miércoles, 21 de agosto de 2013

Catequesis para jóvenes: Josué

JOSUÉ

Con José, el pueblo de Israel se establece en Egipto; pero, pasadas varias generaciones, los faraones se olvidaron de José y su familia. Luego, por temor al numeroso pueblo hebreo, comenzaron a afligirlos con crueles trabajos; y sucedió así que los egipcios daban órdenes a las parteras hebreas de matar a todo niño recién nacido. El pueblo de Israel clamó a Dios quien los liberó de la esclavitud guiados por Moisés, con quien anduvieron cuarenta años en el desierto antes de ingresar a la tierra prometida.
El joven Josué, hijo de Nun, fue el sucesor de Moisés (Cf. Jos 1, 1). Él tiene la gran misión de continuar el encargo que Dios le dio a Moisés de hacer entrar a su pueblo a la tierra prometida, la tierra de Canaán “que mana leche y miel”. Josué emprenderá así la gran hazaña de la conquista de esta tierra desalojando a varios pueblos. Una de estas ciudades era Jericó, amurallada en todo su perímetro. Y así, Israel venció con un ejército reducido y armados tan sólo de cuernos (trompetas). La  gran confianza de Josué para con Dios no se consigue de la noche a la mañana sino que parte de la profunda intimidad que él tenía con el Señor. Cuenta el libro del Éxodo que Josué acompañaba a Moisés a la ‘Tienda del Encuentro’ –lugar donde aparecía la ‘gloria de Dios’ en forma de nube y donde Moisés hablaba con el Señor cara a cara, como un hombre con su amigo- y una vez que Moisés salía de allí, cubriéndose el rostro con un velo para evitar que el resplandor de su rostro deslumbrara a los que le vean, Josué se quedaba todavía dentro de la Tienda y permanecía en la presencia de Dios (Cf. Ex 33, 11).

Josué conquista la tierra prometida venciendo a los pueblos que en ella habitaban y tomando la ciudad de Jericó cuyas murallas cayeron tan sólo por el grito que les mandó hacer Dios. Previamente, Dios les mandó durante seis días dar una vuelta a la ciudad, a través de todo el perímetro de la muralla, tocando los cuernos, sin decir ni una sola palabra. Al séptimo día, les mandó hacer siete vueltas tocando las trompetas; y, finalmente, prorrumpir en un gran grito, una alarido guerrero. Al hacerlo, los muros de la ciudad de Jericó se vinieron abajo y los israelitas atacaron todos a una, cada uno por el frente de donde se encontraba. Creo que nadie en su sano juicio, al escuchar esta estrategia pensaría que esta va a funcionar. Todo este rito simboliza la liturgia cristiana. El toque de las trompetas y el grito simbolizan los cantos en la liturgia y la ‘estulticia’ de la predicación. Sin fe, vista desde fuera, parecerá una tontería, un ritualismo tonto, ineficaz, una pérdida de tiempo. Pero la liturgia es el ‘santo juego de Dios’, si se obedece, si se hace como Dios quiere que se haga, tiene la potencia para destruir los muros de nuestros duros corazones y así Dios puede entrar en él y morar en él. La ciudad de Jericó simboliza el mundo, lleno de paganismo, de rebeldía a Dios. De todo esto está lleno nuestro corazón; pero si obedecemos en entrar en el absurdo para hacer las cosas como Dios nos las indica en la santa liturgia, seremos capaces de derribar las murallas del odio que divide a los hombres en el mundo, del que era símbolo la ciudad de Jericó.

1 comentario:

  1. Los muros de nuestros "dioses", es lo que debe ser derribado con la perseverancia de nuestros corazones ansiosos de reconciliación con Dios. Decir "sí" a todo momento y hacer de la liturgia ese alimento real que nos permite entregarnos a la escucha para hacerlo palpable en nuestros actos. Un grito, muchas veces desesperado, rompe los muros de nuestras necedades.

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