miércoles, 10 de julio de 2013

Homilía sobre la Asunción de la Virgen

1ª Lectura: Ap 11, 19; 12, 1.3-6.10
Sal 44, 11-12.16
2ª Lectura: 1Co 15, 20-27
Evangelio: Lc 1, 39-56
Homilía

Queridos hermanos:
Estas lecturas que nos regala la Iglesia en esta solemnidad, nos hablan de la grandeza de la vocación a la que estamos llamados todos nosotros: a la santidad. En el evangelio, María ya ha concebido al que es tres veces santo, y su primera reacción es salir inmediatamente al encuentro del otro, sale de sí misma para ponerse a servir. Servir quiere decir reinar. Es por ello que la Mujer que nos presenta el Apocalipsis es una mujer con una ‘corona’, es decir, una reina.
Isabel le dice a su prima María algo muy importante: “¡Feliz la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor!” (Lc 1,45). Todo empieza aquí, con el don de la fe. La fe viene por la predicación, por la escucha de la palabra de Dios. Quien luego de escuchar, asiente desde su libertad al plan que Dios tiene para con cada uno, comienza desde ya a ser ‘feliz’, a ser ‘bienaventurado’, a ser ‘santo’. Estas palabras son sinónimas. Cuando esto ocurre, ya el hombre ha pasado de la muerte a la vida (cf. Jn 5, 24), comenzado una vida totalmente nueva (cf. Rm 6, 4), como dice san Pablo en la segunda lectura, ya se ha vencido a la muerte, de tal manera que ya no se vive para sí sino para Cristo (cf. 2Co 5, 15), hecho que se concretiza cuando se vive para los demás.
En la Mujer vestida del Sol, la Iglesia nos invita a contemplar a María como su primera figura. En ella, la madre Dios, se muestra el triunfo de la humanidad, el triunfo de la nueva Eva y el nuevo Adán, Cristo. Curiosamente, como dice Juan Pablo II, es en ‘lo femenino’ donde se asume todo lo humano.[1] En la “Mujer vestida del sol” se refleja la lucha fundamental a favor del hombre: Dios le confía a la mujer de un modo especial al hombre, a todo el hombre, varón y mujer, de todos los lugares, de todos los tiempos.[2] Esta “señal de la mujer” no tiene solamente un significado escatológico y nada más, sino que también tiene un significado pragmático, así pues, la “señal de la mujer” remite a la mujer misma, a todas las mujeres en cuanto tales. La mujer existe entonces como ayuda adecuada para que el amor de Dios se derrame en los corazones (Cf. Rm 5, 5) de todos los hombres. Por tanto, la dignidad de la mujer es medida en razón del amor, de allí la grandeza de su vocación.
Queridos hermanos, en esta solemnidad de la Asunción de la virgen María, pidámosle a ella que nos conceda la gracia de creer en la redención de su Hijo, y así podamos vivir desde ya este triunfo suyo y el de su Hijo Jesucristo, como lo que es, un triunfo nuestro. Y así, entremos en la alegría de descubrirnos reyes, reyes que se consagren, desde la vocación a la que son llamados, al servicio de los demás. Así sea.



[1] Cf. Juan Pablo II, Carta Apostólica “Mulieris Dignitatem” n°4
[2] Op. Cit. N°30

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