EL DÍA EN COMÚN II
·
La lectura bíblica II y
el canto en común
·
La mesa de la comunidad
·
El trabajo
·
La oración de la noche
Por
otra parte cabe preguntarse, ¿cómo podemos ayudar a un hermano en sus miserias
y tribulaciones sin recurrir a la propia palabra de Dios? Todas nuestras
palabras fracasan enseguida. En cambio, aquel que como un “buen padre de
familia saca de su tesoro cosas nuevas y cosas viejas” (Mt 13, 52); aquel que
puede hablar inspirándose en la abundancia de la Palabra de Dios, podrá
exorcizar al demonio mediante ella y ayudar a los hermanos. Como dice san
Pablo: “y que desde niño conoces las Sagradas Escrituras que pueden darte la
sabiduría que lleva a la salvación mediante la fe en Cristo Jesús” (2 Tm3, 15)
¿Cómo
leer la Sagrada Escritura? Dentro de la comunidad será conveniente que la
lectura sea confiada por turno a los integrantes de esa comunidad. El que lee no
debe identificarse jamás con el “yo” que habla en la Escritura. Toda la
diferencia entre la lectura recta y la falsa reside en el hecho de que yo no me
ponga en el lugar de Dios sino que le sirva con toda sencillez. Un ejemplo
profano podríamos decir que sería la situación del que lee la Escritura como la
persona que lee a otra la carta de un amigo. La recta lectura de la Escritura
no es un ejercicio que puede ser aprendido, sino que su fuerza aumenta o
disminuye de acuerdo con la propia disposición espiritual.
Lo
mismo sucede con el canto común. Es el cántico sencillo de los hijos de esta
tierra llamados a ser hijos de Dios; no es estático ni exaltado, sino centrado
en la Palabra revelada de Dios con sobriedad, gratitud y recogimiento. Por esto
cantar en comunidad es un asunto espiritual que requiere algunas
presuposiciones como entregarse a la Palabra, hacerse miembro de la comunidad,
mucha humildad y mucha disciplina. Allí donde el corazón no toma parte en el
canto no se producirá otra cosa que el repulsivo caos de la auto-alabanza
humana. Allí donde no se canta al Señor se canta en honor de uno mismo o de la
música. De esta manera el cántico se transforma en cántico idólatra. Volveremos
sobre este punto en el último tema de este ciclo de charlas.
Volviendo
al tema de la mesa de la comunidad ampliaremos el marco ya no a la familia como
comunidad doméstica sino al de la comunidad con los hermanos del grupo de la
parroquia en el día donde deciden pasarlo juntos que se recomienda sea por lo
menos una vez al mes. La comunidad
cristiana recibe el alimento diario de la mano del Señor. Desde que Jesucristo
estuvo sentado a la mesa con sus discípulos, la mesa de la comunidad es bendecida por su presencia. “Sentado a la
mesa con ellos, tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo iba
dando. Entonces se les abrieron los ojos y le reconocieron” (Lc 24, 30s). La
comida en común de los que son unidos por Cristo tiene el poder de hacer que se
“abran nuestros ojos” para reconocerlo a través de los dones. La comunidad
reconoce que todos los dones terrestres le son dados tan sólo por Cristo como
Señor y dador de todos los dones. Es por ello que la mesa de la comunidad tiene
algo de festivo. Ella es el recuerdo del descanso de Dios después de su obra.
Nuestra vida no es solamente fatiga y trabajo; también es recreación y gozo por
la bondad de Dios. El hombre no debe comer “pan de dolores” (Sal 127, 2) sino
“come tu pan con gozo” (Qo 9,7). Dios no quiere nuestra manera parca de comer
nuestro pan entre suspiros, con ajetreo presumido y hasta con vergüenza (porque
se le considere tiempo ‘improductivo’). Mediante la comida diaria nos llama a
la alegría, a una fiesta en medio de la jornada diaria. Por eso Nadie habrá de
pasar hambre mientras otro tenga pan porque es ‘nuestro’ pan diario el que comemos, no el mío propio. Mientras
comamos juntos nuestro pan quedaremos satisfechos con lo poco que sea. Sólo
allí donde alguien quiere guardar para sí mismo su propio pan empieza el
hambre.
Después
de la primera hora de la mañana, el día del cristiano es consagrado hasta el
anochecer al trabajo. “Sale el hombre a su labor, y a su labranza hasta la
tarde” (Sal 104, 23). La comunidad se separará en la mayoría de los casos
durante el tiempo de trabajo. Orar y trabajar son dos cosas distintas. También
la oración requiere su tiempo pero el largo del día pertenece al trabajo. La
oración no debe ser impedida por el trabajo, más tampoco el trabajo por la
oración. Sin la carga y el trabajo del día, la oración no es oración y sin la
oración, el trabajo no es trabajo. El trabajo no es una maldición de Dios por
el pecado porque el mundo de “las cosas” no es más que una herramienta en la
mano de Dios para depurar al cristiano de todo egocentrismo y egoísmo. El
trabajo se convierte en remedio contra la pereza e indolencia de su carne. Sin
embargo, esto solo puede hacerse realidad allí donde el cristiano se abre paso
a través de “las cosas” al “Tú” del Dios que le encomienda el trabajo. “Todo cuanto hagan, sea de palabra o de obra,
háganlo todo en el nombre del Señor Jesús” (Col 3, 17). El orden durante el
trabajo brotará de la oración matutina. “Y todo lo que hagan, háganlo con el
corazón, como para el Señor y no para los hombres” (Col 3, 23). Las fuerzas
para el trabajo crecen cuando hemos rogado a Dios que nos conceda hoy la fuerza
que necesitamos para nuestro trabajo.
Al
final de la jornada damos gracias a Dios con los salmos de las vísperas y,
antes de dormir nos ponemos de cara a Él no sólo para pedir perdón por nuestras
faltas sino para agradecer por los acontecimientos del día, buenos y malos
porque todos tuvieron un fin. En la oración de las completas, con la oración de
los salmos, la lectura bíblica, himno y oración común se pone fin al día de la
misma manera como se lo ha comenzado. Pocos lo tienen en cuenta pero: nada
garantiza que despertemos al día siguiente. Por ello la oración de la noche ha
de incluir la súplica por el perdón de todo mal. “No se ponga el sol mientras
estén airados” (Ef 4, 26). Es peligroso para el cristiano acostarse con el
corazón no reconciliado con un hermano. Y puesto que también durante el sueño
estamos en la mano de Dios o bajo el poder del mal, rogamos con toda la
Iglesia: “Sálvanos, Señor, despiertos, protégenos mientras dormimos para que
velemos con Cristo y descansemos en paz”.
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