La maternidad hace que tengamos que tocar aunque sea sólo someramente el tema de la anti-maternidad que se manifiesta en los actos del aborto por un extremo y por el otro, con el tema de la concepción del hijo “a toda costa” a través de los métodos artificiales como la unión de las células reproductivas “in vitro”.[1] La justificación que se suele escuchar es: “Yo tengo “derecho” a hacer con mi vida y con mi cuerpo lo que quiera”. Para empezar, la vida no es un derecho sino un don, siempre será algo “dado”, algo “recibido”. Nosotros no decidimos nunca nacer, pasamos del “no ser” al “ser” en un instante sin ninguna participación nuestra. Para entender esto no hay que ser creyente, basta la filosofía para darse cuenta que el ser humano es un ser “relacional”, si no hay “otro” a su lado, simplemente se muere. El ser humano, a diferencia incluso de muchos animales, en el momento de nacer, es un ser total y radicalmente indigente. Hubo alguien que nos abrigó, nos bañó, nos curó, nos alimentó, nos cogió de la mano para caminar, nos protegió en el peligro, etc. Es irracional por tanto decir que yo tengo derecho sobre una vida que nunca me di, o con un cuerpo que tengo gracias a que otro me lo cuidó. La vida es un don de Dios, es él quien la da, él quien la quita.
La ley natural inscrita en el corazón del hombre es el fundamento de la unión entre un hombre y una mujer, cuyo fin es a la vez unitivo y procreativo. La historia nos ha mostrado que las naciones más fuertes son aquellas en las que sus sociedades han dado cabida a la apertura a la vida. Sólo en las sociedades en donde se defiende la vida desde su concepción hasta su deceso natural se vislumbra un futuro con esperanza y con un desarrollo humano integral y sostenido. Esta no es una concepción dogmática, fundamentalista ni mucho menos religiosa. Aristóteles, ya en el s. IV a.C., decía que todo aquello que tiene movimiento por sí mismo es un ser “vivo”. En el caso de la unión de dos células, masculina y femenina, estamos hablando, por tanto, de vida humana. Por consiguiente, el aborto se muestra como un acto intrínsecamente inmoral y las leyes deberán ser encaminadas, dado ello, a defender la vida y no a destruirla. Esta verdad, como dijimos, no sólo viene de la revelación sino del orden de la naturaleza. Una afirmación aceptada por consenso mayoritario o incluso unánime no es necesariamente verdadera. La verdad es objetiva y trasciende al hombre, por lo que está en su espíritu la sed natural de su búsqueda, la cual lo revela como radicalmente distinto de los “animalia”.
A pesar de todas las aberraciones en contra de esta verdad, la Iglesia como defensora del hombre y de la vida siempre estará al lado de la mujer para llevarla por el camino de la verdad y para ayudarla si es que ha caído en el aborto, en la anticoncepción, etc., a salir del abismo de la tristeza que todo ello le produce, ya que, por ejemplo en el caso del aborto, podrá sacar al niño de su vientre pero nunca de su mente ni de su corazón.
[1] Sobre la moralidad de la fecundación artificial la bibliografía es extensa pero me he basado en: Emiliano Jiménez, “Bioética”, (J.M.Caparrós), Madrid, 1991
Interesante publicación
ResponderEliminarGracias Javier.
EliminarLa paz
Gustavo
Por el contrario, se pide a los presbíteros la capacidad de participar en el mundo digital en constante fidelidad al mensaje del Evangelio, para ejercer su papel de animadores de comunidades que se expresan cada vez más a través de las muchas «voces» surgidas en el mundo digital. Deben anunciar el Evangelio valiéndose no sólo de los medios tradicionales, sino también de los que aporta la nueva generación de medios audiovisuales (foto, vídeo, animaciones, blogs, sitios web), ocasiones inéditas de diálogo e instrumentos útiles para la evangelización y la catequesis.
ResponderEliminarEl sacerdote podrá dar a conocer la vida de la Iglesia mediante estos modernos medios de comunicación, y ayudar a las personas de hoy a descubrir el rostro de Cristo. Para ello, ha de unir el uso oportuno y competente de tales medios –adquirido también en el período de formación– con una sólida preparación teológica y una honda espiritualidad sacerdotal, alimentada por su constante diálogo con el Señor. En el contacto con el mundo digital, el presbítero debe trasparentar, más que la mano de un simple usuario de los medios, su corazón de consagrado que da alma no sólo al compromiso pastoral que le es propio, sino al continuo flujo comunicativo de la «red» (Benedicto XVI).
Gracias Gerardo por tu comentario.
EliminarPodrías decirme la fuente de donde está tomada esta cita?
Que Dios te bendiga
Buen artículo de cara a las políticas de reproducción de hoy en día que han perdido de vista lo esencial del cristianismo.
ResponderEliminarExacto, por eso es la hora de los laicos. Sólo preparándose y comprometiéndose con la misión se puede hacer frente a este problema desde la política y demás ámbitos sociales.
ResponderEliminarGracias por tu comentario
Gustavo
Gracias Gustavo, justo a tiempo para alguien cercano que pensaba en la fecundación invitro,
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