“Si conocieras el don de Dios”
(Jn 4, 10)
Sobre
la esperanza de recuperar la dignidad de la mujer en el mundo de hoy
Introducción
Hace algún
tiempo, China comenzó un programa de control de natalidad llamado “la política
del hijo único”. Al respecto comenta Reggie Littlejohn, una fiscal de E.E.U.U.
que fundó el Women’s Rights Without
Frontiers(Derechos de las mujeres sin
fronteras), -una coalición internacional en contra del aborto forzoso y la
esclavitud sexual en China-: “La política
china del hijo único provoca más violencia contra las mujeres y las niñas que
cualquier otra política del mundo, que cualquier otra política oficial en la
historia del mundo”[1]. Esta percepción se
comprueba al verificar que los abortos que más se practican por exigencia de
esta ley se dan contra las niñas por nacer. Las estadísticas relacionadas con
la política del hijo único son asombrosas. Desde que comenzó a aplicarse en
1979, las autoridades informan que se han evitado 400 millones de vidas. El
gobierno dice también que se realizan 13 millones de abortos cada año, lo cual
da como resultado una cantidad de 1458 abortos realizados cada hora. Lo que
comenzó como una política llevada a cabo por razones económicas se ha
convertido en una sentencia de muerte económica para China y ha generado
también –debido a la superpoblación de varones respecto de las mujeres- el
aumento del tráfico sexual, de la compra de novias y de los matrimonios a la
fuerza.[2] Este hecho es
prácticamente desconocido por la gran mayoría de la población.
Actualmente, la
ideología de género no sólo está generando muchas muertes de niñas inocentes,
sino que con los niños –varones y mujeres- están experimentando para que ellos
decidan su ‘opción sexual’. Se tiene
el caso, en Estocolmo, de la existencia de un ‘centro educativo inicial
asexuado’ que no trata a los niños como ‘niño’ o ‘niña’, sino que les enseñan a
que ‘cada uno elija desde la edad más
temprana su ‘orientación sexual’[3] Tras un año de
funcionamiento, este centro educativo inicial tiene en espera 200 ‘familias’
(parejas homosexuales) esperando por una plaza.[4]
En Occidente -a
diferencia de Oriente, sobretodo China- no se necesita de ninguna ley impuesta
por el gobierno para que la mujer tenga uno o como máximo dos hijos. La
situación occidental es mucho más peligrosa y dramática: la mujer pos moderna
-y también el varón- está convencida de que lo mejor es tener como máximo dos
hijos; no necesita de ninguna ley externa, sino que esta ley la ha adoptado como
suya en aras de una supuesta ‘libertad’ o de una supuesta ‘independencia’
económica y social.
No pocas mujeres
viven hoy en día con un estilo de vida impuesto muy sigilosamente desde hace ya
varias décadas. Esta nueva ética es un fenómeno generalizado o, si se quiere,
global. Se propone el estilo de una mujer llamada ‘moderna’. ¿En qué consiste
el ideal de esta mujer moderna? A pesar de que éste es un tema generalizado,
daremos un ejemplo de la sociedad peruana. En el artículo reciente de una
revista local titulado ‘Sexys versus
cucufatas’, en el que se exalta esta ideología de género y la llamada ‘emancipación
de la mujer’, se dice que: “hoy cada vez
son menos las que ven el matrimonio como el mayor triunfo de su vida. Atrás van
quedando las amas de casa con delantal y escoba. Y son las multifacéticas las
que toman la delantera, con una buena administración de la casa, la familia y
los negocios. La mujer “moderna” es un estilo de vida y representa el 55% de
las peruanas. Aquí figuran las de carácter pujante, aquellas que ven su
realización personal cuando logran alcanzar el éxito laboral o en los estudios.
Las que comparten las responsabilidades del hogar con el esposo, las que deciden
posponer el matrimonio o la concepción de un hijo por las búsqueda del éxito
profesional”[5]
Este nuevo
estilo de vida no sólo afecta a la mujer, sino también al hombre en general, en
todo campo, en toda situación. Y, aunque como veremos más adelante, nace de una
propuesta ideológica atea, está siendo contrastado –en el mejor de los casos- e
incluso confundido con lo que presenta la doctrina social de la Iglesia. Por
ejemplo, veamos cómo prosigue el artículo de la mencionada revista: “En la publicación ‘Sexualidad, Religión y
Estado’, presentada por el movimiento ‘Católicas por el derecho a decidir’
(CDD), revelan que el 85% de la población católica está de acuerdo con usar
anticonceptivos sin estar casada, que limeñas de dicho credo viven su
sexualidad de manera distinta a lo que manda la Jerarquía de la Iglesia; y
también analiza temas como la educación sexual, el uso de la píldora del día
siguiente, la importancia del matrimonio y la virginidad, la homosexualidad,
entre otros temas”[6] Y luego añade el mencionado
artículo unas palabras de una de los miembros del llamado movimiento CDD: “Nuestra sistematización nos permite afirmar
que en Lima, la población católica demanda un cambio en el discurso oficial de
su iglesia sobre el ejercicio de la sexualidad, en particular, en temas como
educación sexual, anticoncepción, aborto y derechos de homosexuales, cuya
posición es inflexible y no representa el sentir de muchas personas con esta fe”.[7]
Son varias las
razones por las que he creído conveniente hacer esta breve exposición;sin
embargo, entre éstas no está el defender a la Iglesia Católica de un sinnúmero
de incoherencias, puesla Iglesia ha sido y seguirá siendo perseguida siempre, y
subsistirá hasta el fin del mundo. Ahora el punto no es este. El punto es si
está en verdad o no la realización de la mujer en la propuesta que el mundo de
hoy hace, expuesta como ejemplo líneas arriba. Lo único que quiere la Iglesia
es lo único que quiere Dios y por lo único que vino Jesucristo,que es la
salvación del hombre –varón y mujer-, su felicidad, porque para eso lo ha
creado.
A lo largo del
presente resumen de un aspecto de la muy rica sabiduría de la Iglesia,
meditaremos y descubriremos si en verdad está la realización de la mujer en lo
que propone la nueva ética mundial, a saber: en su independencia económica, en
la imitación de las actitudes masculinas, en la práctica del sexo por el
placer, en la anticoncepción, en el aborto, en el mero éxito profesional, en la
homosexualidad, en su individualismo, etc. En nuestra reflexión anterior sobre
el ‘Cambio epocal y la nueva
evangelización’, concluíamos resaltando la importancia de la evangelización
como único medio de suscitar la fe en Jesucristo, fe que es vivida no de manera
individualista, sino en una comunidad cristiana, en la Iglesia, la cual no es
una jerarquía. Aunque el movimiento feminista mencionado líneas arriba se llame
católico, su fe no tiene nada que ver con la fe de la Iglesia; es más, lo único
cierto es que simplemente no tienen fe y no por culpa suya, sino porque nadie
les ha anunciado a Jesucristo. Pero de esto trataremos más adelante en la parte
conclusiva de esta breve exposición.
1. Un signo de los tiempos
El tiempo posmoderno
es llamado por muchos el tiempo de la ‘emancipación de la mujer’, pero, en
vista de lo expuesto anteriormente, tal vez convenga preguntarnos “¿emancipación… de qué?” ¿De qué
supuestamente está emancipada? ¿Cuál es el yugo o el peso que se ha quitado de
encima? ¿Qué cadenas se le han roto? ¿Esta supuesta emancipación a qué realización
le ha llevado? ¿Hoy en día, la mujer es realmente feliz? Los signos de los
tiempos de hoy dicen que no. Nunca como hoy se ha visto a la mujer tan
esclavizada de sus supuestas ‘conquistas sociales’ a la que el nuevo lenguaje
impuesto por una nueva ética mundial llama: ‘derechos de la mujer’, ‘libertad
para elegir’, ‘aborto seguro’, ‘niño deseado o planificado’, ‘salud
reproductiva’, ‘aborto terapéutico’, ‘opción de género’, ‘vientre de alquiler’,
‘embarazo asistido’,‘interrupción voluntaria del embarazo’,‘mujer top’, ‘madre
moderna’, ‘amiga con derecho’, ‘pareja’, ‘compromiso’, ‘impulsadora’, ‘dama de
compañía’, ‘modelo’, ‘planificación familiar’, etc., en fin, la lista sería
interminable. Lo cierto es que, a pesar de que hoy se dan todas estas supuestas
conquistas sociales, nunca como hoy la mujer moderna se ha encontrado tan
sumida en una vorágine depresiva realmente alarmante.
¿Dónde comienza
esta revolución? ¿Qué es lo que realmente ataca? Los orígenes de estos cambios
son algo complejos de resumir, pero trataremos de simplificarlos para que sean
entendibles. Lo que todo esto ataca son justamente los dos únicos caminos por
los que la mujer se realiza como persona: la maternidad, como fruto de la unión
esponsal con un varón, y la
virginidad, palabra que definitivamente los ingenieros sociales quieren
erradicar del léxico actual. Aquí trataremos de ver, de la mano de Juan Pablo
II[8], los fundamentos
antropológicos y teológicos del porqué sólo estos dos caminos hacen real y no
ilusoriamente feliz a la mujer.
En el tiempo
moderno, todo este mecanismo de muerte comienza en la organización que
paradójicamente surgió como defensora de la dignidad y de los derechos humanos:
la ONU. Esta llamada ‘ideología de género’ comienza con el término de la Guerra
Fría, cuyo icono representativo es la caída del muro de Berlín. En ese momento,
se necesitaba supuestamente gente que reorganice un nuevo estilo de vida en un
mundo en donde ya no había la división entre Oriente y Occidente. Comienza la
globalización. La sociedad estaba preparada para un genuino cambio, aspiraba a
la paz, a la democracia, a la libertad religiosa, a la reconciliación entre los
pueblos, etc. De esto se aprovecharon pequeños grupos de presión, ingenieros sociales,
para implantar una nueva forma de vivir, normalizada, global. La ONU se
presentó como la única institución capaz de humanizar la globalización, se
ofreció como una ‘autoridad moral universal’, pero realmente las aspiraciones
de la humanidad fueron secuestradas y la ONU con su ética mundial, su
solidaridad, su altruismo y su humanitarismo ahora sirve frecuentemente de
tapadera para un programa de desconstrucción humana y social.[9]
Una de las
conferencias intergubernamentales que organizó la ONU en tan sólo seis años
para implantar toda esta ideología de muerte es la que se trató sobre ‘la mujer’
(Beijing, 1995), que, junto con la conferencia de ‘la población’ (El Cairo,
1994), emitió una orden declarando que las mujeres tenían el ‘derecho’ a la ‘salud
reproductiva’. Este ‘derecho’ fue definido de tal forma que incluía una ‘vida
sexual satisfactoria’ y el tener ‘hijos cuando se decida tenerlos’. Es en la
conferencia sobre la mujer donde se implanta ‘la ideología de género’ para
encubrir el aborto, el feminismo radical, el lesbianismo, el homosexualismo, el
transexualismo, etc. En la conferencia sobre la población se introdujo las
varias formas de ‘familia’ (parejas del mismo sexo), etc. La ONU se convierte
así en un catalizador de ideas de muerte que ya existían antes. Una gestora
notable fue Margaret Sanger (1883-1966), quien era una activista libertina que
promovía el libertinaje sexual, los métodos anticonceptivos incluyendo el
aborto, la eugenesia y el racismo. Ahora existe una complicada telaraña de
naciones que son miembros de la ONU, de agencias, de ONGs (aliadas estratégicas
de la ONU en cada país, por ejemplo en Perú: Manuela Ramos, Flora Tristán,
UNICEF, etc.) y grupos de presión, que utilizan sus foros internacionales para
promover la legalización irrestricta del aborto en todo el mundo. La UNICEF
utiliza cerca de la mitad de sus fondos para llevar a cabo campañas de
esterilización y abortos en todo el mundo. Desde 1960 al 2006 el número total
de abortos quirúrgicos en todo el mundo equivale más o menos a la población de
toda América, toda África y toda Australia, y este número sigue creciendo de
manera poco menos que exponencial.
Ahora bien, ¿qué
efectos físicos, emocionales, psíquicos, espirituales tiene el aborto sobre la
mujer que lo realiza? ¿Acaso una mujer puede abortar y al día siguiente seguir
con su vida como si no pasara nada? ¿Qué secuelas causan los millones de
estrógenos que ingresan en su cuerpo con cada ‘píldora del día siguiente’? ¿Por
qué no hablan de estos efectos –alteraciones nerviosas, quistes, miomas,
cáncer, riesgo de derrames cerebrales, etc.- los fabricantes de estos productos
o los centros que los comercializan o los centros abortistas? ¿Por qué no se
habla de los efectos del incesto que ocurriría si una mujer tuviera un hijo de
alguien que resulta que es su padre biológico quien fue un donante de esperma
en un centro de fecundación artificial?[10]Detrás de todo esto hay
billones de dólares que pequeños grupos ganan a un solo y altísimo precio: la
destrucción física y moral de la mujer. Nunca como hoy se han visto tales
índices de madres solteras, matrimonios destruidos, de mujeres ‘exitosas’ pero
solitarias que viven de las compras, los gimnasios y las fiestas, de mujeres
prostituidas, de niños abandonados, de enfermedades cancerígenas, de
enfermedades venéreas,de sida, de depresión y de suicidios causados por esta
ideología de género que en todo sentido de la palabra es una ‘cultura de muerte’.
Luego,
¿realmente está la felicidad de la mujer en ‘unirse’ sexualmente con otra
mujer? ¿Está verdaderamente su realización en unirse con un hombre por el mero
goce sexual? ¿Está realmente su plenitud en matar al hijo de sus entrañas,
porque simplemente perturba su plan de éxito profesional para conseguir una
mejor ‘calidad de vida’?. Para responder a estas cuestiones tendríamos que ir
hacia una única interrogante, una pregunta primaria: ¿Qué es una mujer? ¿Cuál es la esencia fundamental que la define?
¿Dónde radica su feminidad? ¿Qué es lo
específicamente femenino?¿Por qué la mujer de hoy, a pesar de todos sus
“logros sociales”, simple y llanamente no es feliz? La filosofía ciertamente se
ha acercado mucho a la respuesta, pero tiene un límite para una solución
realmente satisfactoria. Un mundo que niega a Dios difícilmente podrá responder
tan sólo a una de estas cuestiones. Y es que sólo la revelación nos ha legado
el camino para responderlas. Es más, es Dios mismo el que ha hecho que esta
respuesta se haga carne. Dios se hizo hombre para que el hombre –varón y mujer-
se encuentre a sí mismo. Sólo Jesucristo muestra al hombre lo que es ser hombre[11]. Responder por tanto a
qué es ser mujer está unido a responder qué es ser hombre. “Se trata de comprender la razón y las
consecuencias de la decisión del creador que ha hecho que el ser humano pueda
existir sólo como mujer o como varón. Solamente partiendo de estos fundamentos,
que permiten descubrir la profundidad de la dignidad y vocación de la mujer, es
posible hablar de la presencia activa que desempeña en la Iglesia y en la
sociedad”.[12]
2. Unión con Dios
En anteriores
reflexiones hemos visto que el hombre vive dividido en su interior entre lo
bueno que quiere hacer y no hace, y lo malo que le repugna y finalmente hace;
vive radicalmente falto de salvación por aquello que llamamos el pecado de los orígenes.[13] Es significativo que el
acontecimiento salvífico de la plenitud de los tiempos haya llegado con la
humanización de Dios a través de una mujer: “Al llegar la plenitud de los tiempos envió Dios a su Hijo, nacido de mujer” (Ga 4,4).Aquí San
Pablo no utiliza el nombre propio de ‘María’, sino que estratégicamente ha
querido ponerlo en concordancia con el protoevangelio (Cf. Gn 3, 15) para
afirmar de manera rotunda que Cristo es el cumplimiento de la plenitud de los
tiempos, es la descendencia de la mujer,
de la Nueva Eva que aplastará la cabeza de la serpiente, que destruirá el
pecado, que restituirá la dignidad de la mujer.
El hombre –varón
y mujer- es creado a imagen y semejanza de Dios como comunión de personas,
comunión que es espiritual y física a través de la entrega de los cuerpos que
sólo es posible por la diferencia sexual. El varón y la mujer son física,
psíquica, emocional y espiritualmente diferentes para que pueda darse
justamente la complementariedad entre ambos. La imagen y semejanza con Dios no
está en el varón y la mujer separados simplemente por ser seres espirituales
sino por estar, gracias a su diferencia, indefectiblemente unidos. Esta
semejanza demuestra que el hombre, única criatura que Dios ha amado por sí
misma, no puede encontrar su propia plenitud si no es en la entrega sincera de
sí mismo a los demás.[14]
El varón y la
mujer son personas igualmente, su igualdad es en la dignidad propia de su
humanidad. Cada hombre –varón y mujer- es un ser único e irrepetible,
radicalmente distinto a criatura alguna sobre la tierra. Esta igualdad de
dignidad se manifiesta en la creación de la mujer de la costilla de Adán, es
decir, de su ‘costado’. La mujer no está ni por encima ni por debajo del
hombre, es su igual, su hermana en la humanidad. Dicen los Santos Padres que al
sacar a Eva del hueso de Adán, la saca de lo más profundo de su ser, de la
profundidad de su interioridad, en este sentido Eva estaba dentro de Adán, era
como su alma. Es puesta la mujer por tanto como otro ‘yo’, una compañera de la
vida con la que el hombre se puede unir como esposa llegando a ser una sola
carne (Cf. Gn 2, 24). Por eso es que el hombre la reconoce como “carne de su carne y hueso de sus huesos”
(Cf. Gn 2, 25), ya que la carne y los huesos en el lenguaje semita expresan la
esencia misma del ser humano (Cf. Sal 139), abarcan al hombre entero; y por eso
es llamada iššah, ‘mujer.’
Las lenguas
modernas lamentablemente no logran expresar esta relación inseparable y
esencial con el varón. “Esta será llamada mujer (iššah) porque del
varón (iš) ha sido tomada” (Gn 2, 25). En el idioma hebreo se expresa algo
así como si en español se quisiera decir a la letra: varón y varona. Esta
expresión de profunda unidad manifiesta la intenciónde Dios de crear a la mujer
para que sea de ‘ayuda’ al varón.
“Voy a
hacerle una ayuda adecuada” (Gn 2, 18) “La ayuda y comunión no se
refiere sólo a la atracción sexual […] Ayuda en el A.T. tiene un sentido
marcadamente personalista. Por ello, no es extraño que el Eclesiástico,
aludiendo a este texto del Génesis, dé al encuentro con la mujer un significado
de ‘ayuda’ infinitamente amplio: ‘Mujer
hermosa recrea la mirada y sobrepasa todo lo deseable; si además habla con
ternura, su marido no es como los demás hombres; tomar mujer es una fortuna:
ayuda y defensa, columna y apoyo. Viña sin tapia será saqueada, hombre sin
mujer andará a la deriva’ (Ecco 36, 22-25). No se puede expresar mejor, ni
con menos palabras, la intención profunda de Dios sobre la realidad sexual del
hombre y la mujer. La llamada recíproca del hombre y la mujer queda orientada,
desde sus comienzos, hacia esa doble finalidad de crear la unidad y la vida.
Por una parte, es una relación personal, íntima, un encuentro en la unidad, una
comunidad de amor, un diálogo afectivo pleno y totalizante, cuya palabra y
expresión más significativa se encarna en la entrega corporal. Y, por otra
parte, esta misma donación, fruto del amor, se abre hacia una fecundidad que
brota como consecuencia”.[15]
Ahora se
entiende que la expresión de Adán hacia Eva sea el primer canto de amor en la
historia humana de un hombre hacia una mujer. Tal como dijimos, para la cultura
semita los huesos indican lo más profundo de la interioridad del hombre y en su
lenguaje carente de superlativos, cuando se quería recalcar algo, se duplicaba
la expresión a ensalzar (Cantar de los cantares, rey de reyes, Amén amén, etc.);
por tanto, nuevamente por problemas del idioma esta expresión de Adán pierde su
sentido originario y profundo que se podría pensar en algo así como: “Tú sí que
eres el alma de mi alma, la vida de mi vida, el ser de mi ser”.
Por tanto,es en
esta igualdad de dignidad personal y en la diferencia específica entre la masculinidad y la feminidad en que el
varón y la mujer encontraban la felicidad en la entrega sincera de sí mismos
del uno hacia el otro. En Eva se supera la ‘soledad original’ de Adán ya que la
vida de él adquiere sentido porque en su comunión con Eva estaba su comunión
con Dios. La felicidad de uno era por naturaleza la felicidad del otro.
El libro del
“Cantar de los Cantares” expresa el canto de amor que celebra la dignidad del
cuerpo como medio de comunión. Aquí se expresa de manera admirable la igualdad
de la mujer en su dignidad cuando el esposo la llama “hermana y esposa mía”.
Como dijimos anteriormente, la mujer es hermana, su igual en dignidad. “El
hombre y la mujer antes de convertirse en marido y mujer […] surgen del
misterio de la creación, ante todo como hermano y hermana en la misma humanidad”[16]. La expresión: “eres jardín
cerrado, fuente sellada” (Ct 4, 12) manifiesta la magnífica celebración de la
dignidad de la mujer a través de la afirmación de la inviolabilidad de su
espacio interior. La mujer es dueña de su propio misterio, un misterio que
jamás será posible descubrir del todo. Este misterio es radicalmente
incomunicable, imposible de descubrir en su totalidad, que ella sea “fuente
sellada” implica que está más allá de todo lo que el esposo conoce de ella, de todo lo que pueda
decir de ella y de todo lo que ella pueda decir de sí misma.[17]
3. El drama del pecado
“Luego del
pecado, el varón y la mujer se encuentran entre ellos, en vez de unidos, más
divididos e incluso contrapuestos, a causa
de su masculinidad y su feminidad”[18]. Antes incluso de
esconderse de Dios, lo primero que hacen Adán y Eva luego del pecado es ocultar
sus signos sexuales con hojas de higuera (Cf. Gn 3, 7). Con esto se expresa que
lo primero que se rompe es la comunión entre ellos, ya que no sólo se ocultan
los signos de la unión sexual -hasta ese entonces santa e imagen de la comunión
de las personas divinas-, sino que se cierran radicalmente a la comunicación
entre ellos: de sus cuerpos, de sus sentimientos, de sus emociones, anhelos, de
su interioridad más profunda. Por ello se entiende que el pecado original sea,
como dice Juan Pablo II, realmente un cataclismo
ontológico monumental.[19]El pecado produce la
vergüenza del cuerpo que introduce la incapacidad de comunicarse totalmente en
su diferencia, la voluntad de dominio y la división de la concupiscencia.
La voluntad del
dominio destruye el equilibrio de la igualdad originaria: “Hacia tu marido irá
tu apetencia y él te dominará” (Gn 3, 16). A lo largo de la historia se ha
visto cómo esta sentencia se ha ido cumpliendo en todas las culturas, en
algunas más que en otras, desde todas las formas de poligamia, la prostitución
sagrada de las religiones, la prostitución en sí, etc., hasta el comercio
sexual actual en todas sus formas: turismo sexual, trata de blancas,
publicidad, modelaje, etc., así como también es muestra de ello la actual forma
de vestir de la mujer, que busca llenar su carencia afectiva atrayendo la
mirada masculina. La mujer pos moderna, a pesar de que cree que está en la era
de su emancipación, jamás se había encontrado tan dominada por la ‘clientela’
masculina. La amenaza del dominio es más grave para la mujer y, al mismo tiempo,
disminuye la verdadera dignidad del hombre: el hombre que actúa contra la
dignidad de la mujer actúa contra su propia dignidad por ello la mujer no puede convertirse en “objeto” de
“dominio” y de “posesión” masculina.[20]
La justa
oposición de la mujer a “él te dominará” (Gn 3,16) no puede conducir de ninguna
manera a la ‘masculinización’ de las mujeres. Este es el error más grave que la
mujer de hoy está cometiendo. Esto va en contra de su ‘originalidad’ femenina.
Por este camino la mujer no llegará a ‘realizarse’ y podría, en cambio,
deformar y perder lo que constituye su riqueza esencial, una riqueza enorme
ante la cual se dio la exclamación de gozo del hombre de todos los tiempos. Como
dice Juan Pablo II: “Para la mujer la
perfección no consiste en ser como el hombre, en masculinizarse hasta perder
sus cualidades específicas de mujer: su perfección, que es también un secreto
de afirmación y de relativa autonomía, consiste en ser mujer, igual al hombre
pero diferente. En la sociedad civil, y también en la Iglesia, se deben
reconocer la igualdad y la diversidad de las mujeres.”[21] Y en otro lugar añade
también:“Los recursos de la femineidad no
son menores a los de la masculinidad, sólo son diferentes. La mujer debe
entender su realización sobre la base de estos recursos, sólo así se superará
la herencia del pecado de Gn 3, 16.”[22]Y
como veremos más adelante, esta oposición entre varón y mujer como herencia del
pecado se supera en el matrimonio, alianza nupcial entre el varón y la mujer,
elevada a sacramento gracias a Jesucristo y su misterio pascual.
4. Protoevangelio
Antes de la
sentencia a la mujer sobre la consecuencia del pecado (Cf. Gn 3, 16), está el
anuncio de la esperanza de la salvación junto con la maldición de la serpiente:
“Por haber hecho esto, maldita seas entre
todas las bestias y entre todos los animales del campo. Sobre tu vientre
caminarás y polvo comerás todos los días de tu vida. Enemistad pondré entre ti
y la mujer entre tu linaje y su linaje: él
te pisará la cabeza mientras acechas tú su calcañar” (Gn 3, 14s). Esta
buena noticia es llamada por los Padres de la Iglesia como el protoevangelio
(primera buena noticia). Por la traducción griega del artículo masculino (“él”
te pisará la cabeza) los santos Padres han visto que la victoria de la
humanidad sobre el demonio se dará por un descendiente de la mujer, por lo que
se ha visto el anuncio del mesías, nacido de la nueva Eva, nacido de mujer. La traducción latina del mismo pasaje muestra un
artículo femenino (“ella” te pisará la cabeza), que ha tenido dos posibles
interpretaciones: la primera referida al sustantivo femenino “descendencia” y
la otra referida a la mujer. Debido a ello, los Padres latinos lo han atribuido
a María, por lo que hasta hoy se representa a la virgen pisando la cabeza de la
serpiente. Estas dos versiones no se contraponen, sino que se complementan y
enriquecen; es una victoria de la humanidad sobre Satanás que se cumple con un
restablecimiento de la relación entre el varón y la mujer, nueva relación a la
que quiso referirse Jesús con la expresión: “¿Qué tengo yo contigo mujer?” (Jn
2, 4) en las bodas de Caná y que equivocadamente se puede interpretar como una expresión
despreciativa de Jesús hacia su madre cuando es todo lo contrario. Jesús se
pregunta cuál es la nueva relación entre el hombre (él) y la “mujer” (su madre)
y él mismo da la respuesta accediendo a su pedido convirtiendo el agua en vino: él es el nuevo
Adán y ella la nueva Eva, los dos vencerán a Satanás y restablecerán la
grandeza de la vocación de la humanidad, la vocación del hombre y la mujer.
Para estipular
su Alianza con la humanidad, Dios sólo se había dirigido a hombres: Adán, Noé,
Abrahán, Moisés.Al comienzo de la nueva y definitiva Alianza se dirige a una mujer: la
virgen de Nazaret.
5. Las mujeres en el Antiguo Testamento[23]
Toda la historia
de la salvación está plasmada de figuras femeninas que expresan la altísima
dignidad y vocación de la mujer a la cual Dios ha confiado el hombre. Las mujeres
estériles[24]
que conciben un hijo por la fuerza de Dios son un signo singular del actuar
gratuito de Dios, que es fiel a sus promesas de salvación. En la esterilidad
humana, Dios muestra que el hijo es fruto únicamente de su designio y de su
poder. Todas ellas prefiguran a María, ya que sólo Dios puede abrir el seno
estéril a la maternidad y, más maravilloso aun, sólo Dios puede hacer que una
virgen, sin dejar de ser virgen, sea madre. El hijo de estas mujeres estériles
tendrá una misión importante en la historia de la salvación.
Mujeres que
salvan a Israel son los casos de Débora, Judit y Ester. La juez y profeta
Débora vence al ejército del enemigo y es llamada ‘madre de Israel’. Judit es
la ‘judía’ por excelencia y, como Débora y Ester, es madre de Israel. Ella es
la viuda defendida por Dios que destruye, aplastando la cabeza de su general
Holofernes, a Nabucodonosor, encarnación del orgullo personificado. De este
modo Judit es el prototipo de la debilidad que vence la violencia, el mal; ella
es prefigura de María, cuyo Hijo aplastará realmente la cabeza del jefe de
nuestros enemigos. Ester, “bella de aspecto y atractiva”, es el modelo de fe en
Dios y signo de la esperanza; ella intercede ante el rey Asuero para que éste
revoque un decreto por el cual se iba a exterminar a todos los judíos de su
reino. En Ester, que confiando en Dios, salva a Israel con su intercesión, hallamos
la imagen de María como ‘abogada’ nuestra.
En el evangelio
según Mateo (Cf. Mt 1, 1ss), aparecen cuatro mujeres -Tamar, Rut, Rahab y
Betsabé- que fueron instrumento del designio de salvación de Dios, aunque se
caractericen por sus uniones matrimoniales irregulares (extranjeras o
pecadoras). Estas son las mujeres que Mateo escogió y no otras quizá más
significativas en la historia de Israel. La acción de Dios a través de
modalidades humanamente ‘irregulares’ subraya la gratuidad de la elección
divina. Jesús, hijo de David, es hijo de Tamar, de Rut, de Rahab y de Betsabé,
las cuatro mujeres, además de María, que incluye Mateo en la genealogía. Cada
una de ellas tiene un significado. Tamar es una mujer cananea que se fingió
prostituta y sedujo a su suegro Judá de quien concibió dos hijos: Peres y
Séraj; a través de Peres, Tamar quedó incorporada a los antepasados de Jesús
(Cf. Gn, 38, 24). Rahab es una prostituta pagana (de Jericó), que llegó a ser
ascendiente de Jesús, como madre del bisabuelo de David (Cf. Jos 2, 1-21; 6,
22-25). Rut es una extranjera, descendiente de Moab, uno de los pueblos
surgidos de la relación incestuosa de Lot y sus hijas y, por ello, despreciado
por los hebreos; pero de Rut nació Obed, abuelo de David, entrando así en la
historia de la salvación, como ascendiente del Mesías. Betsabé, la mujer de
Urías, el hitita, perpetró el adulterio con David (Cf. 2Sam11), pero se hizo
ascendiente de Jesús, dando a luz a Salomón.
Son los
designios misteriosos de Dios, que salva y lleva adelante su obra por vías
insondables, por encima de los pecados del hombre. Con tales uniones
irregulares cumplió Dios su promesa y llevó adelante su plan de salvación.
Tamar fue instrumento de la gracia divina para que Judá engendrase la estirpe
mesiánica; Israel entró en la tierra prometida ayudado por Rahab; merced a la
iniciativa de Rut, ésta y Booz se convirtieron en progenitores de David; y el
trono davídico pasó a Salomón a través de Betsabé. Las cuatro mujeres comparten
con María lo irregular y extraordinario de su unión conyugal. Nombrándolas
Mateo en la genealogía, llama la atención sobre María, instrumento del plan
mesiánico de Dios, pues fue “de María de
quien nació Jesús, llamado Cristo” (Cf Mt 1, 16). Esto sucede, dice Lutero,
porque Cristo debía ser salvador de los extranjeros, de los paganos, de los
pecadores. Dios da la vuelta a las cosas. Como dice Benedicto XVI: “Dios deja una medida grande –supergrande
según nuestra impresión- de libertad al mal y a los malos; pero, no obstante,
la historia no se le va de las manos.”[25]María, en el Magnificat,
canta este triunfo de lo despreciable, que Dios toma para confundir lo que el
mundo estima.
6. Jesucristo
Toda la
contraposición entre el hombre y la mujer, que describimos en el punto tercero
como consecuencia del pecado de los orígenes, se supera en la Nueva Alianza, se
supera en Jesucristo; de tal manera que, como dice San Pablo: “ya no hay judío ni griego; ni esclavo ni
libre; ni hombre ni mujer, ya que
todos vosotros sois uno en Cristo Jesús” (Ga 3, 28).
En el
protoevangelio se vislumbra que la redención del hombre estará íntimamente
relacionada con la mujer. El redentor del mundo fue, ante sus contemporáneos,
el promotor de la verdadera dignidad de la mujer.[26] Esto causaba cierto
escándalo en los judíos de su tiempo y hasta en sus mismos discípulos que “se
sorprendían de que hablara con una mujer” (Jn 4, 27).
Otro caso de
escándalo se dio cuando Jesús, ante la invitación de un fariseo, va a la casa
de éste a comer. Una mujer entra de pronto, se arroja a sus pies y, mientras
lloraba, se los lavaba con sus lágrimas, para luego secárselos con sus
cabellos. El anfitrión, al ver esta escena, se dice para sí: “Si este fuera profeta sabría quién y qué clase
de mujer es la que le está tocando, pues es una pecadora” (Lc 7, 39). Otro caso lo vemos en la escena de la defensa
de los derechos ‘masculinos’(sobre el divorcio en el matrimonio) por parte de
los escribas, ante los cuales Jesús hace una referencia al ‘principio’ (Cf. Mt
19, 8; Lc 16, 18) sobre el cual hablamos en el segundo punto de nuestra reflexión.
7. Las mujeres del Evangelio
Jesús, que pasó
por este mundo haciendo el bien (Cf. Hch 10,38), curó e hizo favores a muchas
mujeres. Curó a una mujer encorvada que, por poseer un demonio, no podía en
modo alguno enderezarse (Cf. Lc 13, 11). A la suegra de Simón le toca la mano y
se le quita la fiebre (Cf. Mt 1, 30). A una mujer que padecía flujos de sangre y,
por tanto, no podía tocar a nadie porque pensaba que su contacto hacía al
hombre “impuro” (Cf. Mc 5, 25-34), no sólo la cura, sino que alaba su fe. A la
hija de Jairo, que ya estaba muerta, la restablece diciéndole: “¡Talitá kum!” (‘¡Niña, a ti te lo digo, levántate!’)
(Cf. Mc 5, 41). De igual modo se compadece de una viuda en Naím y resucita a su
único hijo al cual ya estaban yendo a enterrar junto con un cortejo fúnebre (Cf
Lc 7, 13). También accede ante la insistencia de una mujer cananea que le pide
que cure a su hija malamente endemoniada; y, al igual que a la hemorroísa,
alaba su fe: “Mujer, grande es tu fe; que
te suceda como deseas” (Mt 15, 28).
El evangelista
Lucas nos cuenta que eran muchas las mujeres que seguían a Jesús y le servían
con sus bienes; sobre ellas volveremos a tratar más adelante. Lo importante
ahora es recalcar, como hemos visto líneas arriba, que las palabras y obras de
Jesús expresan siempre el respeto y el honor debido a la mujer.[27] A la mujer encorvada la
llama ‘hija de Abrahán’ (Lc 13,16), que era un título hasta ese entonces
dirigido sólo a los hombres. Camino al Gólgota se detiene ante algunas mujeres
que lloraban al verlo pasar y las llama ‘hijas de Jerusalén’ (Lc 23, 28).
Hay mujeres a
las que la opinión pública señala siempre despectivamente, tales como aquella
que siempre anda cambiando de marido, la
prostituta o la mujer adúltera. En los tres casos vemos en el Evangelio cómo
Jesús las trata siempre con respeto a su dignidad de mujeres. La samaritana
había tenido, tal y como se lo dijo Jesús, cinco maridos; sin embargo, es justo
a ella a la que le revela los secretos del Reino de Dios (Jn 4, 7-27). A una
pecadora pública no la juzga y perdona todos sus pecados: “Quedan perdonados sus muchos pecados, porque ha mostrado mucho amor”
(Lc 7, 37-47). A una mujer adúltera la
salva de morir apedreada y le dice: “Mujer,
¿dónde están [tus acusadores]? ¿Nadie te ha condenado? […] yo tampoco te
condeno, vete y en adelante no peques más.” (Jn 8, 10s).
Es significativo
que Jesús revele los misterios más profundos del Reino precisamente a las
mujeres. Con la Samaritana dialoga sobre los más profundos misterios de Dios:
el don infinito de su amor que es el Espíritu Santo (Jn 4, 14), la verdadera
adoración en espíritu y en verdad (Jn 4, 24) y le revela además que Él es el
Mesías (Jn 4, 26). Éste es un acontecimiento sin precedentes y es uno de los
relatos más bellos y conmovedores de toda la Biblia. La samaritana pasa de ser
una pecadora a ser discípula de Jesús; ella lo anuncia ante sus paisanos,
quienes luego creen ya no por sus palabras, sino porque lo han visto y oído. A Marta, hermana de su amigo Lázaro, le
revela el gran misterio de que Él es la resurrección (Cf. Jn 11, 21-27). El
coloquio con Marta es también uno de los más importantes de todo el Evangelio.
Una
mujer sorprendida en adulterio
En el episodio
de la mujer adúltera, se sintetizan todas las costumbres en donde la mujer es ‘objetivada’
como instrumento de placer del varón. Nunca antes se ha visto tanto como hoy
que la mujer sea un objeto de consumo; su desnudez está presente en revistas y
películas pornográficas, telenovelas, periódicos, cine, afiches publicitarios
(negocios, licores, cervezas, autos, repuestos mecánicos, celulares, pinturas,
etc.), calendarios, eventos deportivos, como impulsadoras de productos de
consumo, ‘clubes nocturnos’, ‘saunas’ (prostíbulos asolapados), discotecas,
etc.; en fin, también en todos los ámbitos a los que Benedicto XVI ha llamado
el ‘turismo sexual’. Hoy más que en ningún otro tiempo la mujer no escapa al:
“él te dominará” (Gn 3, 16) y lo más
sorprendente es que la mujer se ha creído que ella es ‘libre’.
Pero estas
transgresiones, ¿no son acaso también abusos ‘masculinos’? En el episodio que
nos cuenta el Evangelista Juan, son los fariseos y escribas (al fin y al cabo
varones) los que presentan a Jesús una mujer “sorprendida en flagrante adulterio” (Cf. Jn 8,4), pero son ellos
mismos, empezando por los más viejos, los que comienzan a retirarse una vez que
Jesús les dice que aquél que esté sin pecado le arroje la primera piedra (Cf Jn
8, 7). Detrás de estos pecados de la mujer se oculta también un hombre pecador,
corresponsable del mismo pecado y que, como hemos visto en esta perícopa, ¡se
convierte a veces en el propio acusador! Convendría entonces preguntarnos como
Sor Juan Inés de la Cruz: ¿quién peca más: quien peca por la paga o quien paga
por pecar?
¡Cuántas veces
queda la mujer de hoy abandonada con su maternidad por culpa de un hombre infantil
que no quiere aceptar su responsabilidad! “¡Cuántas
veces este hombre y la sociedad la presionan para que “se libre” del niño!, y “se
libran” pero ¡a qué precio! La conciencia de la mujer no consigue nunca olvidar
el haber quitado la vida a su propio hijo, porque ella no logra cancelar su
disponibilidad a acoger la vida inscrita en su “esencia” desde el ‘principio’”.[28] Es en referencia a este
principio que se entiende la serenidad con la que actúa Jesús, quien conoce
profundamente este principio, quien conoce que tanto el varón como la mujer han
sido confiados el uno al otro como un don y, por tanto, ambos son llamados a la
responsabilidad de preservar su unidad originaria. Se entiende entonces que
sólo Cristo, ante su conocimiento profundo de la verdad de la mujer, la vea más
allá de como la ve la sociedad y esto se manifiesta en su perdón, tal y como
vimos líneas arriba. Por tanto, en toda situación, Jesús coloca la dignidad de
la mujer como sagrada, tanto así que dirá en el discurso sobre las
bienaventuranzas: “Todo el que mira a una
mujer deseándola, ya cometió adulterio con ella en su corazón” (Mt 5, 28).
8. Las mujeres que seguían a Jesús[29]
Volviendo ahora
al tema de las mujeres que le seguían, quisiera compartir una interesante
reflexión del P. Raniero Cantalamessa sobre este tema. Veremos que serán
precisamente ellas las que le seguirán hasta la cruz. Dice el evangelista Juan:
“Junto a la cruz de Jesús estaban su
madre y la hermana de su madre, María, mujer de Cleofás, y María Magdalena”
(Jn 19, 25). Nos cuestionaremos ahora por qué son las mujeres las que le
siguieron hasta el final. Lo de María es comprensible, simple y llanamente era
su madre. La madre es la madre y está al lado del hijo aunque éste sea un
delincuente o esté condenado a muerte. Pero, y las otras mujeres, ¿por qué
estaban allí? El evangelista san Lucas nos habla además de que allí estaban
Salomé, Juana y una tal Susana.
Los evangelistas
nos cuentan que, tanto en el juicio como en el veredicto final de la condena a
muerte de Jesús, estuvieron presentesPilato y los judíos (sacerdotes, fariseos
y escribas), pero al fin de cuenta se podría decir que históricamente los
culpables de la muerte de Jesús fueron los varones: uno lo traicionó, otro lo
negó tres veces, muchos lo apresaron, otros tantos lo juzgaron dando falso
testimonio (la mujer carecía de voz y voto en un juicio por lo que su testimonio
no era válido), un varón dio el veredicto final de condenado a muerte, otros
varones lo flagelaron, otro lo coronó de espinas; y, finalmente, otros tantos
lo crucificaron repartiéndose sus vestidos y atravesándole el costado con una
lanza. En cambio, son las mujeres las que lo habían seguido por él mismo, por
gratitud del bien que habían recibido de él; no lo habían seguido –a la manera
de los varones- por la esperanza de hacer carrera después. A ellas no se les
prometió ‘doce tronos’ ni habían pedido sentarse a su derecha e izquierda en su
reino, ni reclamaron el ciento por uno por haber dejado todo por seguirlo.
Ellas ¡habían seguido las razones del corazón! ¡Simplemente le servían por
amor! Le servían en la nueva dimensión de la redención, donde servir quiere
decir reinar. Ellas ya se sentían redimidas.
A lo largo de la
pasión de Cristo, son las mujeres las que suplen la crueldad masculina con la
compasión. Incluso una pagana, Claudia Prócula, esposa de Pilato, le ruega a su
esposo que no se meta con ese justo. Otra mujer, a la que la tradición recuerda
como la Verónica, enjuga su rostro ensangrentado con un sudario; otras, a lo
largo de la vía crucis, lloran y se lamentan por él.
La crisis de fe
en el mundo de hoy radica en que no se escuchan las razones del corazón, sino
solamente las razones retorcidas de la mente. Hoy se busca conocer y no amar.
Las mujeres que seguían a Jesús son las únicas que no se escandalizaron de Él,
¿por qué? Porque simplemente habían “amado mucho” (Cf. Lc 7, 47) y es por ello
que se entiende que sean ellas, las mujeres, las primeras en verle resucitado.
Ellas fueron las primeras testigos de la resurrección simple y llanamente
porque tuvieron el coraje de ser las últimas en verle muerto. Ellas, el primer
día de la semana, cuando los varones estaban escondidos por miedo a los judíos,
le llevaron “aromas”; a ellas se las recuerda como las “miróforas” (portadoras de
aromas) y la liturgia bizantina les honra en el 2º Domingo de Pascua como el
“domingo de las miróforas”.[30]
9. Maternidad y virginidad
Ahora trataremos
brevemente sobre los dos aspectos que llevan a la realización plena de lo que
constituye la esencia de lo específicamente femenino. Hemos visto en la
introducción cómo los engaños del demonio se ensañan en este tiempo moderno
contra estos dos caminos, únicas vías de la felicidad de una mujer.
Maternidad
“He
adquirido un varón con el favor de Yahvé” (Gn 4,1). Respecto de la maternidad,
vemos cómo los esposos participan del poder creador de Dios; pero está en la
mujer el ‘papel’ de la apertura especial hacia la nueva persona. Muchos grupos
feministas critican, por ejemplo, que a Dios se lo vea sólo como Padre, es
decir, como un hombre y no como una mujer; sin embargo, esta concepción no es
cierta. En primer lugar, Dios es espíritu, carece de cuerpo, en este sentido,
todo lo que conozcamos de él será siempre en relación a semejanzas con lo que
nosotros podamos conocer, pero con una diferencia infinita. El amor de Dios
según la Escritura es comparado con el amor de un padre, de un esposo, y
también con el amor de una madre. Veamos cómo nos dice el profeta Isaías: “Decía Sión: ‘Me ha dejado Yahvé, el Señor se
ha olvidado de mí’ […] ¿Acaso olvida una mujer a su niño, sin dolerse del hijo
de sus entrañas? Pues aunque esas personas se olvidasen, yo jamás te olvidaría”
(Is 49, 14s) Veamos, también, cómo los salmos hacen referencia al amor maternal
de Dios cuando se dice: “No, me mantengo en
paz y silencio, como niño en el regazo materno […] ¡Espera, Israel, en Yahvé
desde ahora y por siempre! (Sal 130, 2s). En otro pasaje de Isaías también
se dice: “Como a un niño a quien su madre
consuela, así os consolaré yo” (Is 66, 13). Vemos, pues, que el amor de
Dios también es comparado con el amor de una madre de una manera
incomparablemente conmovedora y tierna, muy distinto sobre todo en este tiempo
donde ocurren situaciones que antes eran casi impensables, tales como el
abandono de una madre o incluso el asesinato del hijo de sus entrañas a través
del aborto. Pero aunque esas situaciones ocurran, Dios deja claro que Él jamás
abandonaría a sus hijos sea cual sea la situación en la que se encuentren, es
él nuestro verdadero Padre, él, nuestra verdadera madre.
Annalisa
Borghese nos comenta que Juan Pablo II, a lo largo de su larga vida sin su
madre –ya que la perdió cuando él tenía tan sólo ocho años de edad-, la
recordará siempre como “el alma de la casa”, “la artífice de la vida religiosa
de la familia Wojtyla”. Para él, la mujer –lo veremos también enseguida- es
sobre todo esposa y madre. “Ser mujer y
madre responde a una vocación específica, porque le esperan los papeles
esenciales de la transmisión de la vida no sólo en sentido biológico, sino también
educativo y espiritual”.[31] No pocas mujeres[32]consiguieron la santidad
creyéndose esta gran verdad: la labor que tiene una madre de transmitir la
vida, la fe, los valores de la propia cultura y la educación moral de los hijos
¡es insustituible!; como nos enseña
Juan Pablo II, esta labor está ligada estrechamente a la mujer y a su capacidad
específica de donación de sí. No hay oración que sea tan atentamente escuchada
por Dios como la oración de una madre que pide por sus hijos, como la oración
de un niño que pide por sus padres; éste es el valor maravilloso de la familia
que reza unida.
A las madres
dice Juan Pablo II: “La experiencia de la
maternidad favorece en vosotras una aguda sensibilidad hacia las demás personas
y, al mismo tiempo, os confiere una misión particular […]. En efecto, la madre
acoge y lleva consigo a otro ser, le permite crecer en su seno, le ofrece el
espacio necesario, respetándolo en su alteridad. Así, la mujer percibe y enseña
que las relaciones humanas son auténticas si se abren a la acogida de la otra
persona, reconocida y amada por la dignidad que tiene por el hecho de ser
persona y no de otros factores, como la utilidad, la fuerza, la inteligencia,
la belleza o la salud. Esta es la aportación fundamental que la Iglesia y la
humanidad esperan de las mujeres. Y es la premisa insustituible para un
auténtico cambio cultural”.[33]
Ahora, la
maternidad hace que tengamos que tocar aunque sea sólo someramente el tema de
la anti-maternidad que se manifiesta en los actos del aborto por un extremo y por
el otro, con el tema de la concepción del hijo “a toda costa” a través de los
métodos artificiales como la unión de las células reproductivas “in vitro”.[34] La justificación que se
suele escuchar es: “Yo tengo “derecho” a hacer con mi vida y con mi cuerpo lo
que quiera”. Para empezar, la vida no es un derecho sino un don, siempre será
algo “dado”, algo “recibido”. Nosotros no decidimos nunca nacer, pasamos del
“no ser” al “ser” en un instante sin ninguna participación nuestra. Para
entender esto no hay que ser creyente, basta la filosofía para darse cuenta que
el ser humano es un ser “relacional”, si no hay “otro” a su lado, simplemente
se muere. El ser humano, a diferencia incluso de muchos animales, en el momento
de nacer, es un ser total y radicalmente indigente. Hubo alguien que nos
abrigó, nos bañó, nos curó, nos alimentó, nos cogió de la mano para caminar,
nos protegió en el peligro, etc. Es irracional por tanto decir que yo tengo
derecho sobre una vida que nunca me di o con un cuerpo que tengo gracias a que
otro me lo cuidó. La vida es un don de Dios, es él quien la da, él quien la
quita. A pesar de todas las aberraciones en contra de esta verdad, la Iglesia
como defensora del hombre y de la vida siempre estará al lado de la mujer para
llevarla por el camino de la verdad y para ayudarla si es que ha caído en el
aborto, en la anticoncepción, etc., a salir del abismo de la tristeza que todo
ello le produce, ya que, por ejemplo en el caso del aborto, podrá sacar al niño
de su vientre pero nunca de su mente ni de su corazón. A estas mujeres, el Papa
Juan Pablo II les dice:
“Una reflexión especial quisiera tener
para vosotras, mujeres que habéis
recurrido al aborto. La Iglesia sabe cuántos condicionamientos pueden haber
influido en vuestra decisión, y no duda de que en muchos casos se ha tratado de
una decisión dolorosa e incluso dramática […]. Comprended lo ocurrido e
interpretadlo en su verdad […]. Ayudadas por el consejo y la cercanía de
personas amigas y competentes, podréis estar con vuestro doloroso testimonio
entre los defensores más elocuentes del derecho de todos a la vida.”[35]
El paradigma
bíblico de la “mujer” culmina en la maternidad de la madre de Dios. Sí, es en
la plenitud de los tiempos donde se ha manifestado la dignidad extraordinaria
de la Mujer, que llegaría a ser la Madre de Dios. Es gracias al “sí” de María
que el “Hijo del Altísimo” puede decir al Padre: “Me has formado un cuerpo. He aquí que vengo, Padre, para hacer tu
voluntad” (Hb 10, 5.7). Juan Pablo II nos ilumina en este sentido: “Es en la mujer donde se realiza la elevación
sobrenatural a la unión con Dios en Jesucristo, por lo tanto, aquella “plenitud
de gracia” concedida a la Virgen de Nazaret, en previsión de que llegaría a ser
“Theotókos” (madre de Dios), significa al mismo tiempo la plenitud de la
perfección de ‘lo que es característico de la mujer’, de ‘lo que es femenino’.
Nos encontramos aquí, en cierto sentido, en el punto culminante, el arquetipo
de la dignidad personal de la mujer”.[36]
Virginidad
“Hay
eunucos que se hicieron tales a sí mismos por el Reino de los cielos”
(Mt 19, 12). La virginidad no sólo es fruto de una opción libre, sino, también,
es fruto de una gracia especial otorgada por parte de Dios. La virginidad es la
respuesta a una llamada. Esta llamada dirigida a hombres vale también para la
mujer como un signo de la esperanza escatológica. La virginidad o - más
generalmente dicho- la vida célibe es el adelanto del cielo en la tierra para
quien acepte este llamado libremente. A su vez, la virginidad por el Reino
implica vivir la maternidad espiritual de manera inseparable y profunda como
fruto del amor esponsal con Cristo Esposo (Cf. 1Co 6, 17) por el Espíritu
Santo.
El paradigma de
las mujeres consagradas al Señor es el de aquellas que lo vieron resucitado,
las cuales se arrojan a sus pies y lo adoran. Este caer a sus pies es la imagen
de la oración contemplativa. Este es el modelo de una religiosa de clausura; es
ella la que, a los pies de Jesucristo, clama por la salvación del mundo. Se
podría decir que el mundo, el universo entero, se sostiene por la intercesión
de estas mujeres de oración.
Vemos, pues, que
quien opta por la virginidad por el Reino de los Cielos no se priva en absoluto
de vivir también la dimensión de la maternidad, sino por el contrario, toda
religiosa está llamada a ser la madre de muchos: “Cuanto hicisteis a uno de éstos…a mí me lo hicisteis” (Mt 25, 40).
Creo que un gran ejemplo de ello fue la beata Teresa de Calcuta, la santa de
Juan Pablo II: “Yo estaba unido a ella
por una gran estima y un sincero afecto. […] No cabe duda de que la nueva beata
fue una de las más grandes misioneras del siglo XX. […] Misionera con el
lenguaje más universal: el de la caridad sin límites ni exclusiones […] Teresa
de Calcuta fue realmente madre”.[37]
Respecto a lo
anterior, vemos, por ejemplo, cómo el apóstol San Pablo se dirige a las
comunidades de Galacia: “Hijos míos, por
quienes sufro de nuevo dolores de parto” (Ga 14, 19); si esto lo dice el
apóstol siendo él un varón, ¡con cuánto mayor sentir y convicción lo dirá una
mujer! Es por ello que muchos son testigos (y me incluyo) de que estas mujeres
de clausura son las personas más felices
del mundo. Faltaría espacio para nombrar ejemplos de mujeres santas en la
vida religiosa; baste tan sólo mencionar a Santa Teresa de Jesús, Santa
Catalina de Siena, Santa Teresa de Lisieux, Santa Clara de Asís, Santa Teresa
Benedicta de la cruz (Edith Stein), Santa Rosa de Lima, Beata Teresa de Calcuta
(recordada por la mayoría como ‘Madre’ Teresa), Santa Teresita de los andes,
Santa Gemma Galgani, Santa Beatriz de Silva, Santa Kateri Tekakwitha, Santa
Josefina Bakhita, las dos últimas canonizadas por Juan Pablo II, etc.; y,
aunque no fue religiosa, pero murió defendiendo su virginidad, tenemos a la
niña Santa María Goretti.
Todo cristiano
está llamado a ser un ‘contemplativo’, pero un consagrado y, sobre todo, una
mujer consagrada a Jesucristo Esposo tiene la inmensa gracia, la oportunidad
maravillosa de experimentar que Jesús es más amigo que cualquier amigo, más
hermano que cualquier hermano, más amante…que ningún amante.
10. La Iglesia-Esposa de Cristo
Aunque tal vez el matrimonio sea
un tema de reflexión que toquemos posteriormente, esta vez no podemos evitar
tocar el tema al menos superficialmente desde la perspectiva del papel de la
mujer en él. Está por demás decir que nos referiremos al verdadero concepto del
matrimonio, es decir, al matrimonio cristiano, unión en Jesucristo de un hombre
y una mujer. Y tal vez en este sentido convenga citar textualmente un texto que
nos será muy útil para mostrar el verdadero sentido del matrimonio y del papel
tanto del varón como de la mujer en él y me refiero a la carta a los Efesios.
“Sed sumisos los unos a los otros
en el temor de Cristo: las mujeres a sus maridos, como al Señor, porque el
marido es cabeza de la mujer, como Cristo es cabeza de la Iglesia, el salvador
del cuerpo. Como la Iglesia está sumisa a Cristo, así también las mujeres deben
estarlo a sus maridos en todo.
Maridos, amad a vuestras mujeres
como Cristo amó a la Iglesia y se entregó a sí mismo por ella, para
santificarla, purificándola mediante el baño del agua, en virtud de la palabra,
y presentársela resplandeciente a sí mismo, sin que tenga mancha ni arruga ni
cosa parecida, sino que sea santa e inmaculada. Así deben amar los maridos a
sus mujeres como a sus propios cuerpos. El que a ama a su mujer se ama a sí
mismo. Porque nadie aborrece jamás su propia carne; antes bien, la alimenta y
la cuida con cariño, lo mismo que Cristo a la Iglesia, pues somos miembros de
su cuerpo. Por eso dejará el hombre a su
padre y a su madre y se unirá a su mujer, y los dos se harán una carne (Gn2,
24). Gran misterio es éste, lo digo respecto a Cristo y la Iglesia. En todo
caso, también vosotros, que cada uno ame a su mujer como a sí mismo; y la
mujer, que respete al marido.” (Ef 5,21-33)
Vemos, pues, en
este texto, que el matrimonio no se entiende fuera de Cristo, fuera de Dios. Si
Dios no existe es imposible el matrimonio porque lo que supone supera la
capacidad humana. Para una mujer sin fe el texto anterior es machismo puro y
para un hombre sin fe el texto anterior es una estupidez. Pero no, Dios existe,
Dios es Padre pero Dios es también el Esposo, “porque tu Esposo es tu hacedor, se llama Yahvé Sebaot; él es tu
redentor, el Santo de Israel, se llama Dios de toda la tierra. Como a esposa
abandonada y desolada te ha llamado Yahvé; como a esposa de juventud
repudiada-dice tu Dios- Por un breve instante te abandoné, pero con gran
compasión te recogeré. En un arranque de furor te oculté mi rostro por un
instante, pero te quiero con amor eterno-dice Yahvé, tu Redentor-” (Is 54,
5-8)
La carta a los
Efesios muestra la plenitud de la imagen del amor esponsal: Cristo es el Esposo
y la Iglesia es la Esposa. De esta relación esponsal entre Cristo y la Iglesia
participan el varón y la mujer en el matrimonio. Aclararemos que el término
sumisión no se refiere a un servilismo irracional sino a una donación al otro
por amor, un servicio desde la libertad propia de una persona movida por el
amor de Cristo. Si la mujer debe ser sumisa a su marido es porque con el
Espíritu Santo verá en él al mismo Cristo dando la vida por ella, porque así
amó Cristo a la Iglesia: haciéndole el bien (Cf. Hch10,38), dándole de comer
(Cf. Jn 6,1-15, etc.), curándola (Cf. Mc1,32-34, etc.), lavándole los pies (Cf.
Jn13,5), soportando insultos, golpes, salivazos, flagelaciones y finalmente,
muriendo por ella (Cf. Mt27, etc.). La sumisión, por tanto, no sólo es de la
mujer hacia el marido; es también del marido hacia la mujer, es decir, es
recíproca en el temor de Cristo. Como ya dijimos no es servilismo porque en
Cristo no sólo ya no hay hombre ni mujer sino que no hay esclavo ni libre (Ga
3, 28). En este sentido, el matrimonio no es un “requisito” para estar “a
buenas con Dios”, al contrario, es la ayuda de Dios para que con su Espíritu
–que desciende sobre los esposos en el sacramento- les auxilie y puedan ser
ambos sumisos el uno al otro, cosa que sería imposible sin el Espíritu Santo
por la herida del pecado original tal y como ya vimos en el punto 3.
El amor de
Cristo a la Iglesia es paradigma sobre todo en particular para el amor del varón
hacia su mujer en el matrimonio porque Cristo amó a la Iglesia hasta el extremo
(Cf. Jn 13,1). Como dice san Pablo: “Maridos,
amad a vuestras mujeres y no seáis ásperos con ellas” (Col 3,18)o, como
vimos en la carta a los Efesios, amar a la mujer como al propio cuerpo, como a
la propia carne, como a sí mismo. Cristo es el modelo del Esposo que “se ha
dado a sí mismo” del modo más completo y radical porque “nadie tiene mayor amor que el que da su vida por sus amigos” (Jn
15,13), así, si el esposo es cabeza de la mujer, lo es para entregarse a sí
mismo por ella.
Dice Juan Pablo
II que es por medio de la Iglesia que “todos los seres humanos –hombres y
mujeres- están llamados a ser la “Esposa” de Cristo, redentor del mundo. Por lo
tanto, “ser esposa”, es decir, lo “femenino” se convierte en símbolo de “todo
lo humano”[38].
¿Se puede pedir mayor dignidad para el sexo femenino? Muy por el contrario de lo
que afirman los grupos feministas, sólo la Iglesia lleva a plenitud la dignidad
femenina. Sólo bajo esta luz puede entenderse -en contra de lo que quiere la
postura feminista- que no es lógico el sacerdocio de la mujer por una razón muy
simple. Es totalmente equivocado afirmar que Cristo llamó a varones por el
contexto machista de su cultura. Cristo ha llamado a sus apóstoles (varones) de
un modo totalmente libre y soberano, los llamó con la misma libertad con la que
devolvió la dignidad de la mujer. Recuérdese que eran los mismos fariseos
quienes notaban el actuar libre de Jesús: “porque
no miras la condición de las personas” (Mt 22,16) El sacerdocio del N.T. es
el sacerdocio de Cristo, el único, definitivo y Sumo Sacerdote. El único
sacerdote es Jesucristo quien como Esposo se entregó a la Esposa Iglesia en el
tálamo nupcial de la cruz. Los sacerdotes sólo participan de este único
sacerdocio del Esposo. Él llamó a hombres y les dio la orden “haced esto en
memoria mía” (Lc 22,19) y “a quienes perdonéis los pecados, les quedan
perdonados” (Jn 20, 23) porque ellos actuarían en persona del Esposo (in
persona Christi). Por lo que una mujer sacerdote va en contra de su naturaleza
que le reclama ser la Esposa y no el Esposo.
La Eucaristía es
el sacramento de nuestra redención. Es el sacramento del Esposo y de la Esposa.
En este gran Misterio de Cristo y de la Iglesia se introduce la perenne “unidad
de los dos” constituida desde el “principio” entre el hombre y la mujer. Por lo
tanto, la santidad se mide según el “gran misterio” con que la Esposa responde
al amor del Esposo en el Espíritu Santo.
El Concilio
Vaticano II afirma que la “mujer” precede a todos (incluyendo al mismo Pedro y
a los apóstoles) en el camino de la santidad: en María de Nazaret la Iglesia ha
alcanzado ya la perfección. En este sentido la Iglesia es a la vez “mariana” y
“apostólico petrina”. “María es ‘Reina de los Apóstoles’ sin pretender para
ella los poderes apostólicos. Ella tiene otra cosa y más”.[39]
11. La mujer en la sociedad de hoy
En el contexto
de la mujer madre, de la mujer esposa –ya vistos anteriormente-, y además en el
del papel de la mujer en la familia y en la sociedad –tal como veremos ahora-,
concluye el libro de los proverbios con un bello poema alfabético (acróstico
del alfabeto hebreo) que la Biblia de Jerusalén titula como la mujer ideal y que a manera de prosa dice
como sigue:
“¿Quién encontrará a una mujer ideal? Vale
mucho más que las piedras preciosas. Su marido confía plenamente en ella, pues
no carecerá de nada. Le da beneficios sin pérdidas todos los días de su vida.
Adquiere lana y lino y los trabaja con finas manos. Es como un barco mercante
que trae de lejos sus provisiones. Se levanta cuando aún es de noche para dar
el sustento a su familia y las órdenes a las criadas. Examina y compra tierras,
y con sus propias ganancias planta viñas. Se arremanga con decisión y trabaja
con energía. Comprueba si sus asuntos van bien y ni de noche apaga su lámpara.
Echa mano a la rueca y sus dedos manejan el huso. Tiende sus manos al
necesitado y ofrece su ayuda al pobre. Su casa no le teme a la nieve, pues
todos los suyos llevan vestidos forrados. Se confecciona sus mantas y viste de
lino y púrpura. Su marido es reconocido en la plaza, cuando se sienta con los
ancianos del lugar. Teje y vende prendas de lino y proporciona cinturones a los
comerciantes. Se reviste de fuerza y dignidad y no le preocupa el mañana. Abre
su boca con sabiduría y su lengua instruye con cariño. Vigila la marcha de su
casa y no come el pan de balde. Sus hijos se apresuran en felicitarla y su
marido hace su alabanza: ‘¡Hay muchas mujeres valiosas, pero tú las superas a
todas!’. Engañosa es la gracia y fugaz la belleza; sólo la mujer que respeta a
Yahvé es digna de alabanza. Agradecedle el fruto de su trabajo y que sus obras
la alaben en la plaza.” (Pr 31, 10-31)
Vemos, pues, que
ya la revelación nos da la pauta de la vocación de la mujer en la cual su
dignidad está a tope. Es una mujer que dedicándose incluso a los negocios tiene
claro que su papel en la familia es insustituible, es decir, conjuga con
sabiduría ambos aspectos. Es una mujer que “instruye
con cariño”, es decir, transmite la fe a los hijos, educa y transmite los valores
de la propia cultura. Es una mujer que sirve y sin embargo “viste de lino y púrpura”, es decir, es
una reina y es reconocida y alabada como tal, tanto por su esposo, sus hijos y
“en la plaza”, es decir, por la sociedad. Tal como dijimos anteriormente,
servir quiere decir reinar.
Era necesario
poner una base desde la antropología filosófica y teológica para poder abordar
aunque sólo sea someramente el tema ahora del papel de la mujer en la sociedad
de hoy. Sin lo anterior no se entendería
nada de lo que ahora resumiremos brevemente, puesto que justamente comenzamos
toda esta reflexión con ejemplos de lo que algunas mujeres supuestamente “creyentes”
afirmaban de lo que debe ser el papel de la mujer en la sociedad de hoy. En la
vida real lo que se sigue viendo en las noticias es que las mujeres “exitosas”
(éxito meramente económico) se siguen suicidando.
Se pregona que
ponerse un delantal es algo retrógrado y hemos visto en todo lo expuesto que el
mismo Dios se puso un ceñidor para lavar los pies a sus discípulos. El hombre
quiso hacerse Dios pero sólo Dios ha querido realmente ser hombre. Se ha
confundido servicio con servilismo. Es por ello que ahora decimos junto con
Juan Pablo II que el papel de la mujer en la familia es insustituible. Nunca se
ha pretendido decir que la mujer de hoy no debe trabajar ni mucho menos. Al
contrario, sólo ahora se entenderá lo esencial y necesario del papel de la
mujer en el mundo laboral y cómo éste puede beneficiarse de ese “plus”, de ese
“valor agregado” que sólo puede ser aportado por el genio femenino, por la sensibilidad femenina; pero, a su vez, su
lugar en la familia no puede delegarse absolutamente a nadie. “El ‘papel del amor’ específicamente femenino
nunca debe ser sacrificado. Lo recuerda [Juan Pablo II] en 1987, en su visita a
Łódź, ciudad obrera de Polonia, en una fábrica textil donde trabajan sólo
mujeres, obligadas a permanecer lejos de la familia; y todavía en el año 1991
en Matelica, provincia de Macerata, en un establecimiento de confección de
grandes marcas italianas donde doscientas sesenta costureras de la firma cortan
y cosen de la mañana a la tarde”[40]
Si Mulieris dignitatem es un documento que
sitúa nuevamente a la mujer en la dignidad que le es propia, la Carta a las mujeres subraya la
necesidad, más aún, la urgencia de valorizar a las mujeres en los lugares donde
se encuentran, en los contextos sociales más dispares, y al mismo tiempo
tutelar el papel específicamente femenino, imprescindible dentro de la familia.
No es verdad, pues, como afirman las feministas, que la Iglesia es un
impedimento para el desarrollo de la mujer. No hay lugar en el mundo donde se
haya dignificado tanto a la mujer como en la Iglesia, desde Jesucristo y sus
inicios hasta hoy.
Son muchos los
campos donde la mujer puede aportar a la sociedad su genio femenino y, a su
vez, ella también puede realizarse sin perjudicar su ser mujer. La mujer posee,
por cierto, indudables capacidades para realizar cualquier carrera al igual que
el varón, pero el punto no es este, el punto es que en los lugares en donde
esté se beneficie tanto ella como el ambiente que le rodea, por ejemplo, más
que con un fusil en el ejército, o como
piloto o astronauta pueda elegir ser abogada, docente, médica, asistenta social
o economista, que entre otros campos, son aquellos donde la genialidad femenina
puede aportar una sensibilidad diferenciada que no la tendría el varón porque
es propia de la mujer. Son en éstos y otros muchos campos donde habría que
defender a la mujer de la discriminación masculina. Como afirma Juan Pablo II:
“Ciertamente, aún queda mucho por hacer para
que el ser mujer y madre no comporte una discriminación. Es urgente alcanzar en
todas partes la efectiva igualdad de los derechos de la persona y por tanto
igualdad de salario respecto a igualdad de trabajo, tutela de la trabajadora-madre, justas promociones en la carrera, igualdad
de los esposos en el derecho de familia, reconocimiento de todo lo que va unido
a los derechos y deberes del ciudadano en un régimen democrático.Se trata de
un acto de justicia, pero también de una
necesidad. Los graves problemas sobre la mesa, en la política del futuro, verán
a la mujer comprometida cada vez más: tiempo libre, calidad de la vida,
migraciones, servicios sociales, eutanasia, droga, sanidad y asistencia,
ecología, etc. Para todos estos campos será preciosa una mayor presencia social
de la mujer, porque contribuirá a manifestar las contradicciones de una
sociedad organizada sobre puros criterios de eficiencia y productividad, y
obligará a replantear los sistemas a favor de los procesos de humanización que
configuran la ‘civilización del amor’”[41]
Notamos, pues,
el gran interés que está poniendo la Iglesia en la defensa de la dignidad de la
mujer en el mundo del trabajo en la sociedad actual. Otro ejemplo claro es la
afirmación de la Doctrina Social de la Iglesia sobre el papel de la familia en
la vida económica y el trabajo:
“En la relación entre la familia y el trabajo, una atención especial se
reserva al trabajo de la mujer en la familia, o labores de cuidado familiar,
que implica también las responsabilidades del hombre como marido y padre. Las
labores de cuidado familiar, comenzando por las de la madre, precisamente
porque están orientadas y dedicadas al servicio de la calidad de la vida,
constituyen un tipo de actividad laboral eminentemente personal y personalizante,
que debe ser socialmente reconocida y valorada, incluso mediante una
retribución económica al menos semejante a la de otras labores. Al mismo
tiempo, es necesario que se eliminen todos los obstáculos que impiden a los
esposos ejercer libremente su responsabilidad procreativa y, en especial, los
que impiden a la mujer desarrollar plenamente sus funciones maternas”.[42]
A su vez, en el
mismo manual acerca de las mujeres y el derecho al trabajo se indica:
“El genio femenino es necesario en todas las expresiones de la vida
social; por ello se ha de garantizar la presencia de las mujeres también en el
ámbito laboral. El primer e indispensable paso en esta dirección esla
posibilidad concreta de acceso a la formación profesional. El reconocimiento y
la tutela de los derechos de las mujeres en este ámbito dependen, en general,
de la organización del trabajo, que debe tener en cuenta la dignidad y la
vocación de la mujer, cuya ‘verdaderapromoción…
exige que el trabajo se estructure de manera que no deba pagar su promoción con
el abandono del carácter específico propio y en perjuicio de la familia, en la
que como madre tiene un papel insustituible’[43].
Es una cuestión con la que se miden la cualidad de la sociedad y la efectiva
tutela del derecho al trabajo de las mujeres. La persistencia de muchas formas
de discriminación que ofenden la dignidad y vocación de la mujer en la esfera
del trabajo, se debe a una larga serie de condicionamientos perniciosos para la
mujer, que ha sido y es todavía ‘olvidada en sus prerrogativas, marginada
frecuentemente e incluso reducida a esclavitud’.[44]
Estas dificultades, desafortunadamente, no han sido superadas, como lo
demuestran en todo el mundo las diversas situaciones que humilla a la mujer,
sometiéndola a formas de verdadera y propia explotación. La urgencia de un
efectivo reconocimiento de los derechos de la mujer en el trabajo se advierte
especialmente en los aspectos de la retribución, la seguridad y la previsión
social.”[45]
En contra de lo
que afirman los grupos feministas, la Iglesia y su doctrina social, como ha
quedado evidente líneas arriba, tiene un especial interés en la defensa de una
verdadera promoción de la mujer en cuanto a su desarrollo no solamente
económico sino integral.
12. “Una
gran señal”
La figura de la
mujer está en toda la historia de la salvación. La mujer aparece en la Biblia
de principio a fin, desde su creación en el Génesis hasta su exaltación en el
Apocalipsis:
“Una gran señal apareció en el cielo: una Mujer, vestida del sol, con la
luna bajo sus pies, y una corona de doce estrellas sobre su cabeza; está en
cinta, y grita con los dolores del parto y con el tormento de dar a luz.”
(Ap12, 1s)
En la “Mujer
vestida del sol” se refleja la lucha fundamental a favor del hombre: Dios le confía a la mujer de un modo
especial al hombre, a todo el hombre,
varón y mujer, de todos los lugares, de todos los tiempos. Esta “señal de la
mujer” no tiene solamente un significado escatológico y nada más, sino que
también tiene un significado pragmático, así pues, la “señal de la mujer”
remite a la mujer misma, a todas las mujeres en cuanto tales. La mujer existe
entonces como ayuda adecuada para que el amor de Dios se derrame en los
corazones (Cf. Rm 5, 5) de todos los hombres. Por tanto, la dignidad de la
mujer es medida en razón del amor. Es más mujer no la más deseada como objeto
sino la más amada como persona, no la que más desea sino la que más ama, en
definitiva, la mujer no puede encontrarse a sí misma si no es dando amor a los
demás. Como vimos, la carta a los Efesios expresa la verdad de la mujer como
esposa; el Esposo es el que ama. La Esposa es amada; es la que recibe el amor,
para amar a su vez.
El Concilio
Vaticano II les dice a todas las mujeres, a las esposas, madres de familia,
solteras, vírgenes consagradas, creyentes y no creyentes, que detengan la mano
del hombre que en un momento de locura intentara destruir la civilización
humana. “Mujeres del universo todo, cristianas o no creyentes, a vosotras que
os está confiada la vida, en este momento tan grande de la historia, vosotras
debéis salvar la paz del mundo”[46]. Al igual que a la
samaritana, hoy más que nunca es tan válida y dramática la exclamación de Jesús
a toda mujer: “¡Si conocieras el don de Dios!”, ¡te encontrarías a ti misma,
te encontrarías con la verdad que es que Dios te ama, y harías que Dios se
encuentre con los demás! La nueva
evangelización se abre así paso para que todo esto se dé, para que ocurra un
nuevo y decisivo encuentro entre la mujer moderna y Jesucristo, que es el mismo,
ayer, hoy y siempre.
En la Biblia se
encuentran de un extremo a otro los “¡ve!” o los “¡id!”, siempre sólo dirigido
a hombres (Moisés, Abrahán, los profetas, los apóstoles, etc.). Sólo un único “id”
es dirigido a las mujeres: el de las miróforas: “No temáis. Id, avisad a mis hermanos que vayan a Galilea; allí me verán.”
(Mt 28, 10). Ustedes, mujeres, deberán también ser hoy las maestras de los
maestros, como María Magdalena fue la “apóstol de los apóstoles”[47] y al igual que ellas
tienen un papel fundamental en la nueva evangelización que tanto reclama este
gélido mundo pos moderno.
En nuestra
civilización tan dominada por la técnica se necesita una nueva era: la era del corazón. Después de
tantas eras que han tomado nombre del hombre – homo erectus, homo faber, hasta
el homo sapiens sapiens, es decir, el sapientísimo de hoy- es deseable que se
abra por fin en la humanidad una era de la mujer: una era del corazón, de la
compasión y así esta tierra deje de ser “el
terruño que nos hace tan feroces”[48]
Mujeres
cristianas, sigan llevando a los sucesores de los apóstoles (obispos), a los
sacerdotes y a todos los hombres, el gozoso anuncio en la nueva evangelización:
“¡El Maestro está vivo! ¡Ha resucitado! Les precede en Galilea, o sea, ¡donde
quiera que vayan! No tengan miedo”. Junto a todas las mujeres de buena
voluntad, ustedes son la esperanza de un mundo más humano.
Doy gracias,
junto con Juan Pablo II a todas las mujeres. Damos gracias junto con la Iglesia
quien también “da gracias por todas las mujeres y por cada una: por las madres,
las hermanas, las esposas; por las mujeres consagradas a Dios en la virginidad;
por las mujeres dedicadas a tantos y tantos seres humanos que esperan el amor
gratuito de otra persona; por las mujeres que velan por el ser humano en la
familia, la cual es el signo fundamental de la comunidad humana, por las
mujeres que trabajan profesionalmente, mujeres cargadas a veces con una gran
responsabilidad social; por las mujeres “perfectas” y por las mujeres
“débiles”. Por todas ellas, tal como salieron del corazón de Dios en toda la
belleza y riqueza de su femineidad, tal como han sido abrazadas por su amor
eterno […] La Iglesia expresa su agradecimiento por todas las manifestaciones
del “genio” femenino aparecidas a lo largo de la historia, en medio de los
pueblos y de las naciones; da gracias por todos los carismas que el Espíritu
Santo otorga a las mujeres en la historia del Pueblo de Dios, por todas las
victorias que debe a su fe, esperanza y caridad; manifiesta su gratitud por todos los frutos de santidad femenina.”[49]Comenzábamos esta
reflexión preguntándonos:¿qué es lo específicamente femenino? ¿Qué es una
mujer? Y es así, dándote gracias como finalmente quisiera junto con Juan Pablo
II responder a esta cuestión inicial: gracias,mujer,porque tú eres… “la otra mitad del cielo”.
A la primera de
las “piadosas mujeres” e incomparable modelo de éstas, la Madre de Jesús, la
única virgen y madre a la vez, le repetimos una antigua plegaria de la Iglesia:
“Santa María, socorre a los pobres, sostén a los frágiles, conforta
a los débiles: ruega por el pueblo, intervén por el clero, intercede por el devoto sexo femenino”[50]
Gustavo Arriola
“Generación Juan Pablo II,
comunidad para la Nueva Evangelización”
Movimiento
de retiros parroquiales Juan XXIII
[1] Cf. Entrevista a Reggie Littlejohn por Edward Pentin, Roma, lunes 6 de
Junio de 2011 (Zenit.org)
[2] Ibid.
[3] Cf. ACI/EWTN Noticias, Roma, 18 de Julio de 2011
[4] Ibid.
[5] Ver publicación de la sección “Ellos y Ellas” de la Revista “Caretas”,
Nº329, 27/07/11, p. 38
[6] Loc. cit. p. 40
[7] Ibid.
[8] Para la presente exposición seguiré el esquema de la carta apostólica
de JUAN PABLO II (Cart. Ap. “Mulieris Dignitatem”, sobre la dignidad y la
vocación de la mujer con ocasión del Año Mariano, Roma, 1988). Aunque se citará
también alguna otra fuente que enriquezca la exposición, generalmente del
Magisterio de la Iglesia.
[9]Cf. Marguerite A. Peeters, “La nueva ética mundial, retos para la
Iglesia” (Institute for Intercultural Dialogue Dynamics, asbl) (iis@skynet.be)
[10] Ver la polémica causada por estos casos -o por los chicos que
descubren que son medios hermanos por un donante de esperma que tendría al
menos 150 hijos- en ACI/EWTN Noticias, 9 de Setiembre de 2011
[12] Cf. JUAN PABLO II, op. cit. n 1.
[13] Cf. Yves SEMEN, “La sexualidad
según Juan Pablo II”, (DDB)4, Bilbao, 2007, p. 96ss
[15] Cf. Emiliano Jiménez, “Figuras Bíblicas”, (Merkabá), Bilbao, p.12
[16] Cf. JUAN PABLO II, “Hombre y
mujer lo creó”, Audiencia general, 13 de febrero de 1980
[17] Cf. Yves Semen, op. cit, p. 91
[18] Cf. Juan Pablo II, Audiencia General, 18 de Junio del 1980, n5.
[19] Cf. Yves Semen, op. cit. p. 103
[20] Cf. JUAN PABLO II, Cart. Ap. “Mulieris
Dignitatem”, n 10
[22] Cf. Juan Pablo II, “Mulieris Dignitatem”, n10
[23] Cf. Emiliano Jiménez, op. Cit. p. 135ss
[24]Tenemos los casos de Sara (Gn 18, 9-15), Rebeca (Gn 25, 21s), Raquel (Gn
29, 31; 30, 22-24), la madre de Sansón (Ju13, 2-7), Ana, madre de Samuel (1Sam
1,11), Isabel (Lc 1, 36)
[25]Cf. Joseph Ratzinger, BENEDICTO XVI, “Jesús de Nazaret, 2a parte”, (Encuentro), Madrid, 2011, p.45
[26]Cf. Juan Pablo II, op. cit. n12
[27] Cf. Juan Pablo II, op. cit., n13
[28] Cf. Juan Pablo II, op. cit., n 14.
[29] Cf. Raniero Cantalamessa, “La fuerza de la cruz”, (Monte Carmelo)8,
Burgos, 2009, p 365ss
[30] Cf. Raniero Cantalamessa, op. cit,, p. 370
[31] Cf. Annalisa Borghese, “Las
mujeres de Wojtyla”, (San Pablo), Bogotá, 2011, p.20s
[32] Como ejemplos de madres de familia que llegaron a ser santas podemos
mencionar a: Santa Felicidad y Perpetua (año 203), Santa Mónica (Año 387, madre
de San Agustín quien debe su conversión a los años de lágrimas y oración
incesante de su madre), la reina Santa Isabel de Hungría (1207-1231), Santa
Rita de Casia (1381-1457), Santa Luisa de Marillac (1591-1660), Beata Isabella
Canori Mora (1774-1825), Beata Ana María Taigi (1769-1837), Santa Gianna
Beretta Molla, patrona de la vida, (1922-1962) entre otras.
[33] Cf. Juan Pablo II, Cart. Enc. “Evangelium
vitae”, n 99
[34] Sobre la moralidad de la fecundación artificial la bibliografía es extensa pero me he
basado en: Emiliano Jiménez, “Bioética”, (J.M.Caparrós), Madrid, 1991
[35]Cf. Juan Pablo II, Ibid.
[36] Cf. Juan Pablo II, Cart. Ap. Mulieris
Dignitatem., n5
[37]Discurso a los peregrinos que habían
participado en la beatificación de la Madre Teresa de Calcuta, 20 de Octubre de
2003, citado por Annalisa Borghese, op. cit., p. 87
[39] Cf. H.U. Von Balthasar, Neue
Klarstellungen, trad. Ital., Milano 1980, p181, citado por
Juan Pablo II, op. cit. n27.
[40] Cf. Annalisa Borghese, op. cit.,
p.41
[41] Cf. Juan Pablo II, Carta a las
mujeres, 29 de junio de 1995
[42] Cf. Pontificio Consejo Justicia y Paz, “Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia”, n251
[43] Cf. Juan Pablo II, Carta enc. Laborem
exercens, 19: AAS 73 (1981) 628
[44] Juan Pablo II, Carta a las
mujeres, (29 de junio de 1995), 3: AAS 87 (1995) 804.
[45]Cf. Pontificio Consejo Justicia y Paz, “Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia”, n295
[46] Cf. Mensaje del Concilio Vaticano II a toda la humanidad, n4: a las
mujeres.
[47]Cf. Santo Tomás de Aquino, com. al ev. de Jn, XX, 2519; citado
porRaniero Cantalamessa, “La fuerza de la cruz”, p 372
[48] Cf. Dante Aliguieri, “Paraíso”, 22, v151; citado porRaniero
Cantalamessa, op.cit., p 369
[49] Juan Pablo II, Carta Ap. “Mulieris
dignitatem”, n31
[50] Cf. Antífona del Magnificat, común de las fiestas de la virgen;citado
porRaniero Cantalamessa, op.cit., p 373
Recién he podido ver tu blog, me parece de mucha ayuda tus publicaciones, gracias.
ResponderEliminarMe ayuda a pensar un poquito del gran amor que Dios me tiene a pesar de mis pecados, mi falta de fe, y mi juzgar a los demás. Sole
!Ánimo que Dios te ama!
ResponderEliminarGustavo
Muy interesante tu publicación ojalá muchos se den el tiempo de leerla. Sigue publicando cosas en torno a este tema. Actualmente en el Perú están por introducir un proyecto de ley donde quieren permitir el aborto en casos de violación, alegando que la mujer queda trauma por la experiencia y tiene que cargarlo durante 9 meses más. No se dan cuenta que es mas traumática la experiencia de matar a un hijo, remordimiento que no durará 9 meses sino toda la vida. Esa es la perspectiva que se quiere para la mujer en el Perú si se aprueba esta iniciativa que piden en conjunto todas las organizaciones y ONG feministas.
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