lunes, 20 de mayo de 2013

Sobre el "cambio epocal" y la "nueva evangelización"


“Porque vendrá un tiempo en que los hombres no soportarán la doctrina sana […] y se volverán a las fábulas” (2 Tm 4,3s)

Sobre el Cambio Epocal y la Nueva Evangelización

Estamos experimentando desde hace ya varias décadas un “cambio epocal”, el cual ha hecho que ahora se hayan trastocado todos los caminos que al hombre le pueden llevar hacia la felicidad. Estamos viviendo en un mundo sin Dios. Incluso las personas que supuestamente están en la Iglesia viven diariamente haciendo una “apostasía silenciosa” de su fe (asumiendo que la tengan); es decir, en la práctica, se niega a Dios con los actos, poniendo otras cosas por encima de él, como pueden ser: planes (mi voluntad), el afán de éxito, de dinero, de placer, de pasarla bien, de fama, de gloria, de diversión del momento, de tener, de poder, etc. A todo esto el mundo moderno le ha inventado un nombre, y le llama: “calidad de vida”. Lo que este hombre post-moderno no sabe, porque se le oculta, es que lo que verdaderamente llenaría su existencia de plenitud no cuesta, es gratuito, porque sólo el amor de Dios lleva a su realización la vida del hombre.
Para darse tiempo para uno mismo no se necesita dinero, sólo la voluntad, que, lamentablemente, está muy herida por nuestros vicios y pecados. Pero la gracia de Jesucristo fortalece la voluntad para dar este paso. Sólo dándonos tiempo para estar “a solas con Dios” y con nosotros mismos podemos interiorizar y preguntarnos: ¿Qué estoy haciendo con mi vida? ¿Tiene sentido todo lo que hago? ¿Para qué lo hago? ¿A dónde voy? Y, sobre todo, la pregunta fundamental: ¿HOY, soy feliz? Este tiempo para meditar es lo que este mundo actual nos niega con una crueldad implacable y lo único que hace esta sociedad “global” es exprimirnos hasta que no damos más; y así, luego de desecharnos, toma a otro del cual y con el cual se sirve para que siga produciendo, o mejor dicho, para que siga “consumiendo”. Para esto le ofrece una serie de cosas con las cuales puede “alienarse” escapando así de su realidad: objetos que comprar, ropa “de moda”, diversión momentánea, fiestas, alcohol, sexo, drogas, viajes cada vez más cortos y desenfrenados, créditos a largo plazo, tarjetas, etc. Para ello, todas estas cosas las vende con una ingente cantidad de mensajes comerciales, en spots publicitarios que se propagan por la televisión, cine, prensa escrita, literatura, internet, radio, paneles cada vez más vistosos, revistas especializadas “para hombres”, “para mujeres”, ahora también “para niñas”, etc.; a través de ellos se filtran y se pregonan mensajes cada vez menos subliminales y escandalosamente explícitos, tales como que la homosexualidad es una opción de vida, un estilo; así como que el lesbianismo es otro; las relaciones sexuales fuera del matrimonio son una cosa natural “obligada” a practicar; o que la familia no es necesaria.
Y es esta última, la familia cristiana, la que este mundo post-moderno, hedonista y ateo -gobernado por el príncipe de este mundo, el demonio- quiere destruir a toda costa. Y de hecho lo está logrando. Cada vez hay menos familias cristianas, las pocas que quedan están siendo destruidas con los engaños arriba mencionados. Nadie se casa, nadie “muere por el otro”, conviven juntos pero no viven en comunión. No comparten nada, empezando por el sueldo; se está rodeado de mucha gente pero se vive en soledad. Nadie ama. El amor se ha reducido a “sentimentalismo”, a “sensualismo”, a “erotismo”. La familia cristiana se extingue para dar paso a la familia “moderna” compuesta de dos hombres, uno que hace el papel de padre, otro que hace el de la madre, el niño adoptado “legalmente” (lo que quiere decir que la legislación civil empieza a apoyar esto), el perrito (que ahora se le compra ropa, va a la peluquería y tiene psicólogo) y el canario. Un solo hijo y más animales: los hijos son un estorbo para el “progreso”. Esta propuesta de familia moderna actualmente se vende en una serie de televisión como “comedia”. Es curioso, se vende como broma pero si no te ríes (si no lo aceptas en la vida real), en Europa te vas a la cárcel por “homófobo” o por “intolerante”. No estamos lejos de esto en Sudamérica; es más, estas uniones ya son legales en Argentina, mientras que en Uruguay ya hay un proyecto de ley por lo mismo y en Perú también quiere implantarse el mismo proyecto de ley -como dicen-  para ir acorde con la “modernidad”.
Esta sociedad promueve la protección de los animales en extinción, pero proclama el aborto; cuida a los animales, pero mata al propio hombre con pastillas “del día siguiente” que, en realidad, son de la semana siguiente, porque el tema es el mismo: aborto. Se preocupa por la ecología pero experimenta con embriones humanos. Con todo lo anterior se resume que el hombre se está “deshumanizando” o, mejor dicho, se está “animalizando”.
El hombre post-moderno goza proclamándose ateo, agnóstico o arreligioso, quiere erradicar todo rasgo de religiosidad en su vida, sin embargo hoy se muestra más religioso que nunca. Como dice Luis del Val, la mayor parte de las personas que flaquean ante la fe en Cristo, terminan por creer en las vacas de la India, una echadora de cartas en un parque, en horóscopos y hasta en la reencarnación. Son gentes que les parece incomprensible que haya personas que crean que hay otra vida más allá de la muerte, pero consideran absolutamente normal que si sale el seis de espadas en una baraja mugrienta, les va a suceder algo malo. Compran amuletos de la “buena suerte”, piedras de “energías positivas”, se hacen baños de “florecimiento”; es decir, el hombre de hoy se muestra más ritualista que nunca, y sorprendentemente son ritos que tienden más hacia la magia que a la religión, la racionalidad de estos ritos es prácticamente nula. Sin embargo y a diferencia de muchos pensadores y científicos serios, el misterio de Jesucristo les parece una tomadura de pelo pasada de moda. Basta ver además las películas que más  venden en la industria del cine: magia, mitología, historietas, fantasías; en ellas el hombre proclama su deseo de ser divino y clama ante la destrucción del mundo por un salvador, un “elegido” prometeico que salve al mundo; le es más fácil soñar con esto que creer en que Dios ya se hizo hombre para que el hombre tenga la naturaleza de Dios.
Vemos, pues, que la pérdida de la dimensión trascendente de la realidad ha hecho que el hombre de hoy a pesar de sus logros tecnológicos experimente una dramática paradoja: el contraste que existe entre la fuerza y las enormes posibilidades del hombre, y el mal uso que puede hacer de ellas relativizando su capacidad de control que puede llegar incluso a la autodestrucción; muestras de ello son el “calentamiento global” con todos sus efectos tales como olas de frío e inundaciones en muchas zonas del planeta y olas de calor y sequías en las zonas opuestas, así como también los riesgos nucleares y biológicos desarrollados por las potencias del mundo. Otra paradoja es que al inusitado desarrollo material le corresponde un profundo “desencanto espiritual”. Nunca como hoy ante la llamada “emancipación de la mujer” se han visto tales índices de depresión y otras enfermedades psíquicas que aquejan a la mujer moderna.[1]
Ahora bien, ante estos fenómenos “globales” tampoco cabe una actitud pesimista o fatalista. Es Dios quien lleva la historia y nos invita a entrar en ella sin perder nunca la esperanza. Como nos recuerda el Santo Padre citando a Juan Pablo II: “la globalización no es, a priori, ni buena ni mala. Será lo que la gente haga de ella”.[2] Debemos ser sus protagonistas, no las víctimas, procediendo razonablemente, guiados por la caridad y la verdad. Oponerse ciegamente a la globalización sería una actitud errónea, preconcebida, que acabaría por ignorar un proceso que tiene también aspectos positivos, con el riesgo de perder una gran ocasión para aprovechar las múltiples oportunidades de desarrollo que ofrece[3]
El Papa dice algo muy cierto: sin caridad, sin verdad y sin un correcto entendimiento y uso de la “libertad” –es decir, la que es guiada por la verdad- toda relación social se deshumaniza, se vuelve individualista y utilitarista. La desigualdad social extrema que existe hoy es muestra de ello; la despersonalización de la comunicación a través de las llamadas “redes sociales” (hi 5, facebook, twitter, etc.) hoy en boga es otra muestra. A través de estas redes sociales, el hombre de hoy puede conocer y contactarse con alguien que vive en el Japón pero no sabe cómo se llama su vecino ni lo saluda. Supuestamente son un medio de unión pero ya van causando millones de separaciones de parejas en todo el mundo. Nadie niega que estos avances en las comunicaciones pueden ser utilizados con mucho bien como instrumentos para el anuncio del evangelio, tal como lo ha manifestado el Papa: “En el mundo del internet, que permite que millones y millones de imágenes aparezcan en un número incontable de pantallas de todo el mundo, deberá aparecer el rostro de Cristo y oírse su voz porque “Si no hay lugar para Cristo, tampoco hay lugar para el hombre”[4] pero primero se tendría que tomar en cuenta como dice Juan Pablo II que “también el mundo de los medios de comunicación necesita la redención de Cristo[5] Pero sobre la redención de Cristo hablaremos más adelante. Se tendrá que tener presente entonces que: “el mundo virtual nunca podrá reemplazar al mundo real y que la evangelización podrá aprovechar la realidad virtual que ofrecen los new media para establecer relaciones significativas sólo si llega al contacto personal, que sigue siendo insustituible[6]
Hemos visto cómo la falta de pensamiento profundo ha acarreado los problemas antes mencionados; pero, ahora, nos topamos con otra causa: la falta de fraternidad. Aquí nos ilumina el Santo Padre: “El subdesarrollo tiene una causa más importante aún que la falta de pensamiento: es la “falta de fraternidad entre los hombres y entre los pueblos”. Esta fraternidad, ¿podrán lograrla alguna vez los hombres por sí solos? La sociedad cada vez más globalizada nos hace más cercanos, pero no más hermanos. La razón, por sí sola, es capaz de aceptar la igualdad entre los hombres y de establecer una convivencia cívica entre ellos, pero no consigue fundar la hermandad.”[7] Ahora bien, si lo que pueda alcanzar la razón no funda la hermandad, ¿Qué entonces sí la funda? El Papa nos responde: “Esta [la hermandad] nace de una vocación trascendente de Dios Padre, el primero que nos ha amado, y que nos ha enseñado mediante el Hijo lo que es la caridad fraterna[8] Ante esto algunos podrían objetar: ¿Es que tiene que ser Dios el único que nos puede salvar? ¿No podemos salir de nuestros problemas por nosotros mismos? Y la respuesta es no. No podemos. Y es que justamente aquí comienza el problema del hombre, en no aceptar que nuestra naturaleza humana está profundamente herida por algo que se llama “pecado”. Como dice Juan Pablo II en su “teología del cuerpo”: “este pecado de los orígenes constituye, en la historia de la humanidad, una especie de cataclismo ontológico cuya importancia no podemos minimizar sin incurrir en peligro para la fe e incluso sin exponernos a no comprender al hombre en lo que es en sí mismo. Sin embargo, se constata una especie de encarnizamiento en trivializarlo, en falsificarlo y hasta en ridiculizarlo […] Sin la realidad del pecado original, admitida y comprendida, la condición humana se vuelve oscura y se queda en un misterio. ¿Por qué el hombre ve correctamente, ve el bien que debe hacer y, sin embargo, no lo hace? ¿Por qué el hombre se encuentra dividido en sí mismo? ¿Por qué la más espléndida y la más perfecta de las criaturas, aunque sólo fuera a los ojos de la razón, no “funciona”? ¿Por qué esta contradicción en el hombre? He aquí una serie de preguntas que constituyen un misterio para la inteligencia. No existe solución al problema antropológico al margen de la luz del pecado original. La filosofía es capaz de constatar lo que es para ella un misterio; pero no puede dar cuenta del mismo ni resolverlo. Y es que si existe una explicación, no es de orden racional, filosófico; no puede ser más que de orden teológico, es decir, pertenecer al ámbito de la revelación y no a lo que puede alcanzar la razón humana con sus solas fuerzas[9]
El Papa Benedicto XVI agrega a lo anterior: “La sabiduría de la Iglesia ha invitado siempre a no olvidar la realidad del pecado original, ni siquiera en la interpretación de los fenómenos sociales y en la construcción de la sociedad: ‘Ignorar que el hombre posee una naturaleza herida, inclinada al mal, da lugar a graves errores en el dominio de la educación, de la política, de la acción social y de las costumbres’[10] Hace tiempo que la economía forma parte del conjunto de los ámbitos en que se manifiestan los efectos perniciosos del pecado. Nuestros días nos ofrecen una prueba evidente. Creerse autosuficiente y capaz de eliminar por sí mismo el mal de la historia ha inducido al hombre a confundir la felicidad y la salvación con formas inmanentes de bienestar material y de actuación social[11] Gracias a esta reflexión del Papa, todo lo que venimos diciendo hasta ahora sobre el “cambio epocal” queda muy bien esclarecido. Esto explica que la raíz profunda de la crisis mundial, ya sea en el ámbito social, económico y moral, es el egoísmo enraizado en el corazón del hombre como secuela del pecado de los orígenes.
Ante lo anterior cabría preguntarnos: ¿Qué hacer contra esta realidad que nos asfixia y se nos presenta o, mejor dicho, se nos impone? ¿Quién puede venir en nuestro auxilio y sacarnos de este estilo de vida que lo único que hace es consumirnos y dejarnos cada día que pasa más vacíos? Sólo en este momento podemos comprender que necesitamos un salvador, un redentor. Sin la aceptación de la realidad del pecado la redención de Jesucristo queda sin sentido. Sólo aquí podemos comprender el ardor con que San Pablo exhorta a su discípulo Timoteo: “Te conjuro en presencia de Dios y de Cristo Jesús que ha de venir a juzgar a vivos y muertos, por su Manifestación y por su Reino: Proclama la palabra, insiste a tiempo y a destiempo, reprende, amenaza, exhorta con toda paciencia y doctrina. Porque vendrá un tiempo en que los hombres no soportarán la doctrina sana, sino que, arrastrados por sus propias pasiones, se harán con un montón de maestros por el prurito de oír novedades; apartarán sus oídos de la verdad y se volverán a las fábulas[12]
¿Por qué es tan importante para San Pablo la proclamación de la palabra de Dios? Porque sólo a través de ella, sólo  por medio de la evangelización se suscita la fe en Jesucristo quien es el único que puede salvarnos. Sólo Jesucristo, muerto y resucitado, vencedor de la muerte y del pecado puede colmar nuestra vida de gozo y plenitud. Él vino al mundo para rescatarnos del infierno que es vivir una vida egoísta, fatua, en la cual pensamos sólo en nosotros mismos. Cristo ha venido para que tengamos vida y vida en abundancia[13]. Esta es la vida eterna: conocer a Jesucristo[14] que vive y está presente en su Iglesia, en la cual están todos sus dones en plenitud. Sólo en ella se encuentra la Verdad. Como decía Edith Stein (Santa Teresa Benedicta de la Cruz): “La verdad entera está en la Iglesia,  no en la universidad”.[15]
¿Dónde se puede ver a Jesucristo resucitado? ¿Dónde se puede contemplar que Él en realidad está vivo? ¿Dónde se puede ver que el poder de su gracia, que es el Espíritu Santo, sigue actuando en nuestras vidas? ¿Dónde se experimenta que se puede ver a Cristo incluso en medio del sufrimiento? ¿Dónde se nos puede caer el velo de los ojos que no nos permite contemplar que Dios no se ha equivocado con nuestra historia? ¿Dónde puede ocurrir el milagro de ver a Cristo en el que no me cae bien o en el que no puedo perdonar, es decir, del amor al enemigo? ¿Dónde puede ocurrir el milagro de que ante el mal que nos hagan respondamos con un bien? Pues solamente en la Iglesia que se manifiesta ante nosotros en la “comunidad cristiana”. En efecto, sólo en la comunidad cristiana, cuyo modelo es la primera comunidad de los Hechos de los Apóstoles, todas estas cosas, todos estos eventos que al principio nos parecen imposibles, se vuelven posibles gracias al Espíritu Santo que Dios nos quiere regalar profusamente. Sólo en la comunidad cristiana que “celebra” la Eucaristía, puede ocurrir este “Misterio Pascual” en nosotros y transformarnos gratuitamente y sin esfuerzo en otro Cristo y sólo así ser capaces de amar hasta el extremo.[16] Respecto a esta novedad, a la novedad de la esperanza cristiana que nace de la Palabra de Dios[17], esta esperanza que al igual que la caridad es don, esperanza que el hombre autosuficiente quiere erradicar de la historia, concluimos con nuestro querido Santo Padre: “Al ser un don recibido por todos, la caridad en la verdad es una fuerza que funda la comunidad, unifica a los hombres de manera que no haya barreras o confines. La comunidad humana puede ser organizada por nosotros mismos, pero nunca podrá ser sólo con sus propias fuerzas una comunidad plenamente fraterna ni aspirar a superar las fronteras, o convertirse en una comunidad universal. La unidad del género humano, la comunión fraterna más allá de toda división, nace de la palabra de Dios-Amor que nos convoca. Al afrontar esta cuestión decisiva, hemos de precisar, por un lado, que la lógica del don no excluye la justicia ni se yuxtapone a ella como un añadido externo en un segundo momento y, por otro, que el desarrollo económico, social y político necesita, si quiere ser auténticamente humano, dar espacio al principio de gratuidad como expresión de fraternidad.[18]
Pero ¿cómo llegar a una comunidad fraterna? o más aún ¿cómo podemos llegar a una comunidad cristiana? No existe otro camino que la fe en Jesucristo. Y ¿cómo tener esta fe? A través de la ‘estulticia’ de la predicación como se dijo líneas arriba. No hay otra forma. De allí la urgencia de una Nueva Evangelización como lo pedía Juan Pablo II y nuestro actual Santo Padre sigue haciendo eco: “Al alba del tercer milenio, no sólo hay todavía muchos pueblos que no han conocido la Buena Nueva, sino también muchos cristianos necesitados de que se les vuelva a anunciar persuasivamente la Palabra de Dios, de manera que puedan experimentar concretamente la fuerza del Evangelio. Tantos hermanos están “bautizados, pero no suficientemente evangelizados”. Con frecuencia, naciones un tiempo ricas en fe y vocaciones van perdiendo su propia identidad, bajo la influencia de una cultura secularizada. La exigencia de una nueva evangelización tan fuertemente sentida por mi venerado “predecesor”, ha de ser confirmada sin temor, con la certeza de la eficacia de la Palabra divina.” [19] El mundo clama por las señales del amor verdadero, clama por ver el amor entre los hermanos. Sólo la evidencia de la felicidad convence. Si el mundo viera hombres felices, hombres cristianos, hombres santos, se preguntaría como en el tiempo de la primera evangelización: ¿qué tienen ellos que no tenemos nosotros para estar tan contentos? ¿Por qué nuestra fiesta no nos alegra tanto como la de ellos? ¿Por qué nuestra fiesta dura tan poco y luego de ella nos sentimos cada vez más vacíos? El cristiano es el verdadero  “hombre en fiesta” y es hora de que este mundo descubra el verdadero sentido de ésta. La verdadera alegría “es un don inefable que el mundo no puede dar. Se pueden organizar fiestas, pero no la alegría. Según la Escritura, la alegría es fruto del Espíritu Santo (ver Ga 5,22)[20]
Que María, Madre de Misericordia, al ver esta realidad vuelva a decirle a su Hijo como en Caná de Galilea: “No tienen vino” (Jn 2,3), es decir, “no tienen alegría”, “no tienen vida eterna”, en definitiva, “no tienen Espíritu Santo”, para que su Hijo nos envíe cada día más operarios a su mies, nos envíe ángeles que nos puedan anunciar la Buena Noticia, la única que puede suscitar en nosotros la fe en Él y así redescubrir nuestro “ser en fiesta” en la comunidad cristiana, verdadera fuente de felicidad para hoy y para siempre.



Gustavo Arriola
“Generación Juan Pablo II”, comunidad para la Nueva Evangelización
Movimiento de retiros parroquiales Juan XXIII
Diócesis de Carabayllo


[1] Cf. Manuel BUSTOS, “LA PARADOJA POSMODERNA, génesis y características de la cultura actual”, (Encuentro), Madrid, 2009, p. 176ss.
[2] Cf. JUAN PABLO II, “Discurso a la Pontificia Academia de las Ciencias Sociales”, 27 de Abril del 2001.
[3] Cf. BENEDICTO XVI, Carta Enc. “Caritas in veritate”, sobre el desarrollo humano integral en la caridad y en la verdad, 2010, n 42.
[4] Cf. BENEDICTO XVI, Ex. Ap. “Verbum Domini”, n. 113
[5] JUAN PABLO II, Carta Ap. “El rápido desarrollo”, a los responsables de las comunicaciones sociales, 2005, n. 4
[6] Cf. BENEDICTO XVI, loc.cit.
[7] Cf. BENEDICTO XVI, Carta Enc. “Caritas in veritate”, n 19.
[8] Ibid
[9] Cf. Yves SEMEN, “La sexualidad según Juan Pablo II”, (DDB)4, Bilbao, 2007, p. 96ss
[10] C.E.C. 407; Cf. Juan Pablo II, Carta enc. “Centesimus annus”, n.25
[11] Cf. Benedicto XVI, op. cit., n. 34
[12] Cf. 2Tm 4, 1-4
[13] Cf. Jn 10,10
[14] Cf. Jn 17,3
[15] Cf. Baldomero Jiménez Duque, “VIDA DE EDITH STEIN, Santa Teresa Benedicta de la Cruz”, (San Pablo), Madrid, 1999, p. 42
[16] Cf. Jn 13,1
[17] Cf. BENEDICTO XVI, Ex. Ap. “Verbum Domini”, n. 7
[18] Cf. BENEDICTO XVI, Carta Enc. “Caritas in veritate”, n 34.

[19] Cf. BENEDICTO XVI, Ex. Ap. “Verbum Domini”, n. 96
[20] Cf. BENEDICTO XVI, op.cit. , n.123

2 comentarios:

  1. antes y ahora sabemos de nuestros defectos y flaquezas... que no nos gane el desaliento...pensemos más en lo positivo y en nuestra tarea... con discernimiento y transparencia... pero con la libertad que nos da El Señor... no pretendamos imponer nada... dejemos que florezca el amor de Jesús en nuestros corazones

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  2. Gracias Carlos por tu comentario.
    Exactamente como dices, el cristianismo no se impone, es un anuncio de una Buena Noticia.

    Gustavo

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