lunes, 26 de agosto de 2013

Catequesis para jóvenes: Sansón

Sansón

El joven Sansón es escogido por Dios desde el vientre de su madre. Ya en una catequesis sobre la dignidad de la mujer decíamos que la elección de Dios se realizaba con la demostración de su poder para hacer que una mujer estéril conciba un hijo, como sucedió también en el caso de la madre de Sansón. Los hijos son un don de Dios y no un derecho del hombre. Sansón es elegido para ser juez de Israel y es bendecido por Dios con un carisma especial, las siete trenzas de su cabellera representaban el poder del Espíritu de Dios y sus siete dones; pero, de hecho, el carisma que más sobresalía en él era la fuerza física descomunal que tenía. Se cuenta en la Escritura que mató a mil filisteos armado tan sólo con la quijada de un burro.
El problema de Sansón, se podría decir en palabras simples, fue su inmadurez afectiva. En este sentido era un hombre de grandes contrastes, ‘es fuerte como un gigante y débil como un niño; seduce a las mujeres y éstas le engañan; odia a los filisteos, pero se enamora de las filisteas[1]. Con tanta fuerza física, necesitaba la ‘aceptación’ de los suyos para lo cual realizaba proezas para salvar (raíz etimológica en hebreo de ‘juez’) a su pueblo, pero también para alardear, incluso para divertir a sus paisanos. ¿No es éste el mismo problema de los jóvenes –y de muchos ‘adultos’- hoy en día? A veces impresiona todo lo que tienen que hacer los jóvenes para llamar la atención: las bandas y pandillas donde se creen superhombres que todo lo destrozan a su paso, como si fueran sansones actuales, pero no para salvar sino para destruir. Esto lo único que demuestra es que estos jóvenes son personas sumamente indigentes, débiles, carentes de afecto. Lo único que el joven está gritando al mundo con estas actitudes vandálicas es: “¡Por favor, quiéranme, porque mis padres no me quieren!” o lo que gritan subliminalmente los grupos de jovencitos ‘muertos en vida’ llamados ‘emos’, con sus ropas negras y sus rostros cubiertos por sus cabellos: “Por favor, dense cuenta de que yo existo, ya que mis padres están siempre fuera de casa, trabajando para que a mí ‘no me falte nada’”.
Pero volvamos a la historia de Sansón. El giro de esta historia se da de un modo algo dramático. Su desorden afectivo llevó a Sansón a enamorarse -luego de otras aventuras, cosa que no le estaba permitida ya que era un nazir de Dios, es decir, estaba consagrado a Dios-, de Dalila, una mujer cómplice de los filisteos, es decir, del pueblo enemigo. Ya su infidelidad a Dios había comenzado, pero con Dalila, esta infidelidad llegó a su culmen porque como dice la Escritura, Sansón ‘le abrió su corazón’ (Jc 16, 7).
El corazón es la sede de la interioridad humana. Ciertamente, como dice Jesús, es de donde nacen todas las bajas pasiones y malas intenciones (Cf. Mt 15, 19); pero, también es el ‘Sagrario’ del hombre, “el lugar santo donde Dios le habla”, como dice Juan Pablo II[2]. El corazón es el pesebre de Belén, donde a pesar de su inmundicia, Dios ha querido nacer; este corazón es la sede de la conciencia humana. Lo que hace Sansón es gravísimo. Él le cuenta el secreto del don que Dios le había regalado, le da así, como dice Jesús, sus perlas a los cerdos: “No deis a los perros lo que es santo, ni echéis vuestras perlas delante de los puercos, no sea que las pisoteen con sus patas, y después, volviéndose, os despedacen(Mt 7, 6).
Algunos dicen que Sansón se perdió por la lujuria, pero no creo que eso haya sido lo esencial. Sansón puso su corazón, el ‘sagrario’ de Dios, en esta mujer, se lo entregó. En ese sentido, Sansón rechazó libremente a Dios. Dios no lo castigó porque no está en el ser de Dios hacer el mal sino que fue Sansón quien dejó a Dios. Y como bien dijo Jesús, Dalila, volviéndose contra él, textualmente lo despedazó, le rompió el corazón. Una débil mujer le quitó el poder al joven que había matado él solo a mil filisteos. Pero si la historia tuvo este giro dramático, su final es una de las partes más conmovedoras de toda la Biblia. Dalila, conocedora de su secreto, lo sedujo, lo embriagó, le cortó las trenzas y lo entregó a los filisteos. Estos le arrancaron los ojos y lo pusieron a girar empujando un molino, como un asno. Se burlaban de él y lo trataban como a un payaso, como a un mequetrefe; el admirado y temido juez de Israel era ahora el hazmerreír de toda esa gente ebria de vino y de triunfo. Así paga el mundo y el pecado. Así deja el diablo a todo hombre que cuando estaba con Dios tenía dones increíbles. El demonio lo reduce a un animal, le quita hasta su ser-hombre, tal como viven muchos jóvenes hoy en día.
Los filisteos estaban felices de haber vencido a su principal enemigo. Con Sansón aniquilado ahora sí podrían seguir oprimiendo  a todo Israel sin nadie que les mate mil hombres ni destruya sus sembrados, ni les aterrorice. Tamaña buena noticia quisieron celebrarla con una gran fiesta. Todos sus grandes generales estaban allí porque querían ver a Sansón hecho ahora un bufón. Y lo llamaron para divertirlos. En la fiesta había tres mil hombres y mujeres y estaban también todos los tiranos de los filisteos. Pidieron llevar a Sansón al centro de la terraza para que les divierta con sus juegos. Sucedió entonces que Sansón le dijo al niño que lo llevaba de la mano: “Ponme donde pueda tocar las columnas en las que descansa el edificio para que me apoye en ellas”. Sólo cuando no ponemos resistencia a la voluntad de Dios, podemos ser conducidos hacia nuestro destino dócilmente, como quien es llevado de la mano sólo por un muchacho. Para que Sansón llegue a ese estado ha tenido que quedarse sin fuerza y sin ojos. Dios, a pesar de todo el daño que le han hecho sigue llevando su historia, como lleva la de todo hombre, porque a Dios nunca la historia se le va de las manos.[3]
Se dice que la pérdida de los ojos de Sansón representa la pérdida de la visión del amor a Dios y el amor al prójimo. Ver el amor de Dios en nuestra historia y ver a Dios en el prójimo son la máxima expresión del discernimiento. Sansón ya hace mucho que había perdido esta visión. Es interesante notar en la Escritura que Sansón le abre el corazón a Dalila cuando ella ‘le asediaba con sus palabras y le importunaba’. Pero, no fue ésta la causa última para que él le revele su secreto sino lo que sucedió fue que Sansón ya estaba ‘aburrido de la vida(Jc 16, 16). La mayor pobreza del hombre pos moderno es ya no saber para qué vive. Cuando uno no ve que los dones que posee –trabajo, familia, dinero, profesión, carismas, etc.- son fruto del amor inmenso que Dios le tiene y se pone a usarlos como si fueran suyos y en función suya; cuando uno pierde la visión de que el objetivo de la vida es amar al otro como un don, que se manifiesta en el servicio –para el caso de Sansón, proteger a su pueblo- y sólo hace las cosas para buscarse a sí mismo, tarde o temprano llegará a este dramático desenlace: descubrir que su vida no tiene sentido.
Los ojos de Sansón sólo fueron un signo para que él se dé cuenta de la visión profunda, trascendente, que él ya hace mucho había perdido. No obstante, este acontecimiento fue para él providencial, signo –aunque la apariencia muestre lo contrario- del amor que Dios nunca dejó de tenerle; “en él brilla la bondad gratuita de Dios en favor de sus elegidos[4]. Allí, sin su pueblo, sin padre, sin madre, sin mujer, sin fuerzas, sin ojos, estaba desconsoladamente solo. No podía ver a nadie a su alrededor pero escuchaba sus burlas. En efecto, más de tres mil carcajadas a su alrededor debieron parecer a sus oídos y a su alma más taladrantes que el más afilado de los aceros. Pero de pronto, luego de reflexionar sobre cómo había estado llevando su vida, sobre su infidelidad a la misión para la que Dios le había escogido, descubrió que no estaba totalmente solo. Ya las risas no importaban porque dentro de su corazón, en el silencio interior, pudo ‘ver’ que Dios estuvo detrás de todos los acontecimientos de su vida, y que esta vez Él estaba también allí, a su lado, de modo que ya sólo estaban él y Dios. Sí, aunque uno abandone a Dios, Él nunca abandona al hombre. Y levantando el rostro al cielo, levantando su faz con los ojos  que ya no tenía, exclamó esta conmovedora oración: “Señor Yahvé, dígnate acordarte de mí, hazme fuerte aunque sea sólo esta vez, oh Dios, para que de un golpe me vengue de los filisteos por mis dos ojos” (Jc 16, 28). Dios, ante una oración así no puede menos que estremecerse de compasión y se le “convulsiona el corazón” (Cf. Os 11, 8), porque Él lo único que espera es ver un corazón arrepentido, ya que un corazón contrito y humillado Dios no lo desprecia jamás (Cf. Sal 50, 19).
Sansón apoyó sus manos en estas dos columnas y de un solo golpe y gritando fuertemente: “¡Muera yo con los filisteos!”, las derribó cayendo todo el edificio  sobre los tiranos, sobre los filisteos…y sobre él.
Sansón había redescubierto cuál era su misión y así su vida volvió a tener sentido aunque sea en ese estado aparentemente sin salida, porque si volvía a tener sentido su vida, entonces también tendría sentido su muerte. Sansón mató más filisteos con su muerte que los que mató en toda su vida. Él era figura de su mismo pueblo –figura de todos nosotros-, infiel a la alianza con Dios, por lo que le vienen todos sus males. Sin embargo, a pesar de sus infidelidades, Dios hace justicia a su pueblo con él. Dios realiza sus planes con él así como es.
El joven inmaduro y egocéntrico de Sansón, finalmente actuó como todo un hombre y realizó un acto de grandeza sin precedentes en toda la historia del A.T., y se convirtió así en figura de Jesucristo, quien al igual que Sansón, con sus brazos extendidos en la cruz, también dio un fuerte grito antes de morir, y destruyó así al demonio, es decir, al pecado y a la muerte para siempre. A pesar de la aparente derrota, el grito de Sansón y el grito de Jesucristo, fueron finalmente…un grito de victoria.



[1] Cf. Emiliano Jiménez H.; “Historia de la salvación”, (Grafite), p.140
[2] Juan Pablo II, carta encíclica “Veritatis Splendor”, n54ss
[3]Cf. Joseph Ratzinger, BENEDICTO XVI, “Jesús de Nazaret”, 2a parte, (Encuentro), p.45
[4] Cf. Emiliano Jiménez, op. cit.; p.141

Prólogo a las catequesis para jóvenes: "¡Que nadie menosprecie tu juventud!"


“Que nadie menosprecie tu juventud” (1Tm4, 12)
Sobre la misión de los jóvenes en la Nueva Evangelización


 Prólogo
Poco antes de que empiece a escribir esta catequesis, se suicidaron tres jóvenes en mi ciudad (Lima); los tres en una misma semana. Lo preocupante es que esta situación no es de ahora solamente, ha comenzado ya hace un par de décadas. Los jóvenes se están destruyendo, se matan, se asesinan entre bandas, se drogan, se emborrachan, asesinan a sus padres, viven una promiscuidad sexual extrema, se entregan a la homosexualidad, al lesbianismo, se deprimen, etc. ¿Qué buscan los jóvenes?, ¿qué los lleva a este desenfreno?, ¿qué esperan?, o mejor, ¿esperan?, ¿sueñan?, ¿anhelan?, ¿aman? 
No hace mucho una amiga mía, una joven italiana[1], me escribía en una carta: “Éste es un periodo muy oscuro para Europa en general e Italia en particular: nuestra generación está muy desorientada y asustada. La sensación que tenemos es que todo está a punto de derrumbarse al suelo para siempre y esto nos quita las ganas y la capacidad de hacer proyectos, de creer en algo, de soñar un futuro mejor que este horrible presente. Hay mucha tristeza y mucha desilusión entre la gente de mi edad; y es así que son muchos los que tratan de no pensar en esta tristeza y desilusión en todas las maneras que tú puedes imaginarte. No es fácil vivir cuando una época se acaba. Nos estamos despertando de un sueño que ha durado por siglos: el Occidente ha sido por siglos el dueño del mundo, y solamente ahora empieza a darse cuenta que lo ha destruido todo y se ha destruido a sí mismo.
Cuando leía estas líneas, en febrero de este año 2012, comencé a pensar en una catequesis para los jóvenes. Lo que dice mi amiga es verdad. Tengo un hermano de mi comunidad, sacerdote, que está estudiando allá, en Italia, y me contaba que la mayoría de los jóvenes buscan pasar el tiempo en los parques. Al día siguiente amanecen los parques llenos de botellas de cerveza, de preservativos usados, porque se pasan la noche tomando, drogándose y fornicando públicamente. En España le llaman: vivir la vida “a tope” (al máximo). Pero si nos detenemos un poco, en realidadpodemos preguntarnos: ¿eso es vivir? Yo no lo creo. Eso es sobrevivir, como bien me describía mi amiga en su carta. Los jóvenes quieren llenar ese vacío que tienencon el desenfreno para olvidar, al menos un instante, lo que no pueden dejar de evidenciar: que son infelices, que están vacíos, que han llegado ‘al fondo’, ‘a tocar suelo’, a un vacío existencial profundísimo, a experimentar el sin sentido de la vida.
Según cifras de la Organización Mundial de la Salud (OMS), cada año se suicidan en el mundo cerca de un millón de personas. De hecho, después del aborto, es la primera causa de muerte violenta entre hombres y mujeres entre 15 y 34 años de edad, ya que es mayor el número de personas que mueren por su propia voluntad que aquellas muertesproducidas anualmente por el conjunto de todos los homicidios y los conflictos bélicos del planeta. En los últimos veinte años, el número de jóvenes suicidados se ha duplicado. En ese lapso, en Chile, se han quitado la vida 6000 jóvenes. En mi país (Perú) casi el 80% de los estudiantes entre 12 y 17 años han pensado en algún momento en suicidarse. En el 2010, 4400 menores de 18 años lo decidieron, más de 300 lo intentaron y 80 lo consiguieron. En el 2011, lo han intentado 6000 personas, es decir, el número sigue creciendo. ¿Cuál es el motivo? Casi todos los estudios coinciden en que la principal causa es por la desintegración familiar y, en segundo lugar, por la perplejidad que lleva a la depresión ante la competitividad que exigen los nuevos criterios económicos en un mundo globalizado. También es alarmante el aumento de los casos del temido ‘bullying’, es decir, el maltrato psicológico (burla), físico y sexual, provocado por padres, maestros, familiares cercanos y últimamente más por los propios compañeros de escuela. En países europeos las cifras generalmente se quintuplican[2].

¿Hay una esperanza de que todo esto cambie? ¿Éstos jóvenes tienen salvación? ¿Sus vidas pueden cambiar dando un vuelco de 180º? Si no estuviera convencido de que sí es posible este cambio no escribiría nada de esto. Y si lo escribo es porque ha ocurrido conmigo.
¿Qué busca un joven? Nos preguntábamos líneas arriba, y creo firmemente que es lo que busca todo hombre –varón y mujer-, busca a Dios. El problema es que lo busca donde Dios no está. Dios no está en la droga, ni en el desenfreno sexual, ni en la fama, ni en el poder, ni en el éxito y la fortuna. Si Dios estuviera allí, no se suicidarían como ocurre ahora. Dios se ha hecho hombre, ésta es la Buena Noticia (Evangelio). Lo único que necesita un joven atrapado en esta ‘sociedad de muerte’ es ver a Cristo vivo, encontrarse personalmente con el Resucitado.
Hace poco comprendí que el joven más que mil  palabras lo que realmente necesita es ver un testigo. Y todo esto lo tiene claro el Magisterio de la Iglesia: desde el mensaje a los jóvenes del Concilio Vaticano II (1965), la Carta a los jóvenes de Juan Pablo II, quien comenzó con las ya ahora célebres Jornadas Mundiales de la Juventud (JMJ), se demuestra que este interés es claro y real. Los jóvenes anhelan ver a Jesucristo, que es el Emmanuel (Dios con nosotros) y si esto está claro a nivel del Magisterio, es penoso reconocer que esta realidad no llega al nivel de las diócesis y de las parroquias. La pastoral juvenil se ha reducido a tratar al joven como a un superficial al que sólo hay que mantener “entretenido” para que no se vaya, y esto con cantos ‘cristianos’ adaptados de melodías y letras paganas, con dinámicas y juegos, pero con poca o a veces nula predicación, sin el anuncio de la Verdad que es Jesucristo (Cf. Jn 14, 6). El resultado: abandono casi total de los jóvenes luego de la Confirmación.
En las misas sólo están quedando los ancianos. Y todo porque al joven no le estamos mostrando a Jesucristo, no le estamos ayudando a que descubra quién es él, a que vea su historia iluminada a la luz de la Palabra, a que se reconcilie con esa historia, y así se curen las heridas profundas que le hayan marcado y que permitió Dios para atraerlo hacia Él cuando busque respuestas.

Hace tres años, en una parroquia, una jovencita de 17 años se me acercó mientras yo oraba delante del sagrario, y me dijo: “Mi padre me viola desde que yo tenía seis años. Se lo dije recién a mi madre y lo ha botado de la casa, pero ahora está peleada conmigo porque me echa la culpa”. ¿Cómo se le puede decir a esta chica que Dios le ama en medio de esa historia? ¿Cómo se le puede ayudar a ver que su historia está bien hecha? ¿Cómo mostrarle a Dios como un Padre bueno si al escuchar la palabra ‘padre’ recordaría al suyo que la ha violado? ¿Con bailecitos? ¿Con dinámicas reggetoneras? ¿Con jueguitos infantiles? No lo creo. A esta joven lo único que le hubiera ayudado es el kerigma de Jesucristo, el anuncio de Cristo muerto y resucitado por ella, por su padre, por mí, por todos. Dios se hizo hombre para destruir la muerte y el pecado, sufriendo y muriendo antes que nosotros para que nuestro sufrimiento tenga sentido, y así resucitemos también con Él a una vida nueva. Pero esto sólo se puede entender desde la fe, fe que comenzamos a tener precisamente a partir de este anuncio.
Para ello, para enviar a su Hijo al mundo, quiso prepararse un pueblo, Israel, germen de la Iglesia y figura de todos nosotros. Y quiso hacer con este pueblo una historia de salvación, que es ‘mi’ historia de salvación, que es ‘tu’ historia de salvación; y de esto, de mostrar que Dios no trató a los jóvenes de su pueblo como a unos infantiles superficiales, trata esta catequesis.



[1]Eleonora Spina, a quien junto con los jóvenes del Movimiento Juan XXIII dedico esta catequesis.
[2] Ver artículos publicados por: Nelly Luna Amancio, El Comercio, 23/01/11, Lima; “Jóvenes suicidas” de El Universal on Line; México; “Epidemiología del suicidio en la adolescencia y juventud” por la Dra. María Inés Romero, de la Medicina U.C., Chile; “Los suicidios en el país” cifras del Centro de prevención de suicidios del Instituto de Salud Mental Honorio Delgado, publicado en El Comercio, 11/06/12, p. A12, Perú; etc.

miércoles, 21 de agosto de 2013

Catequesis para jóvenes: Samuel

Samuel
La Biblia nos dice que el gran profeta Samuel es llamado por Dios cuando éste apenas era un niño. El niño Samuel al escuchar la voz de Dios que le llamaba por su nombre ni siquiera reconocía que era la voz de Dios quien le llamaba porque “no le conocía” (cf. 1Sm 3, 7). Se necesita de un intérprete, en este caso, el sacerdote Elí, para que se nos indique: “Si vuelves a escuchar esta voz, responde: ‘habla, Señor, que tu siervo escucha’”. Reconocer la voz de Dios que nos habla también a través de los acontecimientos de nuestra historia, ciertamente es un don de Dios, pero también este don nos llega a través de un tercero que nos ilumine la historia a la luz de la palabra de Dios. Esto es algo que nosotros necesitamos siempre a lo largo de nuestra vida.
Es curioso pero esta parte de esta catequesis la escribo precisamente estando en cama, de madrugada, porque estoy enfermo. Pero recién la escribo a la tercera noche en vela. Las dos primeras noches no hice nada más que quejarme. Pero bastó que un hermano me visitara a mi habitación (les recuerdo que soy seminarista y vivo en un seminario) y me diga algo como lo que sigue: “Gustavo, ¿no será que Dios quiere hablar contigo y esta enfermedad sólo es un pretexto para tenerte despierto y así esperar a que levantes los ojos al cielo y le hables?”. Gracias a este hermano, fue en la tercera noche, al igual que Samuel, que recién dije: ‘Habla, Señor, que tu siervo escucha’. Fue una noche estupenda, la enfermedad no se curó pero tuve una inmensa paz interior y es así que buena parte de esta catequesis se escribió así, de madrugada, desde la cruz de la enfermedad.
Samuel se convirtió en un gran profeta y también fue el primer juez de Israel. Como juez se encargó de hacer presente a su pueblo la fidelidad de Dios a pesar de la infidelidad de Israel, en quien nos podemos ver a nosotros mismos. Como dice el apóstol san Pablo: “Si le somos infieles, Dios permanece fiel” (cf. 2Tm 2, 13). Este pueblo quiso vivir luego como “los otros pueblos” y le pidió a Samuel un rey. Samuel se entristeció mucho ya que este pedido era una ofensa a Dios. Pero Dios dijo a Samuel: “Haz caso a todo lo que el pueblo te dice, no te rechazan a ti sino que me rechazan a mí porque no quieren que reine sobre ellos” (1Sm 8,7ss) ¿No sucede lo mismo cuando queremos vivir como vive el mundo, de las modas, de lo que dicen los demás, imitando cualquier ‘viento de doctrina’ que se nos atraviesa? ¿No es ésta una tentación constante? Así como el pueblo de Israel rechaza a Dios quien era conocido como ‘el Rey de Israel’ ¿no rechazamos a Dios cuando nos mueven ‘las modas’ de este mundo? ¿Cómo quién quiere vivir un joven hoy? ¿No es acaso como el actor, cantante o jugador del momento? Pero de una manera impresionante Dios permite esto para que el pueblo de Israel –que somos nosotros- se dé cuenta que esos no son reyes verdaderos.

Samuel, ya anciano, fue a Belén enviado por Dios para escoger al rey de Israel. Antes ya había ungido al primer rey, Saúl, quien no agradó a Dios y fue rechazado porque prefirió agradar al pueblo antes que a Dios. ¿No es ésta también la tentación de un joven ante el grupo de ‘amigos’ en el cual no puede defender su fe sólo por el miedo a ser ridiculizado, el miedo al rechazo? Samuel fue a Belén porque tenía que escoger al rey de entre los hijos de Jesé y pensó que era uno de ellos sólo por el hecho de ser alto y fuerte. Pero Dios le dijo: “No te fijes en la apariencia porque Dios ve el corazón” (1Sm 16,7). Él había olvidado que él mismo fue llamado cuando apenas era un niño destetado, y de hecho, será un niño el que escogerá Dios para suceder a Saúl, el último de los hijos de Jesé, que ni siquiera había sido tenido en cuenta por su padre puesto que en ese momento estaba guardando el rebaño: era pastor de ovejas. Era un niño rubio y de buena presencia. Él era el rey que Dios había elegido, el niño que llegará a ser un hombre según el corazón de Dios.

Catequesis para jóvenes: Josué

JOSUÉ

Con José, el pueblo de Israel se establece en Egipto; pero, pasadas varias generaciones, los faraones se olvidaron de José y su familia. Luego, por temor al numeroso pueblo hebreo, comenzaron a afligirlos con crueles trabajos; y sucedió así que los egipcios daban órdenes a las parteras hebreas de matar a todo niño recién nacido. El pueblo de Israel clamó a Dios quien los liberó de la esclavitud guiados por Moisés, con quien anduvieron cuarenta años en el desierto antes de ingresar a la tierra prometida.
El joven Josué, hijo de Nun, fue el sucesor de Moisés (Cf. Jos 1, 1). Él tiene la gran misión de continuar el encargo que Dios le dio a Moisés de hacer entrar a su pueblo a la tierra prometida, la tierra de Canaán “que mana leche y miel”. Josué emprenderá así la gran hazaña de la conquista de esta tierra desalojando a varios pueblos. Una de estas ciudades era Jericó, amurallada en todo su perímetro. Y así, Israel venció con un ejército reducido y armados tan sólo de cuernos (trompetas). La  gran confianza de Josué para con Dios no se consigue de la noche a la mañana sino que parte de la profunda intimidad que él tenía con el Señor. Cuenta el libro del Éxodo que Josué acompañaba a Moisés a la ‘Tienda del Encuentro’ –lugar donde aparecía la ‘gloria de Dios’ en forma de nube y donde Moisés hablaba con el Señor cara a cara, como un hombre con su amigo- y una vez que Moisés salía de allí, cubriéndose el rostro con un velo para evitar que el resplandor de su rostro deslumbrara a los que le vean, Josué se quedaba todavía dentro de la Tienda y permanecía en la presencia de Dios (Cf. Ex 33, 11).

Josué conquista la tierra prometida venciendo a los pueblos que en ella habitaban y tomando la ciudad de Jericó cuyas murallas cayeron tan sólo por el grito que les mandó hacer Dios. Previamente, Dios les mandó durante seis días dar una vuelta a la ciudad, a través de todo el perímetro de la muralla, tocando los cuernos, sin decir ni una sola palabra. Al séptimo día, les mandó hacer siete vueltas tocando las trompetas; y, finalmente, prorrumpir en un gran grito, una alarido guerrero. Al hacerlo, los muros de la ciudad de Jericó se vinieron abajo y los israelitas atacaron todos a una, cada uno por el frente de donde se encontraba. Creo que nadie en su sano juicio, al escuchar esta estrategia pensaría que esta va a funcionar. Todo este rito simboliza la liturgia cristiana. El toque de las trompetas y el grito simbolizan los cantos en la liturgia y la ‘estulticia’ de la predicación. Sin fe, vista desde fuera, parecerá una tontería, un ritualismo tonto, ineficaz, una pérdida de tiempo. Pero la liturgia es el ‘santo juego de Dios’, si se obedece, si se hace como Dios quiere que se haga, tiene la potencia para destruir los muros de nuestros duros corazones y así Dios puede entrar en él y morar en él. La ciudad de Jericó simboliza el mundo, lleno de paganismo, de rebeldía a Dios. De todo esto está lleno nuestro corazón; pero si obedecemos en entrar en el absurdo para hacer las cosas como Dios nos las indica en la santa liturgia, seremos capaces de derribar las murallas del odio que divide a los hombres en el mundo, del que era símbolo la ciudad de Jericó.