lunes, 17 de junio de 2013

Discurso al Congreso de la República del Perú

A los señores congresistas de la República del Perú

Estimado señor presidente del Congreso de la República, estimados y respetados señores congresistas:
Ante todo doy gracias a Dios por la deferencia que han tenido hacia mi persona para invitarme a compartir unas breves reflexiones acerca del tiempo actual en nuestro país y acerca también de las oportunidades y riesgos de los fenómenos sociales post-modernos en la sociedad peruana. No creo estar a la altura de aportar algo a tan digna asamblea por lo que ruego a Dios me asista desde lo alto para que no defraudar en exceso. Al estar aquí ante ustedes, surgen sentimientos de profunda emoción porque son los sucesores de tantas personalidades que hicieron historia en este mismo recinto. Fue la sangre de tantos próceres y precursores de la independencia de esta nación que hicieron posible que exista este lugar donde sus predecesores se han reunido a tomar decisiones vitales para el país tal y como lo hacen ustedes ahora, guiándolo a través de los tan ansiados caminos de la democracia.
Entonces, tal vez convenga ahora reflexionar sobre el sentido originario de la llamada democracia. Recordemos que cuando en la antigua Grecia (s. IV a.C.) surge esta concepción, la llamada polis no era otra cosa que un conjunto de familias que anhelaban algo en común, el bien de todos sus ciudadanos, entendido este como el esplendor de los valores de verdad, sabiduría y justicia. El demos por tanto era por decirlo así una gran familia. Claro está que este modelo de familia y de democracia estaba aún lejos del que conocemos ahora; se trataba de la democracia de los más poderosos, donde el bienestar beneficiaba sólo a los sectores pudientes, existía la esclavitud, la prostitución “sagrada” y la explotación de los siervos. Es el cristianismo quien repotenció siglos después este modelo  con la aparición de la familia cristiana, la cual poseía como puro don la Verdad en plenitud por revelación.
Y es así que el modelo de democracia que nos interesa aparecerá recién en 1135 con los monjes benedictinos. Luego de que estos se extendieran por toda Europa, llegaron a fundar más de doscientos monasterios seguidores de las normas de San Benito. Entonces, para que el camino señalado por el fundador no se desvirtúe, Steban Harding decidió organizar la primera asamblea de representantes (abades) para elegir al que pudiera guiarlos según el fin común a todos los hermanos. El modelo incluso físico de la sala capitular de estos hermanos donde tomaban las decisiones más importantes es el que ha inspirado a tantos congresos en el mundo. Agregaremos algo más de los benedictinos más adelante.
Es así que la naciente democracia, por tanto, no era otra cosa que la elevación del sentir de los ciudadanos a los gobernantes y la traducción de éste sentir en acciones concretas que busquen el bien común poniendo como valor fundamental a la “persona”, concepto filosófico que también fue enriquecido profundamente por el cristianismo como ser único, irrepetible, trascendente y llamado a la búsqueda de la verdad y a la realización a través del amor.
Vemos, por tanto, que “una auténtica democracia es posible solamente en un Estado de derecho y sobre la base de una recta concepción de la persona humana[1]; siendo uno de los mayores riesgos para las democracias actuales el “relativismo ético” que anula la objetividad y universalidad de una jerarquía de valores. Se ha tomado al agnosticismo y al relativismo escéptico como las guías de políticas democráticas y se cree, no con razón, que quienes están convencidos de conocer la verdad y de regir sus actos a través de ella no son fiables desde el punto de vista democrático. Aquí conviene observar que si no existe una verdad última, entonces las ideas y las convicciones humanas pueden ser instrumentalizadas fácilmente para fines de poder[2]. “Una democracia sin valores se convierte con facilidad en un totalitarismo visible o encubierto, como demuestra la historia[3].
Consiguientemente, las autoridades políticas no deberán olvidar la dimensión moral de la representación y que dicha autoridad deberá tener como finalidad de su actuación el bien común y no el prestigio o el logro de ventajas personales, generalmente económicas. Vemos con preocupación que entre las deformaciones más graves que afectan al sistema democrático está la corrupción política[4], porque traiciona al mismo tiempo los principios de la moral y las normas de la justicia social.
Se ha querido comenzar hablando de la verdadera democracia, la familia y la persona humana porque son las realidades más golpeadas no sólo en nuestro país sino en el mundo entero. El relativismo moral está destruyendo a la persona y a la familia, esto siempre afectará el verdadero desarrollo de un país. El PBI en el Perú sigue creciendo, este último año se ha incrementado en un 8,5%. Pero, ¿son los números los que indican que un país en verdad está progresando? ¿En verdad son las cifras las que reflejan el crecimiento y desarrollo de un país? Un país no está compuesto de cifras sino de personas humanas, que sienten, que sueñan, que poseen un profundo anhelo de infinito. Los bienes materiales no llenan este vacío ni dejarán nunca de ser sólo medios y no fines. Los índices de suicidios se incrementan cada año a pesar del aumento del poder adquisitivo “per cápita”. Son más de 300 peruanos que se suicidan cada año y la cifra va en aumento. Vemos no con poca preocupación que los índices de depresión ya han llegado a un 25% de los cuales el 16%  son  mujeres y 9%  son  varones. ¿A qué podemos atribuir que la depresión sea la enfermedad más común hoy en día? ¿Está en verdad la realización personal de la mujer en el éxito profesional a toda costa, sacrificando incluso para ello su ser-madre o su ser-esposa; es decir, en la unión matrimonial con un varón? La unión del hombre con una mujer está inscrita en su esencia como ley natural a la cual Dios no ha hecho más que elevarla al orden de sacramento.[5]
La ley natural inscrita en el corazón del hombre es el fundamento de la unión entre un hombre y una mujer, cuyo fin es a la vez unitivo y procreativo. La historia nos ha mostrado que las naciones más fuertes son aquellas en las que sus sociedades han dado cabida a la apertura a la vida. Sólo en las sociedades en donde se defiende la vida desde su concepción hasta su deceso natural se vislumbra un futuro con esperanza y con un desarrollo humano integral y sostenido. Esta no es una concepción dogmática, fundamentalista ni mucho menos religiosa. Aristóteles, ya en el s. IV a.C., decía que todo aquello que tiene movimiento por sí mismo es un ser “vivo”. En el caso de la unión de dos células, masculina y femenina, estamos hablando, por tanto, de vida humana. Por consiguiente, el aborto se muestra como un acto intrínsecamente inmoral y las leyes deberán ser encaminadas, dado ello, a defender la vida y no a destruirla. Esta verdad, como dijimos, no sólo viene de la revelación sino del orden de la naturaleza. Una afirmación aceptada por consenso mayoritario o incluso unánime no es necesariamente verdadera. La verdad es objetiva y trasciende al hombre,  por lo que está en su espíritu la sed natural de su búsqueda, la cual lo revela como radicalmente distinto de los “animalia”.
Es por lo anterior que conviene fomentar esta búsqueda de la verdad sobre todo en nuestros jóvenes, tan afectados por el sin sentido de la vida y que son constantemente bombardeados a través de los “new media” con ideas que desvirtúan esta búsqueda y hace que se alienen, en consecuencia, con el alcohol, la música, el sexo desordenado, la delincuencia y con la droga, verdadero cáncer actual y pandemia de la humanidad. La legislación, por ello, debería promover una educación a nivel escolar y universitario que mire a las raíces de la educación, redescubriendo el ser metafísico que todo hombre lleva dentro por el sólo hecho de ser hombre. La educación religiosa complementará el esfuerzo de la razón por alcanzar la verdad. La fe, independientemente del credo de las personas, es un acto natural que las revela como seres creados para la trascendencia, más aún, para el encuentro con el totalmente Otro a quien Aristóteles, Platón y tantos otros filósofos llamaron Dios.
Solamente Jesucristo nos ha mostrado que este Dios es persona, todavía más, nos ha mostrado que este Dios es Padre y que nos ha creado por amor, en el amor y para el amor; y es solamente aquí que se descubre la verdad última para el hombre: la persona humana se realiza en plenitud sólo amando. Cristo, muerto y resucitado nos ha mostrado este amor del Padre, Cristo nos ha traído a Dios[6] y sólo Él puede revelar al hombre lo que es el propio hombre.[7] Nunca como hoy, se hace tan necesario mirar a Cristo para que el hombre post-moderno redescubra la grandeza de su ser personal. Los benedictinos lo hicieron en su tiempo, los movió, como dice Joseph Ratzinger, el Quaerere Deum, la búsqueda de Dios, e iniciaron así –a diferencia de romanos y griegos- la educación no sólo para los ricos, sino también para los pobres, los hijos de los campesinos y artesanos; iniciaron las universidades, los hospedajes y los hospitales.
No pocos peruanos se han encontrado con  la Verdad que es Jesucristo, y se convirtieron por ello en verdadera luz, sal y fermento de esta tierra  que  tiempo atrás se la llamó “Ciudad de los Reyes” o “Ciudad de los jardines”. Santa Rosa de Lima, san Martín de Porres, san Francisco Solano, san Juan Masías y tantos otros santos anónimos nos han mostrado que el cristianismo llevó en su tiempo y podrá seguir llevando hacia el esplendor a esta nación.
Que la virgen María aunada a la intercesión de estos grandes santos peruanos, verdaderos dones para este país y para el mundo, ruegue por nosotros ante Dios Padre para que nuestro entendimiento se ilumine por la Luz esplendorosa de la Verdad que es Cristo y que esta luz nos muestre el camino para vivir una sociedad cuyos valores de igualdad, libertad y justicia se fundamenten en la hermandad que sólo nace de una vocación trascendente de Dios Padre, el primero que nos ha amado, y que nos ha enseñado mediante el Hijo lo que es la caridad fraterna[8]. Deseo vivamente que descubran la paternidad de Dios, que ésta transforme su ser y les conceda por su gracia convertirse en verdaderos Padres de la patria.

Que Dios los bendiga
Gracias por su atención

Gustavo Arriola Guzmán
Seminarista diocesano



[1] Cf. Juan Pablo II, Cart. Enc. “Centesimus annus”, 46: AAS 83 (1991) 850. Citado por Pontificio Consejo “Justicia y Paz”, Compendio de la doctrina social de la Iglesia, (EPICONSA), Lima, 2009, p. 222
[2] Pontificio Consejo “Justicia y Paz”, Compendio de la doctrina social de la Iglesia, (EPICONSA), Lima, 2009, p. 222s
[3] Cf. Juan Pablo II, Cart. Enc. “Centesimus annus”, 46: AAS 83 (1991) 850. Citado por Pontificio Consejo “Justicia y Paz”, op. cit. p. 223
[4] Cf. Juan Pablo II, Cart. Enc. Sollicitudo rei socialis”, 44: AAS 80 (1988) 575-577. Citado por Pontificio Consejo “Justicia y Paz”, op. cit. p. 224

[5] Cf. Mt 19, 1-7; Mc 10, 1-12; Gn 1,27; Gn 2, 24
[6] Cf. Joseph Ratzinger, BENEDICTO XVI, “Jesús de Nazaret”, (Planeta); Lima, 2007; p. 69
[7] Cf. Concilio Vaticano II, Const. Past. “Gaudium et Spes”, n22
[8] Cf. BENEDICTO XVI, Carta Enc. Caritas in veritate”, n19.

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