“Que nadie menosprecie
tu juventud” (1Tm4, 12)
Sobre
la misión de los jóvenes en la Nueva Evangelización
Prólogo
Poco
antes de que empiece a escribir esta catequesis, se suicidaron tres jóvenes en
mi ciudad (Lima); los tres en una misma semana. Lo preocupante es que esta
situación no es de ahora solamente, ha comenzado ya hace un par de décadas. Los
jóvenes se están destruyendo, se matan, se asesinan entre bandas, se drogan, se
emborrachan, asesinan a sus padres, viven una promiscuidad sexual extrema, se
entregan a la homosexualidad, al lesbianismo, se deprimen, etc. ¿Qué buscan los
jóvenes?, ¿qué los lleva a este desenfreno?, ¿qué esperan?, o mejor, ¿esperan?,
¿sueñan?, ¿anhelan?, ¿aman?
No
hace mucho una amiga mía, una joven italiana[1],
me escribía en una carta: “Éste es un
periodo muy oscuro para Europa en general e Italia en particular: nuestra
generación está muy desorientada y asustada. La sensación que tenemos es que
todo está a punto de derrumbarse al suelo para siempre y esto nos quita las
ganas y la capacidad de hacer proyectos, de creer en algo, de soñar un futuro
mejor que este horrible presente. Hay mucha tristeza y mucha desilusión entre
la gente de mi edad; y es así que son muchos los que tratan de no pensar en
esta tristeza y desilusión en todas las maneras que tú puedes imaginarte. No es
fácil vivir cuando una época se acaba. Nos estamos despertando de un sueño que
ha durado por siglos: el Occidente ha sido por siglos el dueño del mundo, y
solamente ahora empieza a darse cuenta que lo ha destruido todo y se ha
destruido a sí mismo”.
Cuando
leía estas líneas, en febrero de este año 2012, comencé a pensar en una
catequesis para los jóvenes. Lo que dice mi amiga es verdad. Tengo un hermano
de mi comunidad, sacerdote, que está estudiando allá, en Italia, y me contaba
que la mayoría de los jóvenes buscan pasar el tiempo en los parques. Al día
siguiente amanecen los parques llenos de botellas de cerveza, de preservativos
usados, porque se pasan la noche tomando, drogándose y fornicando públicamente.
En España le llaman: vivir la vida “a
tope” (al máximo). Pero si nos detenemos un poco, en realidadpodemos
preguntarnos: ¿eso es vivir? Yo no lo creo. Eso es sobrevivir, como bien me
describía mi amiga en su carta. Los jóvenes quieren llenar ese vacío que tienencon
el desenfreno para olvidar, al menos un instante, lo que no pueden dejar de
evidenciar: que son infelices, que están vacíos, que han llegado ‘al fondo’, ‘a
tocar suelo’, a un vacío existencial profundísimo, a experimentar el sin
sentido de la vida.
Según
cifras de la Organización Mundial de la Salud (OMS), cada año se suicidan en el
mundo cerca de un millón de personas. De hecho, después del aborto, es la
primera causa de muerte violenta entre hombres y mujeres entre 15 y 34 años de
edad, ya que es mayor el número de personas que mueren por su propia voluntad
que aquellas muertesproducidas anualmente por el conjunto de todos los
homicidios y los conflictos bélicos del planeta. En los últimos veinte años, el
número de jóvenes suicidados se ha duplicado. En ese lapso, en Chile, se han
quitado la vida 6000 jóvenes. En mi país (Perú) casi el 80% de los estudiantes
entre 12 y 17 años han pensado en algún momento en suicidarse. En el 2010, 4400
menores de 18 años lo decidieron, más de 300 lo intentaron y 80 lo
consiguieron. En el 2011, lo han intentado 6000 personas, es decir, el número
sigue creciendo. ¿Cuál es el motivo? Casi todos los estudios coinciden en que
la principal causa es por la desintegración familiar y, en segundo lugar, por
la perplejidad que lleva a la depresión ante la competitividad que exigen los
nuevos criterios económicos en un mundo globalizado. También es alarmante el aumento
de los casos del temido ‘bullying’,
es decir, el maltrato psicológico (burla), físico y sexual, provocado por
padres, maestros, familiares cercanos y últimamente más por los propios
compañeros de escuela. En países europeos las cifras generalmente se
quintuplican[2].
¿Hay
una esperanza de que todo esto cambie? ¿Éstos jóvenes tienen salvación? ¿Sus
vidas pueden cambiar dando un vuelco de 180º? Si no estuviera convencido de que
sí es posible este cambio no escribiría nada de esto. Y si lo escribo es porque
ha ocurrido conmigo.
¿Qué
busca un joven? Nos preguntábamos líneas arriba, y creo firmemente que es lo
que busca todo hombre –varón y mujer-, busca a Dios. El problema es que lo
busca donde Dios no está. Dios no está en la droga, ni en el desenfreno sexual,
ni en la fama, ni en el poder, ni en el éxito y la fortuna. Si Dios estuviera
allí, no se suicidarían como ocurre ahora. Dios se ha hecho hombre, ésta es la
Buena Noticia (Evangelio). Lo único que necesita un joven atrapado en esta ‘sociedad
de muerte’ es ver a Cristo vivo, encontrarse personalmente con el Resucitado.
Hace
poco comprendí que el joven más que mil
palabras lo que realmente necesita es ver un testigo. Y todo esto lo
tiene claro el Magisterio de la Iglesia: desde el mensaje a los jóvenes del
Concilio Vaticano II (1965), la Carta a los jóvenes de Juan Pablo II, quien
comenzó con las ya ahora célebres Jornadas Mundiales de la Juventud (JMJ), se
demuestra que este interés es claro y real. Los jóvenes anhelan ver a
Jesucristo, que es el Emmanuel (Dios con nosotros) y si esto está claro a nivel
del Magisterio, es penoso reconocer que esta realidad no llega al nivel de las diócesis
y de las parroquias. La pastoral juvenil se ha reducido a tratar al joven como
a un superficial al que sólo hay que mantener “entretenido” para que no se
vaya, y esto con cantos ‘cristianos’ adaptados de melodías y letras paganas,
con dinámicas y juegos, pero con poca o a veces nula predicación, sin el
anuncio de la Verdad que es Jesucristo (Cf. Jn 14, 6). El resultado: abandono
casi total de los jóvenes luego de la Confirmación.
En
las misas sólo están quedando los ancianos. Y todo porque al joven no le
estamos mostrando a Jesucristo, no le estamos ayudando a que descubra quién es
él, a que vea su historia iluminada a la luz de la Palabra, a que se reconcilie
con esa historia, y así se curen las heridas profundas que le hayan marcado y
que permitió Dios para atraerlo hacia Él cuando busque respuestas.
Hace
tres años, en una parroquia, una jovencita de 17 años se me acercó mientras yo
oraba delante del sagrario, y me dijo: “Mi
padre me viola desde que yo tenía seis años. Se lo dije recién a mi madre y lo
ha botado de la casa, pero ahora está peleada conmigo porque me echa la culpa”.
¿Cómo se le puede decir a esta chica que Dios le ama en medio de esa historia?
¿Cómo se le puede ayudar a ver que su historia está bien hecha? ¿Cómo mostrarle
a Dios como un Padre bueno si al escuchar la palabra ‘padre’ recordaría al suyo
que la ha violado? ¿Con bailecitos? ¿Con dinámicas reggetoneras? ¿Con jueguitos infantiles? No lo creo. A esta joven
lo único que le hubiera ayudado es el kerigma de Jesucristo, el anuncio de
Cristo muerto y resucitado por ella, por su padre, por mí, por todos. Dios se
hizo hombre para destruir la muerte y el pecado, sufriendo y muriendo antes que
nosotros para que nuestro sufrimiento tenga sentido, y así resucitemos también
con Él a una vida nueva. Pero esto sólo se puede entender desde la fe, fe que
comenzamos a tener precisamente a partir de este anuncio.
Para
ello, para enviar a su Hijo al mundo, quiso prepararse un pueblo, Israel, germen
de la Iglesia y figura de todos nosotros. Y quiso hacer con este pueblo una
historia de salvación, que es ‘mi’ historia de salvación, que es ‘tu’ historia
de salvación; y de esto, de mostrar que Dios no trató a los jóvenes de su
pueblo como a unos infantiles superficiales, trata esta catequesis.
[1]Eleonora Spina, a quien junto con los jóvenes del Movimiento Juan XXIII
dedico esta catequesis.
[2] Ver artículos publicados por: Nelly Luna Amancio, El Comercio,
23/01/11, Lima; “Jóvenes suicidas” de
El Universal on Line; México; “Epidemiología del suicidio en la
adolescencia y juventud” por la Dra. María Inés Romero, de la Medicina U.C., Chile; “Los suicidios en el país” cifras del
Centro de prevención de suicidios del Instituto de Salud Mental Honorio
Delgado, publicado en El Comercio,
11/06/12, p. A12, Perú; etc.
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