Sansón
El
joven Sansón es escogido por Dios desde el vientre de su madre. Ya en una
catequesis sobre la dignidad de la mujer decíamos que la elección de Dios se
realizaba con la demostración de su poder para hacer que una mujer estéril
conciba un hijo, como sucedió también en el caso de la madre de Sansón. Los
hijos son un don de Dios y no un derecho del hombre. Sansón es elegido para ser
juez de Israel y es bendecido por Dios con un carisma especial, las siete
trenzas de su cabellera representaban el poder del Espíritu de Dios y sus siete
dones; pero, de hecho, el carisma que más sobresalía en él era la fuerza física
descomunal que tenía. Se cuenta en la Escritura que mató a mil filisteos armado
tan sólo con la quijada de un burro.
El
problema de Sansón, se podría decir en palabras simples, fue su inmadurez
afectiva. En este sentido era un hombre de grandes contrastes, ‘es fuerte como un gigante y débil como un
niño; seduce a las mujeres y éstas le engañan; odia a los filisteos, pero se
enamora de las filisteas’[1].
Con tanta fuerza física, necesitaba la ‘aceptación’ de los suyos para lo cual
realizaba proezas para salvar (raíz
etimológica en hebreo de ‘juez’) a su pueblo, pero también para alardear, incluso
para divertir a sus paisanos. ¿No es éste el mismo problema de los jóvenes –y
de muchos ‘adultos’- hoy en día? A veces impresiona todo lo que tienen que
hacer los jóvenes para llamar la atención: las bandas y pandillas donde se
creen superhombres que todo lo destrozan a su paso, como si fueran sansones
actuales, pero no para salvar sino para destruir. Esto lo único que demuestra
es que estos jóvenes son personas sumamente indigentes, débiles, carentes de
afecto. Lo único que el joven está gritando al mundo con estas actitudes
vandálicas es: “¡Por favor, quiéranme, porque mis padres no me quieren!” o lo
que gritan subliminalmente los grupos de jovencitos ‘muertos en vida’ llamados ‘emos’,
con sus ropas negras y sus rostros cubiertos por sus cabellos: “Por favor,
dense cuenta de que yo existo, ya que mis padres están siempre fuera de casa,
trabajando para que a mí ‘no me falte
nada’”.
Pero
volvamos a la historia de Sansón. El giro de esta historia se da de un modo algo
dramático. Su desorden afectivo llevó a Sansón a enamorarse -luego de otras
aventuras, cosa que no le estaba permitida ya que era un nazir de Dios, es decir, estaba consagrado a Dios-, de Dalila, una
mujer cómplice de los filisteos, es decir, del pueblo enemigo. Ya su
infidelidad a Dios había comenzado, pero con Dalila, esta infidelidad llegó a
su culmen porque como dice la Escritura, Sansón ‘le abrió su corazón’ (Jc 16, 7).
El
corazón es la sede de la interioridad humana. Ciertamente, como dice Jesús, es
de donde nacen todas las bajas pasiones y malas intenciones (Cf. Mt 15, 19); pero,
también es el ‘Sagrario’ del hombre, “el lugar santo donde Dios le habla”, como
dice Juan Pablo II[2].
El corazón es el pesebre de Belén, donde a pesar de su inmundicia, Dios ha
querido nacer; este corazón es la sede de la conciencia humana. Lo que hace
Sansón es gravísimo. Él le cuenta el secreto del don que Dios le había
regalado, le da así, como dice Jesús, sus perlas a los cerdos: “No deis a los perros lo que es santo, ni
echéis vuestras perlas delante de los puercos, no sea que las pisoteen con sus
patas, y después, volviéndose, os despedacen” (Mt 7, 6).
Algunos
dicen que Sansón se perdió por la lujuria, pero no creo que eso haya sido lo
esencial. Sansón puso su corazón, el ‘sagrario’ de Dios, en esta mujer, se lo
entregó. En ese sentido, Sansón rechazó libremente a Dios. Dios no lo castigó
porque no está en el ser de Dios hacer el mal sino que fue Sansón quien dejó a
Dios. Y como bien dijo Jesús, Dalila, volviéndose contra él, textualmente lo
despedazó, le rompió el corazón. Una débil mujer le quitó el poder al joven que
había matado él solo a mil filisteos. Pero si la historia tuvo este giro
dramático, su final es una de las partes más conmovedoras de toda la Biblia.
Dalila, conocedora de su secreto, lo sedujo, lo embriagó, le cortó las trenzas
y lo entregó a los filisteos. Estos le arrancaron los ojos y lo pusieron a
girar empujando un molino, como un asno. Se burlaban de él y lo trataban como a
un payaso, como a un mequetrefe; el admirado y temido juez de Israel era ahora
el hazmerreír de toda esa gente ebria de vino y de triunfo. Así paga el mundo y
el pecado. Así deja el diablo a todo hombre que cuando estaba con Dios tenía
dones increíbles. El demonio lo reduce a un animal, le quita hasta su ser-hombre, tal como viven muchos
jóvenes hoy en día.
Los
filisteos estaban felices de haber vencido a su principal enemigo. Con Sansón
aniquilado ahora sí podrían seguir oprimiendo
a todo Israel sin nadie que les mate mil hombres ni destruya sus
sembrados, ni les aterrorice. Tamaña buena noticia quisieron celebrarla con una
gran fiesta. Todos sus grandes generales estaban allí porque querían ver a Sansón
hecho ahora un bufón. Y lo llamaron para divertirlos. En la fiesta había tres
mil hombres y mujeres y estaban también todos los tiranos de los filisteos.
Pidieron llevar a Sansón al centro de la terraza para que les divierta con sus
juegos. Sucedió entonces que Sansón le dijo al niño que lo llevaba de la mano:
“Ponme donde pueda tocar las columnas en
las que descansa el edificio para que me apoye en ellas”. Sólo cuando no
ponemos resistencia a la voluntad de Dios, podemos ser conducidos hacia nuestro
destino dócilmente, como quien es llevado de la mano sólo por un muchacho. Para
que Sansón llegue a ese estado ha tenido que quedarse sin fuerza y sin ojos.
Dios, a pesar de todo el daño que le han hecho sigue llevando su historia, como
lleva la de todo hombre, porque a Dios
nunca la historia se le va de las manos.[3]
Se
dice que la pérdida de los ojos de Sansón representa la pérdida de la visión del amor a Dios
y el amor al prójimo. Ver el amor de Dios en nuestra historia y ver a Dios en
el prójimo son la máxima expresión del discernimiento. Sansón ya hace mucho que
había perdido esta visión. Es interesante notar en la Escritura que Sansón le
abre el corazón a Dalila cuando ella ‘le
asediaba con sus palabras y le importunaba’. Pero, no fue ésta la causa
última para que él le revele su secreto sino lo que sucedió fue que Sansón ya
estaba ‘aburrido de la vida’ (Jc 16, 16). La mayor pobreza del hombre
pos moderno es ya no saber para qué vive. Cuando uno no ve que los dones que
posee –trabajo, familia, dinero, profesión, carismas, etc.- son fruto del amor
inmenso que Dios le tiene y se pone a usarlos como si fueran suyos y en función
suya; cuando uno pierde la visión de que el objetivo de la vida es amar al otro
como un don, que se manifiesta en el servicio –para el caso de Sansón, proteger
a su pueblo- y sólo hace las cosas para buscarse a sí mismo, tarde o temprano
llegará a este dramático desenlace: descubrir que su vida no tiene sentido.
Los
ojos de Sansón sólo fueron un signo para que él se dé cuenta de la visión
profunda, trascendente, que él ya hace mucho había perdido. No obstante, este
acontecimiento fue para él providencial, signo –aunque la apariencia muestre lo
contrario- del amor que Dios nunca dejó de tenerle; “en él brilla la bondad gratuita de Dios en favor de sus elegidos”[4].
Allí, sin su pueblo, sin padre, sin madre, sin mujer, sin fuerzas, sin ojos,
estaba desconsoladamente solo. No podía ver a nadie a su alrededor pero
escuchaba sus burlas. En efecto, más de tres mil carcajadas a su alrededor debieron
parecer a sus oídos y a su alma más taladrantes que el más afilado de los aceros.
Pero de pronto, luego de reflexionar sobre cómo había estado llevando su vida,
sobre su infidelidad a la misión para la que Dios le había escogido, descubrió que
no estaba totalmente solo. Ya las risas no importaban porque dentro de su corazón,
en el silencio interior, pudo ‘ver’ que Dios estuvo detrás de todos los
acontecimientos de su vida, y que esta vez Él estaba también allí, a su lado,
de modo que ya sólo estaban él y Dios. Sí, aunque uno abandone a Dios, Él nunca
abandona al hombre. Y levantando el rostro al cielo, levantando su faz con los
ojos que ya no tenía, exclamó esta
conmovedora oración: “Señor Yahvé,
dígnate acordarte de mí, hazme fuerte aunque sea sólo esta vez, oh Dios, para
que de un golpe me vengue de los filisteos por mis dos ojos” (Jc 16, 28).
Dios, ante una oración así no puede menos que estremecerse de compasión y se le
“convulsiona el corazón” (Cf. Os 11,
8), porque Él lo único que espera es ver un corazón arrepentido, ya que un
corazón contrito y humillado Dios no lo desprecia jamás (Cf. Sal 50, 19).
Sansón
apoyó sus manos en estas dos columnas y de un solo golpe y gritando
fuertemente: “¡Muera yo con los
filisteos!”, las derribó cayendo todo el edificio sobre los tiranos, sobre los filisteos…y
sobre él.
Sansón
había redescubierto cuál era su misión y así su vida volvió a tener sentido
aunque sea en ese estado aparentemente sin salida, porque si volvía a tener
sentido su vida, entonces también tendría sentido su muerte. Sansón mató más
filisteos con su muerte que los que mató en toda su vida. Él era figura de su
mismo pueblo –figura de todos nosotros-, infiel a la alianza con Dios, por lo
que le vienen todos sus males. Sin embargo, a pesar de sus infidelidades, Dios
hace justicia a su pueblo con él. Dios realiza sus planes con él así como es.
El
joven inmaduro y egocéntrico de Sansón, finalmente actuó como todo un hombre y
realizó un acto de grandeza sin precedentes en toda la historia del A.T., y se
convirtió así en figura de Jesucristo, quien al igual que Sansón, con sus
brazos extendidos en la cruz, también dio un fuerte grito antes de morir, y
destruyó así al demonio, es decir, al pecado y a la muerte para siempre. A
pesar de la aparente derrota, el grito de Sansón y el grito de Jesucristo,
fueron finalmente…un grito de victoria.
Estupendo...!!!
ResponderEliminarRealmente estupendo. Gracias Gustavo. Me ha dado luz para estos los momentos que voy pasando. Y genial lo que dice Benedicto XVI: A Dios nunca se le va la historia de las manos... Simplemente genial.
;)
Qué bueno, Carlos, que te haya ayudado. Para mayor gloria de Dios. Promociona el blog a ver si a otros también les ayuda.
EliminarQue Dios te bendiga.
Gustavo
Muchas bendiciones Gustavo, esta catequesis es realmente iluminadora para mi vida. Que Dios te siga bendiciones con esos dones que están al servicio de la Iglesia.
ResponderEliminarEstupendo Padre Orestes, me alegra que te haya ayudado. Estamos para servirte.
EliminarUn abrazo
Gustavo
Recién termino de leerlo a pesar de que empecé en la mañana, repasé la Escritura y todo. Me pareció genial y motivador, espero que sigas escribiendo que por acá nosotros seguiremos aprehendiendo las buenas cosas de tu catequesis que no sólo es para jóvenes. Un abrazo.
EliminarQué bueno que te haya motivo Lucho!
EliminarÁnimo! y un abrazo tmb para ti y tu familia.
Gustavo
Desde luego Dios es uno, un mismo espíritu y un mismo sentir. Hace dos domingos en las laúdes a mis hijos les hablé de Sansón y Dalila, me ayudó hace tiempo el figuras bíblicas de Emiliano, y tú catequesis es muy parecida a la que me inspiró el Señor en esa mañana. Que Dios te bendiga y sigas escribiendo catequesis. Lo que sí veo que las siete trenzas son los dones del Espírituspíritu Santo, pero también en la escritura el pelo es figura de la fé. Un abrazo y gracias, LA PAZ.
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