lunes, 27 de mayo de 2013

El día en común II


EL DÍA EN COMÚN II

·         La lectura bíblica II y el canto en común
·         La mesa de la comunidad
·         El trabajo
·         La oración de la noche
Por otra parte cabe preguntarse, ¿cómo podemos ayudar a un hermano en sus miserias y tribulaciones sin recurrir a la propia palabra de Dios? Todas nuestras palabras fracasan enseguida. En cambio, aquel que como un “buen padre de familia saca de su tesoro cosas nuevas y cosas viejas” (Mt 13, 52); aquel que puede hablar inspirándose en la abundancia de la Palabra de Dios, podrá exorcizar al demonio mediante ella y ayudar a los hermanos. Como dice san Pablo: “y que desde niño conoces las Sagradas Escrituras que pueden darte la sabiduría que lleva a la salvación mediante la fe en Cristo Jesús” (2 Tm3, 15)
¿Cómo leer la Sagrada Escritura? Dentro de la comunidad será conveniente que la lectura sea confiada por turno a los integrantes de esa comunidad. El que lee no debe identificarse jamás con el “yo” que habla en la Escritura. Toda la diferencia entre la lectura recta y la falsa reside en el hecho de que yo no me ponga en el lugar de Dios sino que le sirva con toda sencillez. Un ejemplo profano podríamos decir que sería la situación del que lee la Escritura como la persona que lee a otra la carta de un amigo. La recta lectura de la Escritura no es un ejercicio que puede ser aprendido, sino que su fuerza aumenta o disminuye de acuerdo con la propia disposición espiritual.
Lo mismo sucede con el canto común. Es el cántico sencillo de los hijos de esta tierra llamados a ser hijos de Dios; no es estático ni exaltado, sino centrado en la Palabra revelada de Dios con sobriedad, gratitud y recogimiento. Por esto cantar en comunidad es un asunto espiritual que requiere algunas presuposiciones como entregarse a la Palabra, hacerse miembro de la comunidad, mucha humildad y mucha disciplina. Allí donde el corazón no toma parte en el canto no se producirá otra cosa que el repulsivo caos de la auto-alabanza humana. Allí donde no se canta al Señor se canta en honor de uno mismo o de la música. De esta manera el cántico se transforma en cántico idólatra. Volveremos sobre este punto en el último tema de este ciclo de charlas.
Volviendo al tema de la mesa de la comunidad ampliaremos el marco ya no a la familia como comunidad doméstica sino al de la comunidad con los hermanos del grupo de la parroquia en el día donde deciden pasarlo juntos que se recomienda sea por lo menos una vez al mes.  La comunidad cristiana recibe el alimento diario de la mano del Señor. Desde que Jesucristo estuvo sentado a la mesa con sus discípulos, la mesa de la comunidad es bendecida por su presencia. “Sentado a la mesa con ellos, tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo iba dando. Entonces se les abrieron los ojos y le reconocieron” (Lc 24, 30s). La comida en común de los que son unidos por Cristo tiene el poder de hacer que se “abran nuestros ojos” para reconocerlo a través de los dones. La comunidad reconoce que todos los dones terrestres le son dados tan sólo por Cristo como Señor y dador de todos los dones. Es por ello que la mesa de la comunidad tiene algo de festivo. Ella es el recuerdo del descanso de Dios después de su obra. Nuestra vida no es solamente fatiga y trabajo; también es recreación y gozo por la bondad de Dios. El hombre no debe comer “pan de dolores” (Sal 127, 2) sino “come tu pan con gozo” (Qo 9,7). Dios no quiere nuestra manera parca de comer nuestro pan entre suspiros, con ajetreo presumido y hasta con vergüenza (porque se le considere tiempo ‘improductivo’). Mediante la comida diaria nos llama a la alegría, a una fiesta en medio de la jornada diaria. Por eso Nadie habrá de pasar hambre mientras otro tenga pan porque es ‘nuestro’ pan diario el que comemos, no el mío propio. Mientras comamos juntos nuestro pan quedaremos satisfechos con lo poco que sea. Sólo allí donde alguien quiere guardar para sí mismo su propio pan empieza el hambre.
Después de la primera hora de la mañana, el día del cristiano es consagrado hasta el anochecer al trabajo. “Sale el hombre a su labor, y a su labranza hasta la tarde” (Sal 104, 23). La comunidad se separará en la mayoría de los casos durante el tiempo de trabajo. Orar y trabajar son dos cosas distintas. También la oración requiere su tiempo pero el largo del día pertenece al trabajo. La oración no debe ser impedida por el trabajo, más tampoco el trabajo por la oración. Sin la carga y el trabajo del día, la oración no es oración y sin la oración, el trabajo no es trabajo. El trabajo no es una maldición de Dios por el pecado porque el mundo de “las cosas” no es más que una herramienta en la mano de Dios para depurar al cristiano de todo egocentrismo y egoísmo. El trabajo se convierte en remedio contra la pereza e indolencia de su carne. Sin embargo, esto solo puede hacerse realidad allí donde el cristiano se abre paso a través de “las cosas” al “Tú” del Dios que le encomienda el trabajo.  “Todo cuanto hagan, sea de palabra o de obra, háganlo todo en el nombre del Señor Jesús” (Col 3, 17). El orden durante el trabajo brotará de la oración matutina. “Y todo lo que hagan, háganlo con el corazón, como para el Señor y no para los hombres” (Col 3, 23). Las fuerzas para el trabajo crecen cuando hemos rogado a Dios que nos conceda hoy la fuerza que necesitamos para nuestro trabajo.
Al final de la jornada damos gracias a Dios con los salmos de las vísperas y, antes de dormir nos ponemos de cara a Él no sólo para pedir perdón por nuestras faltas sino para agradecer por los acontecimientos del día, buenos y malos porque todos tuvieron un fin. En la oración de las completas, con la oración de los salmos, la lectura bíblica, himno y oración común se pone fin al día de la misma manera como se lo ha comenzado. Pocos lo tienen en cuenta pero: nada garantiza que despertemos al día siguiente. Por ello la oración de la noche ha de incluir la súplica por el perdón de todo mal. “No se ponga el sol mientras estén airados” (Ef 4, 26). Es peligroso para el cristiano acostarse con el corazón no reconciliado con un hermano. Y puesto que también durante el sueño estamos en la mano de Dios o bajo el poder del mal, rogamos con toda la Iglesia: “Sálvanos, Señor, despiertos, protégenos mientras dormimos para que velemos con Cristo y descansemos en paz”.

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