplemente a que lo asociamos en nuestra consciencia con los razonamientos inductivos basados en las experiencias de verosimilitud de las ciencias naturales y sociales, a pesar de que el paso inductivo de la demostración es una proposición general que se demuestra como un riguroso proceso deductivo, sin necesidad de ninguna hipótesis particular. Es por esto por que también se le denomina “inducción perfecta” o “inducción completa”. Como ejemplo de aplicación del método, demostremos que la suma de los n primeros números naturales viene dada por la expresión  , o sea: 0 +1 +2 +3+......+ n =

Proceso:

Para n = 0:  0 = , se verifica
Para n = 1: 0 + 1 = , se verifica
Sea cierta la expresión para n = k: 0 + 1 +2 +....+ k =
Y veamos que, entonces, ha ser cierta para n = k + 1:

              0 + 1 +2 + ....+ k + k+1 =

En efecto:

0+1+2+...+k  (k+1) =  + k+1 =



La “inducción propia” (empírica) es un procedimiento conclusivo y amplificativo en el que se va no sólo de lo particular a lo general (“inducción completa”: si cada uno de los elementos de una clase finita de objetos tiene la propiedad P, se pasa a afirmar que todos los elementos de la clase tienen la propiedad P; fenómeno que no ofrece dificultades, pero tampoco presta gran ayuda al conocimiento científico), sino de algunos particulares a lo general, como hipótesis o teorías (= “inducción incompleta” o “propiamente dicha”).

Se caracterizó a la ciencia experimental por el empleo del método inductivo gracias, en parte, al influjo de Bacon y de Newton. Cuando comenzaba el desarrollo moderno de la nueva ciencia, Francis Bacon afirmó, en su Novum Organum de 1620 que el aspecto fundamental del método científico era la inducción; sólo así se podrían evitar las especulaciones inútiles de los antiguos y establecer una ciencia sólidamente basada en los hechos y capaz de conducir a predicciones. Según Bacon, el método de la ciencia consiste en “hacer salir de la experiencia las leyes generales”, para lo cual se precisa contar con una base suficientemente amplia de hechos; ahora bien, como la cantidad de hechos es tan basta y variada, es preciso utilizar procedimientos que ayuden a relacionar los hechos (se trata de sus famosas tablas de presencia, de ausencia y de grados). Pero, prosigue Bacon, “a pesar de tales auxilios, el espíritu, abandonado a sí mismo y a sus libres movimientos, es impotente e inhábil para descubrir las leyes generales; es preciso regularlo y prestarle socorros. He aquí por qué en tercer lugar, es preciso emplear una inducción legítima y verdadera, que es en sí misma la clave la de la interpretación”.[6]


            El método hipotético-deductivo

Cuando se estudia un problema cualquiera, el camino lógico para encontrar soluciones consiste en formular hipótesis acerca de la posible solución y comprobar si esas hipótesis están de acuerdo con los datos disponibles. Se utiliza este procedimiento constantemente, tanto en la vida ordinaria como en la investigación científica. Las diferencias en su utilización dependen de que los problemas puedan resolverse mediante hipótesis empíricas, muy próximas al nivel observacional (que es lo que suele suceder en la vida ordinaria), o exijan la formulación de hipótesis más abstractas, que en el caso extremo son sistemas teóricos (que es lo que sucede en las ciencias).
La estructura lógica del método es la misma en todos los casos: la validez de las hipótesis depende de que se consiga comprobar la validez de las consecuencias que de ellas se deducen. Y esta estructura lógica implica que nunca puede demostrarse estrictamente la verdad de las hipótesis mediante el método hipotético-deductivo, mientras que, por el contrario, es posible demostrar su falsedad. En efecto, una misma consecuencia puede ser deducida a partir de diferentes premisas, de modo que la comprobación de la validez de las consecuencias no implica lógicamente que las premisas sean correctas. En cambio, si se comprueba que una sola consecuencia es falsa, se sigue que hay algún error en las hipótesis que han servido de premisas para deducirla. Se trata de la asimetría lógica entre verificación y falsación, que ocupa un lugar central en la epistemología contemporánea, en buena parte debido a la influencia de Kart R. Popper.





III.             El problema de la filosofía de las ciencias


            El problema de la inducción

Según el inductivista ingenuo, la ciencia comienza con la observación; la observación proporciona una base segura sobre la que se puede construir el conocimiento científico, y el conocimiento científico se deriva, mediante la inducción de los enunciados observacionales. Estos tres supuestos serán refutados en este capítulo.
El principio de inducción dice más o menos así: “Si en una gran variedad de condiciones se observa una gran cantidad de A y todos los A observados, sin excepción, poseen la propiedad B, entonces todos los A poseen la propiedad B”. Este es el principio básico en el que se basa la ciencia, si se acepta la postura inductivista ingenua. Pero “¿Cómo se puede justificar el principio de inducción?”. Esto es, si la observación nos proporciona un conjunto seguro de enunciados observacionales como punto de partida (cosa que no es así pero que por ahora asumiremos), ¿por qué el razonamiento inductivo conduce al conocimiento científico fiable e incluso verdadero? Al inductivista se le abren dos vías de acercamiento al problema para intentar responder a esta cuestión. Podría tratar de justificar el principio apelando a la lógica o podría intentar justificar el principio apelando a la experiencia, recurso que yace en la base de toda su concepción  científica. Examinemos sucesivamente estas dos posibilidades.
Las argumentaciones lógicas válidas se caracterizan por el hecho de que, si la premisa de la argumentación es verdadera, entonces la conclusión debe ser verdadera. Las argumentaciones deductivas poseen ese carácter. El principio de inducción estaría de seguro justificado si las argumentaciones inductivas también lo poseyeran, pero no es así. Las argumentaciones inductivas no son argumentaciones lógicamente válidas. No se da el caso de que, si las premisas de una inferencia inductiva son verdaderas, entonces la conclusión deba ser verdadera. Es posible que la conclusión de una argumentación inductiva sea falsa y que sus premisas sean verdaderas sin que ello suponga una contradicción. Supongamos, por ejemplo, que hasta la fecha haya observado una gran cantidad de cuervos en una amplia variedad de circunstancias y que haya observado que todos ellos han sido negros y, basándome en eso, concluyo: “Todos los cuervos son negros”. Esta es una inferencia inductiva perfectamente lícita. Las premisas de esta inferencia son un gran número de enunciados del tipo: “Se observó que el cuervo x era negro en el momento t” y consideramos que todos eran verdaderos. Pero no hay ninguna garantía lógica de que el siguiente cuervo que observe no sea rosa. Si éste fuera el caso, entonces “Todos los cuervos son negros” sería falso. Esto es, la inferencia inductiva inicial, que era lícita en la medida en que satisfacía los criterios especificados por el principio de inducción, habría llevado a una conclusión falsa, a pesar de que todas las premisas  de la inferencia fueran verdaderas. No supone ninguna contradicción lógica afirmar que todos los cuervos observados han resultado ser negros y también que no todos los cuervos son negros. La inducción no se puede justificar sobre bases estrictamente lógicas.
Un ejemplo de la cuestión, más interesante, lo constituye la explicación de la historia del pavo inductivista por Bertrand Russell. Este pavo descubrió que, en su primera mañana en la granja avícola, comía a las 9 a.m. Sin embargo, siendo como era un buen inductivista, no sacó conclusiones precipitadas. Esperó hasta que recogió una gran cantidad de observaciones del hecho de que comía a las 9 a.m. e hizo estas observaciones en una gran variedad de circunstancias, en miércoles y en jueves, en días fríos y calurosos, en días lluviosos y en días soleados. Cada día añadía un nuevo enunciado observacional a su lista. Por último, su conciencia inductivista se sintió satisfecha y efectuó una inferencia inductiva para concluir: “Siempre como a las 9 a.m.” Pero se demostró de manera indudable que esta conclusión era falsa cuando, la víspera de Navidad, en vez de darle la comida, le cortaron el cuello. Una inferencia inductiva con premisas verdaderas ha llevado a una conclusión falsa.
El principio de inducción no se puede justificar simplemente apelando a la lógica. Dado este resultado, parecería que al inductivista sólo le queda la vía de la experiencia. ¿Cómo sería una derivación semejante? Probablemente, sería algo así. Se ha observado que la inducción funciona en un gran número de ocasiones. Por ejemplo, las leyes de la óptica, derivadas por inducción de los resultados de los experimentos de laboratorio, se han utilizado en numerosas ocasiones para diseñar instrumentos ópticos y estos instrumentos han funcionado de modo satisfactorio. Asimismo, las leyes del movimiento planetario, derivadas de observaciones de las posiciones de los planetas, etc., se han empleado con éxito para predecir eclipses. Se podría ampliar esta lista con informes de explicaciones y predicciones posibilitadas por leyes y teorías científicas derivadas inductivamente. De este modo, se justifica el principio de inducción.
La anterior justificación de la inducción es completamente inaceptable, como ya demostrara David Hume a mediados del s. XVIII. La argumentación que pretende justificar la inducción es circular ya que emplea el mismo tipo de argumentación inductiva cuya validez se supone que necesita justificación. La forma de la argumentación justificatoria es la siguiente:

El principio de inducción funcionó con éxito en la ocasión x1
El principio de inducción funcionó con éxito en la ocasión x2
Etcétera.
El principio de inducción funciona siempre…

Aquí se infiere un enunciado universal que afirma la validez del principio de inducción a partir de cierta cantidad de enunciados singulares que registran aplicaciones con éxito del principio en el pasado. Por lo tanto, la argumentación es inductiva y, no se puede, pues, utilizar para justificar el principio de inducción. No podemos utilizar la inducción para justificar la inducción. Esta dificultad, que va unida a la justificación de la inducción, ha sido denominada tradicionalmente “el problema de la inducción”.
Además de la circularidad que conllevan los intentos de justificar el principio de inducción, el principio adolece de otras desventajas. Estas desventajas proceden de la vaguedad y equivocidad de la exigencia de que se realice un “gran número” de observaciones en una “amplia variedad” de circunstancias.
¿Cuántas observaciones constituyen un gran número? ¿Cuántas veces hay que calentar una barra de metal, diez veces, cien veces, antes de que podamos concluir que siempre se dilata al ser calentada? Sea cual fuere la respuesta a esta cuestión, se pueden presentar ejemplos que hagan dudar de la invariable necesidad de un gran número de observaciones. Para ilustrar esta cuestión, nos referiremos a la fuerte reacción pública en contra de la guerra nuclear que siguió al lanzamiento de la primera bomba atómica en Hiroshima al final de la segunda guerra mundial. Esta reacción se basaba en la constatación de que las bombas atómicas originan destrucción y muerte por doquiere y un enorme sufrimiento humano. Y, no obstante, esta creencia generalizada se basaba en una sola y dramática observación. Del mismo modo el inductivista ingenuo tendría que poner su mano en el fuego muchas veces antes de concluir que el fuego quema. En circunstancias como éstas, la exigencia de un gran número de observaciones parece inapropiada. En otras situaciones la exigencia parece más plausible. Por ejemplo, estaríamos justificadamente poco dispuestos a atribuir poderes sobrenaturales a un adivino basándonos en una sola predicción correcta.  Tampoco sería justificable concluir una conexión causal entre fumar y el cáncer de pulmón basándonos en la evidencia de un solo fumador que contraiga la enfermedad. Está claro en estos ejemplos que si el principio de inducción ha de ser una guía de lo que se considere una lícita inferencia científica, entonces hay que matizar con cierto cuidado la cláusula del “gran número”.
Además, la postura inductivista ingenua se ve amenazada cuando se examina en detalle la exigencia de que se efectúen las observaciones en una amplia variedad de circunstancias cuando se examina en detalle la exigencia de que se efectúen las observaciones en una amplia variedad de circunstancias. ¿Qué se ha de considerar como variación significativa en las circunstancias? Por ejemplo, cuando se investiga el punto de ebullición del agua ¿es necesario variar la presión, la pureza del agua, el método de calentamiento y el momento del día? La respuesta a las dos primeras sugerencias es “sí” y a las dos segundas es “no”. Pero, ¿en qué nos basamos para dar estas respuestas? Esta cuestión es importante porque la lista de variaciones se puede extender indefinidamente añadiendo una variedad de variaciones adicionales tales como el color del recipiente, la identidad de experimentador, la situación geográfica, etc. A menos que se puedan eliminar esas variaciones “superfluas”, el número de variaciones necesarias para hacer una lícita inferencia inductiva será infinitamente grande. ¿Sobre qué base, pues, se considera superflua una gran cantidad de variaciones? Creemos que la respuesta está bastante clara. Las variaciones que son significativas se distinguen de las que son superfluas apelando a nuestro conocimiento teórico de la situación y de los tipos de mecanismos físicos operativos. Pero admitir esto es admitir que la teoría desempeña un papel vital antes de la observación. El inductivista ingenuo no puede admitir eso.











            El problema de la inducción según varios autores

Bertrand Russell[7] dirá que con la inducción sólo se puede hablar de probabilidades y que un número suficiente de casos de asociación convertirá la probabilidad en “casi” una certeza.
W.M. O’Neil[8], en su crítica a la inducción, dirá que sólo somos capaces de observar algunos casos de entre los diversos posibles y que por desgracia, nadie ha descubierto aún una receta infalible para efectuar, mediante inducción, generalizaciones válidas a partir de la observación de un número limitado de hechos particulares. El científico no infiere de manera estrictamente lógica sino que inventa, imagina o construye sus teorías; los hechos sólo le sugieren indicios pero no es posible afirmar que “puesto que los hechos son como son, entonces la teoría es correcta”.
Según K. Popper, la inducción es innecesaria ya que nunca es posible “justificar” o verificar las teorías científicas. A pesar de ello podemos decir que una hipótesis A aventaja a otra B: bien sea porque B esté en contradicción con algunos resultados de la observación – y por tanto quede “falsada” (falsación Popperiana) – o porque sea posible deducir más predicciones valiéndose de A que de B. Lo más que podemos decir de una hipótesis es que hasta el momento ha sido capaz de mostrar su valía, y que ha tenido más éxito que otras: aun cuando, en principio, jamás cabe justificarla, verificarla ni siquiera hacer ver que sea probable. La evaluación de la hipótesis se apoya exclusivamente en las consecuencias deductivas (predicciones) que pueden extraerse de ella: no se necesita ni mencionar la palabra “inducción”.
A los ojos de los mantenedores de la lógica inductiva, la importancia de un principio de inducción para el método científico es máxima, sin él – dice Reichenbach – la ciencia perdería el derecho de distinguir sus teorías de las creaciones fantásticas y arbitrarias de la imaginación del poeta. Tal principio no puede ser una verdad puramente lógica, como una tautología o un enunciado analítico sino que sería un enunciado sintético: esto es, uno cuya negación no sea contradictoria, sino lógicamente posible, pero, surgiría la cuestión de por qué habría que aceptar semejante principio, y de cómo podemos justificar racionalmente su aceptación.
Popper considera las dificultades de la lógica inductiva insuperables y lo mismo ocurre con la doctrina, tan corriente hoy, de que las inferencias inductivas, aun no siendo “estrictamente válidas”, pueden alcanzar cierto grado de “seguridad” o de “probabilidad”.

            Problemas con la observación

Pero habría problemas desde la observación. La observación depende de la teoría. El inductivismo ingenuo tiene dos supuestos en relación a la observación, ambos falsos:

  • La ciencia comienza con la observación.
  • La observación da una base segura para derivar el conocimiento

Si esto fuera cierto, ¿cómo se explica los avances en el estudio de elementos sub-atómicos si estos no se pueden “ver”?
Se sabe que dos personas que observen el mismo objeto desde el mismo lugar y en las mismas circunstancias no tienen necesariamente idénticas experiencias visuales aunque las imágenes que se produzcan en sus retinas sean prácticamente idénticas. Lo que un observador ve depende en parte de su cultura (su experiencia, sus expectativas, sus conocimientos) y su estado general. Se suma a este hecho de que las teorías preceden a los enunciados observacionales, es decir, los enunciados observacionales se hacen en el lenguaje de alguna teoría. Por lo tanto, es falso que la ciencia comience con la observación. Esta postura es contraria a la que sostienen los inductivitas, que ven en la observación la fuente del conocimiento.
Los inductivistas más modernos establecen una diferencia entre el modo de descubrimiento de una teoría y su modo de justificación. Admiten que las teorías se pueden concebir tras un momento de inspiración, accidentalmente, tras períodos de observaciones u otros. Se sabe que visualmente las teorías son concebidas antes de hacerse las observaciones que las comprueban. Para los acérrimos defensores del inductivismo, las teorías sólo tienen sentido si se pueden verificar mediante la observación. Pero no se puede mantener esta división tajante entre teoría y observación ya que esta última está influida por la teoría.


            El problema de la ciencia según algunos autores contemporáneos

Peirce, Charles Sanders (1839-1914). Contribuye a la filosofía de la ciencia en su temprana versión de la teoría de la probabilidad y de la justificación de la inducción como método que nos llevará a la verdad. Afirma: “la verdad es aquello a lo que finalmente la comunidad se acostumbra”. Creador del “pragmatismo”: el significado de una concepción, esto es, de una palabra o de una expresión, no es nada más que la suma de sus efectos prácticos y la aceptación que haga de ellos la comunidad.

Popper, Karl (1902-1994). Es un “falibilista”, alguien que mantiene que no es posible conocer la verdad sino sólo detectar el error. El “conocimiento científico” es un conocimiento no verdadero ni probablemente verdadero, sino simplemente hipotético que avanza mediante conjeturas en forma de hipótesis cuya posible falsedad se intenta descartar sometiéndolas a una posible refutación.
El falsacionismo dice que la ciencia comienza con la teoría (el induccionismo dice que con la observación). La verdad nos e encuentra fortuitamente sino que se elabora, se presuponen y luego se la justifica. La ciencia progresa gracias al ensayo-error, a las conjeturas y refutaciones. Se pasa de la verificación a la verosimilitud, tal o cual teoría no es verdadera sino la mejor disponible o la más cercana a la verdad.
Mientras que la aceptación de una teoría es provisional, el rechazo de una teoría puede ser concluyente. Una teoría falsada es superior a otra no falsada si ha resistido pruebas que sus predecesoras no pudieron resistir.[9]
 Pero, ¿se puede falsar concluyentemente las teorías científicas? Es el problema de si la ciencia es objetiva y observacional, de que los enunciados observacionales dependen de la teoría y son falibles (verdad de enunciados que se presuponen). Popper acaba incluyendo un elemento subjetivo (los enunciados básicos son el resultado de una decisión o acuerdo y son convencionales en cierto modo): la falsación depende de una base observacional que es falible.

Kuhn, Thomas Samuel (1922-1996). Famoso por sus “paradigmas”. [10] Según él, la ciencia progresa a través de una sucesión de períodos, cuya secuencia es “paradigma-ciencia normal-crisis-revolución-nueva ciencia normal-nuevo paradigma”. Se inicia con un período de ciencia normal, donde se solucionan “enigmas” bajo un paradigma o modelo (normas, métodos, presupuestos, verdades fundamentales). Es el período de crecimiento y desarrollo científico. Se acepta el paradigma como “verdad” hasta que aparecen anomalías que el paradigma o ciencia normal no puede resolver. Conforme aparezca otro que sí lo pueda, se inicia el período de crisis y si esto se mantiene, el de revolución científica hasta que se generaliza y acepta como nuevo paradigma y así sucesivamente.
Se concluye, pues, que la verdad es relativa y se cae en un historicismo. La verdad es convencional, fruto del consenso de la comunidad científica según decía Peirce, pero, en palabras de Kuhn: “Un paradigma es lo que los miembros de una comunidad científica comparte y recíprocamente, una comunidad científica consiste en hombres que comparten un paradigma.”[11]
La consolidación inicial de diversas ciencias ha pasado por cambios como los descritos por Kuhn: el paso de la astronomías geocéntrica al sistema  copernicano, el paso de la física cualitativa y verbal de Aristóteles a la física matemática y experimental de Galileo, el paso de la mecánica newtoniana a la cuántica, etc.
El progreso no es acumulativo o eliminatorio sino un progreso a través de revoluciones que proponen paradigmas incomparables entre sí. El método científico sólo tiene cabida dentro de cada período de ciencia normal, ya que las revoluciones cinéticas no ocurren metódicamente, constituyen auténticos hiatos o discontinuidades. El progreso por tanto no es continuo. No es acercamiento a la verdad. El progreso no es una evolución hacia un objetivo determinado, sino a lo sumo un mejoramiento desde el conocimiento disponible; lo más que puede afirmarse es que cada paradigma nuevo es un instrumento menor para resolver enigmas.

Feyerabend, Paul K. (1924-1994). Pasó por ser popperiano, antirracionalista, empirista, antiempirista, antipositivista, relativista. Dice que toda metodología es incompatible con la historia de la ciencia. Defiende a Lakatos cuando afirma que los programas de la ciencia son criterios, no reglas. No se explicita una obligación metodológica. Introdujo el concepto de inconmensurabilidad – que comparte con Wittgenstein y Kuhn – para referirse a teorías científicas disjuntas: conceptos y enunciados observacionales dependen del contexto, son incompatibles e intraducibles entre sí.
La elección de teorías y criterios es subjetiva (contra el objetivismo popperiano), depende de nuestros juicios estéticos, de valor, prejuicios metafísicos y religiosos. Esta subjetividad se reduce en inconmensurabilidad (libertad). La ciencia es pretensiosa si se considera superior a otros campos del conocimiento.
Feyerabend afirmaba que ninguna teoría sería nunca consistente con todos los hechos relevantes. Por ejemplo, a pesar de las serias dificultades de desviación cuantitativa de la teoría de la gravitación de Newton, fue la dominante durante siglos. En estos casos se recurre a una aproximación o se inventa una hipótesis (“una hipótesis ad hoc” dice Feyerabend) que cubra la inconsistencia. Según él, estas hipótesis (ad hoc) son abundantes en el cuerpo de la ciencia aunque la actitud habitual en filosofía de la ciencia sea despreciarlas.[12]
El método que utiliza la ciencia en la sociedad occidental se ha convertido en un “estatus mítico” como la mejor forma de adquirir conocimiento. Existe una explícita manipulación al pretender el falso supuesto de que hay un método científico universal. Contra el imperativo metodológico hay que incrementar la libertad de los individuos. La Razón y la Ciencia han desplazado las creencias previas por un simple “juego de poderes” (instrumentación, dinero, inteligencia, actitudes) no por haber ganado ninguna argumentación.

Lakatos, Imre (1922-1974). Recoge ciertos aspectos de la teoría de Kuhn, entre esos la importancia de la historia de la ciencia. Cuestiona a Popper, pues la historia de la ciencia muestra que la falsación no es una acción cotidiana de los científicos. La confirmación de los supuestos científicos también es necesaria, pues nos permite tenerlos vigentes.
Para Lakatos la falsación consiste en un triple enfrentamiento entre dos teorías rivales y la experiencia. Las teorías rivales se confrontan con la experiencia; una es aceptada y la otra es refutada. La refutación de una teoría depende del éxito total de la teoría rival.
Afirma que toda teoría nace con un conjunto de “hechos” que la refutan en el mismo momento que es creada (a diferencia de Popper que hablaba de “falsadores potenciales”) Esto le llevaba a considerar que la ciencia era incapaz de alcanzar la “verdad”, pero sugirió en sus Programas de Investigación Científica (PIC), que cada nueva teoría era capaz de explicar más cosas que la anterior y de predecir hechos nuevos que nadie antes se había planteado.
Para Lakatos, por tanto, las teorías son estructuras organizadas, por lo que plantea una nueva unidad de análisis: el programa de investigación científica, que es ante todo una guía, un conjunto de teorías relacionadas entre sí, de manera que unas se genera partiendo de las anteriores. Estas teorías comparten un núcleo firme o duro (NF) infaltable – de manera convencional – por un cinturón protector (CP) o conjunto de hipótesis auxiliares. Quedan como en Popper excluidas las hipótesis ad-hoc ya que no son comprobables de manera independiente y suelen salirse del PIC. Aunque Lakatos llega a afirmar incluso que cualquier nueva teoría que se proponga para sustituir a una teoría refutada, en el fondo no es más que (y no podría ser de otra manera) una teoría ad hoc.

Otros:

Larry Laudan, en sus líneas o tradiciones de investigación, plantea el problema de si la ciencia es acumulativa o sólo abre caminos en la ignorancia.
J. Derec Sola Price, en su obra Big science, litle science, afirma que nuestro conocimiento crece en ignorancia de manera exponencial. Cuanto más sabemos, sabemos que sabemos menos.
J. Hocart, afirma que las ciencias del espíritu tienen categoría epistemológica suficiente para elaborar un método propio con visos de cientificidad; sus datos observacionales son los mismos que sirven a las ciencias naturales para hacer sus inferencias y se ajustan a criterios de verdad parecidos




IV.                 Observaciones y Conclusiones

            Observaciones[13]

¿Existen ámbitos de la realidad que no caen en absoluto bajo el control experimental, y que, por lo tanto, no pueden ser objeto de las ciencias experimentales? Para responder a tan importante pregunta, hay que tener en cuenta que el control experimental supone la posibilidad de efectuar experimentos que, al menos en principio, sean repetibles. En consecuencia, si existen ámbitos de la realidad en los que no se dan esas condiciones, no podrán ser estudiados mediante el método experimental.
La ciencia experimental es incapaz de responder a este interrogante. No puede decir nada a favor o en contra de que existan realidades que caen fuera de su control, ya que, por principio, sólo es competente acerca de realidades que sean experimentalmente controlables. Por consiguiente, si se pretende apoyar sobre bases científicas la negación de realidades espirituales (como el alma humana y Dios), se realiza una extrapolación injustificada que va en contra del verdadero espíritu científico.
Esto tiene implicaciones importantes por lo que respecta a las ciencias humanas y sociales. En la medida en que el hombre posee unas características que se encuentran por encima de lo puramente material, el estudio científico-experimental del hombre y de su comportamiento individual y social no puede pretender agotar la realidad que considera. Esto no significa que lo humano, tanto individual como social, no pueda ser objeto de la ciencia experimental bajo ningún aspecto, puesto que todo el ser humano se encuentra relacionado de algún modo con lo material: por tanto, existe un amplio campo para la investigación experimental. Sin embargo, las teorías reduccionistas tales como el materialismo, el conductivismo, y los determinismos sociales o históricos, se basan en ideologías ajenas al método experimental y, si se presentan como si estuvieran avaladas por la ciencia, habrán de ser calificadas como falsas teorías pseudocientíficas.



            Conclusiones[14]

Según el enfoque subjetivo, el conocimiento científico es un conjunto de clases especiales de creencias que mantienen los científicos. Una creencia sería científica, y por tanto sería considerada parte del conocimiento científico, si el individuo puede convencerse de que está justificada. El tipo de justificación exigido o permitido dependerá de los detalles de la teoría epistemológica que adopte. Por ejemplo, el inductivista extremo exigirá que todo el conocimiento se derive, en última instancia, de los resultados de las experiencias sensoriales directas, mientras que un filósofo influido por Descartes o Kant podría considerar posible que un individuo justifique algún conocimiento mediante un razonamiento cuidadoso. Sea cuales fueren los detalles de la postura epistemológica que adopte, la principal característica del enfoque subjetivo sigue siendo el hecho de que el conocimiento científico se construye a base de conjuntos de creencias que el individuo puede justificar de alguna manera.
Desde el punto de vista subjetivista, el estudio detallado de la ciencia y de su desarrollo supondrá los siguientes tipos de preguntas: ¿Cuál es la naturaleza de las experiencias preceptuales? ¿Qué tipo de cambio psicológico tiene lugar en un individuo cuando abandona una teoría y adopta otra? ¿Qué tipos de razones o causas son efectivas o deberían ser efectivas a la hora de producirse un cambio? ¿Qué convenció a Galileo de que Copérnico tenía razón? ¿Por qué fue cada vez más fácil que la gente creyera que la tierra se movía a medida que avanzaba el siglo XVII?
Este enfoque comporta un matiz consensual – que Peirce y Kuhn compartirían – en el que las creencias de los científicos están subordinadas a las de un tipo especial de comunidad, la comunidad científica. El conocimiento científico comprende aquellas teorías aceptadas por la comunidad. […] El enfoque consensual se presta fácilmente a una interpretación relativista.
Las cuestiones que interesan a este enfoque se acumulan a las del subjetivismo: ¿Cuáles han sido las normas que las comunidades científicas pasadas han exigido de las teorías científicas? ¿Qué razones o causas son efectivas o deberían ser efectivas a la hora de producirse un cambio en las teorías o normas de una comunidad? ¿En qué tipos de circunstancias se puede alcanzar el consenso? ¿Cuáles son las importantes diferencias que hay entre las comunidades que han alcanzado un consenso con relación a sus respectivos campos y las que no lo han logrado? ¿Cuáles fueron las principales causas del cambio de consenso concerniente a la naturaleza del universo que constituyó la revolución copernicana?
Desde el segundo punto de vista, el objetivista, constituye un error considerar que el conocimiento científico es un conjunto de creencias, ya sean individuales o colectivas. Las teorías científicas tienen una existencia autónoma independiente de la opinión consensual o individual, a pesar de que la participación de los científicos como individuos y las comunidades de los científicos sea necesaria para generar y desarrollar esas teorías. La ciencia es un proceso sin sujeto. Las teorías científicas mantienen ciertas relaciones entre sí y con los datos disponibles, tienen ciertas consecuencias; las teorías son coherentes o incoherentes, consecuentes o inconsistentes, etc., y poseen propiedades independientemente de que los científicos o las comunidades de científicos sean conscientes de ellas o no”.[15]
El enfoque objetivista lleva a preguntas del siguiente tipo: ¿Cómo se relaciona esta teoría con los datos disponibles? ¿Es coherente esta teoría y proporciona predicciones nuevas? ¿Cuál es la relación entre la teoría de Newton y la de Einstein? ¿Hay algún sentido en el que se pueda decir que la ciencia progresa en el conocimiento de la verdad?
El problema planteado pone en evidencia el terreno resbaladizo en el que la sociología de la ciencia de Merton y la Filosofía de la ciencia de Kuhn han colocado a la omnipotente ciencia. Nuevos problemas se abren ante nosotros para el futuro: la cientificidad y los criterios epistemológicos de las ciencias sociales, la verdad o las verdades, el papel de la filosofía como discernimiento supra científico sobre la ciencia, la racionalidad y su validez para el conocimiento del mundo…
 La Fides et ratio[16] muestra lo oportuno de su aparición en esta época convulsiva de la crítica radical que se hace al conocimiento científico que se creía omnipotente y que pasa por una crisis en su desarrollo que no sabemos dónde va a acabar. Si le añadimos a estos problemas los nuevos creados por los desarrollos imparables de la genética, la medicina, y las complicaciones éticas que llevan aparejadas, tendremos que convenir con Feyerabend que tal vez tendríamos que someter a la ciencia a una revisión, a una comisión de sabios que le ponga límites y que la reconduzca para reconvertirla en un bien solidario compartible de la humanidad, en lugar de un negocio impersonal y voraz dirigido por el interés manipulador y tantas veces antihumano.



[1] Mariano ARTIGAS, Filosofía de la Ciencia, Pamplona, 1999, p.151
[2] I BOCHENSKI; Los métodos actuales del pensamiento; Madrid11, 1976, pp.27-28. Citado por Nicanor URSUA, Filosofía de la ciencia y metodología científica, Bilbao2, 1983, p.107
[3] BUNGE, M; La investigación científica; (Ariel)4; Barcelona, 1975, p.24. Epistemología; (Ariel), Barcelona, 1980, p.28. Citado por Nicanor URSUA, op.cit, p.108



[4] Popper, K. R., Lógica de la investigación científica; (Tecnos)2, Madrid, 1971, pp. 16-17, citado por Nicanor URSUA, op.cit., p.115.
[5] M. Garrido,  Lógica simbólica; (Tecnos)2, Madrid, 1977, p.65, citado por Nicanor URSUA, Filosofía de la ciencia y metodología científica, Bilbao2, 1983, p.116.
[6] F. BACON, Novum Organum, libro segundo, aforismo X (Porrúa, México 1985, p.92); citado por: M. ARTIGAS, Filosofía de la Ciencia,  Pamplona, 1999, p.177.
[7] Bertrand RUSSELL, “Los problemas de la filosofía”, (Labor), Barcelona, 1978, p.64. Citado por Angel BARAHONA, Material de clase del curso Filosofía de la ciencia, Facultad de teología Redemptoris Mater, ciclo 2006-II, La punta (Perú), 2006.
[8] W. M. O’Neil, “Faits et théories”, (Armand Colin), París, 1972, p278-279. Citado por Angel BARAHONA, Material de clase del curso Filosofía de la ciencia, Facultad de teología Redemptoris Mater, ciclo 2006-II, La punta (Perú), 2006.

[9] La Teoría de Newton es más verdadera que la de Galileo aun siendo ambas falsas. Hay pues un contenido de verdad y otro de falsedad.
[10] Entre sus muchas acepciones está la de: matriz disciplinar, ejemplo a seguir, verdad compartida, creencia…
[11] Thomas Kuhn, La estructura de las revoluciones científicas, FCE, México, 1975, p.271-274. Citado por Angel BARAHONA, Material de clase del curso Filosofía de la ciencia, Facultad de teología Redemptoris Mater, ciclo 2006-II, La punta (Perú), 2006.

[12] Muchas veces, la defensa de ciertas hipótesis ante la insuficiencia de contrastaciones cruciales introduce hipótesis llamadas AD HOC, de carácter poco fiable y base especulativa. Por ejemplo: ante un adversario aristotélico, Galileo, después de haber observado cuidadosamente a través de su recién estrenado telescopio que la luna no era cristalina ni totalmente esférica y que estaba llena de montañas y cráteres, lo hizo saber como demostración. El adversario lanzó una hipótesis ad hoc tras comprobar por sus propios ojos que así era y dijo, para defender una tesis clásica llena de connotaciones religiosas (que los astros eran esferas perfectas), que había una sustancia invisible en la luna que llenaba los cráteres y cubría las montañas de tal manera que la forma de la luna era perfectamente esférica. Galileo preguntó cómo podía detectarse semejante sustancia, y se le respondió que era imposible hacerlo. Exasperado e irónico Galileo admitió que tal sustancia existía, pero que se apilaba en las montañas.
[13] Mariano ARTIGAS, Filosofía de la ciencia, Pamplona1, 1999, p.266
[14] Angel BARAHONA, Material de clase del curso Filosofía de la ciencia, Facultad de teología Redemptoris Mater, ciclo 2006-II, La punta (Perú), 2006.
[15] A. F. CHALMERS, “¿Qué es esa cosa llamada ciencia? Una valoración de la naturaleza y el estatuto de la ciencia y sus métodos”,  Madrid, 1982, p.145-148.
[16] JUAN PABLO II, Carta Encíclica “Fides et Ratio, sobre las relaciones entre la Fe y la Razón”, 1998

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