“Porque
vendrá un tiempo en que los hombres no soportarán la doctrina sana […] y se
volverán a las fábulas” (2 Tm 4,3s)
Sobre el Cambio Epocal
y la Nueva Evangelización
Estamos
experimentando desde hace ya varias décadas un “cambio epocal”, el cual ha
hecho que ahora se hayan trastocado todos los caminos que al hombre le pueden
llevar hacia la felicidad. Estamos viviendo en un mundo sin Dios. Incluso las
personas que supuestamente están en la Iglesia viven diariamente haciendo una
“apostasía silenciosa” de su fe (asumiendo que la tengan); es decir, en la práctica,
se niega a Dios con los actos, poniendo otras cosas por encima de él, como
pueden ser: planes (mi voluntad), el afán de éxito, de dinero, de placer, de
pasarla bien, de fama, de gloria, de diversión del momento, de tener, de poder,
etc. A todo esto el mundo moderno le ha inventado un nombre, y le llama:
“calidad de vida”. Lo que este hombre post-moderno no sabe, porque se le
oculta, es que lo que verdaderamente llenaría su existencia de plenitud no
cuesta, es gratuito, porque sólo el amor de Dios lleva a su realización la vida
del hombre.
Para
darse tiempo para uno mismo no se necesita dinero, sólo la voluntad, que,
lamentablemente, está muy herida por nuestros vicios y pecados. Pero la gracia
de Jesucristo fortalece la voluntad para dar este paso. Sólo dándonos tiempo
para estar “a solas con Dios” y con nosotros mismos podemos interiorizar y
preguntarnos: ¿Qué estoy haciendo con mi vida? ¿Tiene sentido todo lo que hago?
¿Para qué lo hago? ¿A dónde voy? Y, sobre todo, la pregunta fundamental: ¿HOY, soy
feliz? Este tiempo para meditar es lo que este mundo actual nos niega con una
crueldad implacable y lo único que hace esta sociedad “global” es exprimirnos
hasta que no damos más; y así, luego de desecharnos, toma a otro del cual y con
el cual se sirve para que siga produciendo, o mejor dicho, para que siga
“consumiendo”. Para esto le ofrece una serie de cosas con las cuales puede
“alienarse” escapando así de su realidad: objetos que comprar, ropa “de moda”,
diversión momentánea, fiestas, alcohol, sexo, drogas, viajes cada vez más
cortos y desenfrenados, créditos a largo plazo, tarjetas, etc. Para ello, todas
estas cosas las vende con una ingente cantidad de mensajes comerciales, en
spots publicitarios que se propagan por la televisión, cine, prensa escrita,
literatura, internet, radio, paneles cada vez más vistosos, revistas
especializadas “para hombres”, “para mujeres”, ahora también “para niñas”,
etc.; a través de ellos se filtran y se pregonan mensajes cada vez menos
subliminales y escandalosamente explícitos, tales como que la homosexualidad es
una opción de vida, un estilo; así como que el lesbianismo es otro; las
relaciones sexuales fuera del matrimonio son una cosa natural “obligada” a
practicar; o que la familia no es necesaria.
Y
es esta última, la familia cristiana, la que este mundo post-moderno, hedonista
y ateo -gobernado por el príncipe de este mundo, el demonio- quiere destruir a
toda costa. Y de hecho lo está logrando. Cada vez hay menos familias cristianas,
las pocas que quedan están siendo destruidas con los engaños arriba
mencionados. Nadie se casa, nadie “muere por el otro”, conviven juntos pero no
viven en comunión. No comparten nada, empezando por el sueldo; se está rodeado
de mucha gente pero se vive en soledad. Nadie ama. El amor se ha reducido a
“sentimentalismo”, a “sensualismo”, a “erotismo”. La familia cristiana se
extingue para dar paso a la familia “moderna” compuesta de dos hombres, uno que
hace el papel de padre, otro que hace el de la madre, el niño adoptado
“legalmente” (lo que quiere decir que la legislación civil empieza a apoyar
esto), el perrito (que ahora se le compra ropa, va a la peluquería y tiene
psicólogo) y el canario. Un solo hijo y más animales: los hijos son un estorbo
para el “progreso”. Esta propuesta de familia moderna actualmente se vende en
una serie de televisión como “comedia”. Es curioso, se vende como broma pero si
no te ríes (si no lo aceptas en la vida real), en Europa te vas a la cárcel por
“homófobo” o por “intolerante”. No estamos lejos de esto en Sudamérica; es más,
estas uniones ya son legales en Argentina, mientras que en Uruguay ya hay un
proyecto de ley por lo mismo y en Perú también quiere implantarse el mismo
proyecto de ley -como dicen- para ir
acorde con la “modernidad”.
Esta
sociedad promueve la protección de los animales en extinción, pero proclama el
aborto; cuida a los animales, pero mata al propio hombre con pastillas “del día
siguiente” que, en realidad, son de la semana siguiente, porque el tema es el
mismo: aborto. Se preocupa por la ecología pero experimenta con embriones
humanos. Con todo lo anterior se resume que el hombre se está “deshumanizando”
o, mejor dicho, se está “animalizando”.
El
hombre post-moderno goza proclamándose ateo, agnóstico o arreligioso, quiere
erradicar todo rasgo de religiosidad en su vida, sin embargo hoy se muestra más
religioso que nunca. Como dice Luis del Val, la mayor parte de las personas que
flaquean ante la fe en Cristo, terminan por creer en las vacas de la India, una
echadora de cartas en un parque, en horóscopos y hasta en la reencarnación. Son
gentes que les parece incomprensible que haya personas que crean que hay otra
vida más allá de la muerte, pero consideran absolutamente normal que si sale el
seis de espadas en una baraja mugrienta, les va a suceder algo malo. Compran
amuletos de la “buena suerte”, piedras de “energías positivas”, se hacen baños
de “florecimiento”; es decir, el hombre de hoy se muestra más ritualista que
nunca, y sorprendentemente son ritos que tienden más hacia la magia que a la
religión, la racionalidad de estos ritos es prácticamente nula. Sin embargo y a
diferencia de muchos pensadores y científicos serios, el misterio de Jesucristo
les parece una tomadura de pelo pasada de moda. Basta ver además las películas
que más venden en la industria del cine:
magia, mitología, historietas, fantasías; en ellas el hombre proclama su deseo
de ser divino y clama ante la destrucción del mundo por un salvador, un
“elegido” prometeico que salve al mundo; le es más fácil soñar con esto que
creer en que Dios ya se hizo hombre para que el hombre tenga la naturaleza de
Dios.
Vemos,
pues, que la pérdida de la dimensión trascendente de la realidad ha hecho que
el hombre de hoy a pesar de sus logros tecnológicos experimente una dramática
paradoja: el contraste que existe entre la fuerza y las enormes posibilidades
del hombre, y el mal uso que puede hacer de ellas relativizando su capacidad de
control que puede llegar incluso a la autodestrucción; muestras de ello son el
“calentamiento global” con todos sus efectos tales como olas de frío e
inundaciones en muchas zonas del planeta y olas de calor y sequías en las zonas
opuestas, así como también los riesgos nucleares y biológicos desarrollados por
las potencias del mundo. Otra paradoja es que al inusitado desarrollo material
le corresponde un profundo “desencanto espiritual”. Nunca como hoy ante la
llamada “emancipación de la mujer” se han visto tales índices de depresión y
otras enfermedades psíquicas que aquejan a la mujer moderna.[1]
Ahora
bien, ante estos fenómenos “globales” tampoco cabe una actitud pesimista o
fatalista. Es Dios quien lleva la historia y nos invita a entrar en ella sin
perder nunca la esperanza. Como nos recuerda el Santo Padre citando a Juan
Pablo II: “la globalización no es, a
priori, ni buena ni mala. Será lo que la gente haga de ella”.[2]
Debemos ser sus protagonistas, no las víctimas, procediendo razonablemente,
guiados por la caridad y la verdad. Oponerse ciegamente a la globalización
sería una actitud errónea, preconcebida, que acabaría por ignorar un proceso
que tiene también aspectos positivos, con el riesgo de perder una gran ocasión
para aprovechar las múltiples oportunidades de desarrollo que ofrece”[3]
El
Papa dice algo muy cierto: sin caridad, sin verdad y sin un correcto
entendimiento y uso de la “libertad” –es decir, la que es guiada por la verdad-
toda relación social se deshumaniza, se vuelve individualista y utilitarista.
La desigualdad social extrema que existe hoy es muestra de ello; la
despersonalización de la comunicación a través de las llamadas “redes sociales”
(hi 5, facebook, twitter, etc.) hoy en boga es otra muestra. A través de estas
redes sociales, el hombre de hoy puede conocer y contactarse con alguien que
vive en el Japón pero no sabe cómo se llama su vecino ni lo saluda. Supuestamente
son un medio de unión pero ya van causando millones de separaciones de parejas
en todo el mundo. Nadie niega que estos avances en las comunicaciones pueden
ser utilizados con mucho bien como instrumentos para el anuncio del evangelio,
tal como lo ha manifestado el Papa: “En
el mundo del internet, que permite que millones y millones de imágenes
aparezcan en un número incontable de pantallas de todo el mundo, deberá
aparecer el rostro de Cristo y oírse su voz porque “Si no hay lugar para
Cristo, tampoco hay lugar para el hombre”[4] pero primero se tendría
que tomar en cuenta como dice Juan Pablo II que “también el mundo de los medios de
comunicación necesita la redención de Cristo”[5] Pero sobre la redención de
Cristo hablaremos más adelante. Se tendrá que tener presente entonces que: “el mundo virtual nunca podrá reemplazar al
mundo real y que la evangelización podrá aprovechar la realidad virtual que
ofrecen los new media para establecer relaciones significativas sólo si llega
al contacto personal, que sigue siendo insustituible”[6]
Hemos
visto cómo la falta de pensamiento profundo ha acarreado los problemas antes
mencionados; pero, ahora, nos topamos con otra causa: la falta de fraternidad.
Aquí nos ilumina el Santo Padre: “El
subdesarrollo tiene una causa más importante aún que la falta de pensamiento:
es la “falta de fraternidad entre los hombres y entre los pueblos”. Esta
fraternidad, ¿podrán lograrla alguna vez los hombres por sí solos? La sociedad
cada vez más globalizada nos hace más cercanos, pero no más hermanos. La razón,
por sí sola, es capaz de aceptar la igualdad entre los hombres y de establecer
una convivencia cívica entre ellos, pero no consigue fundar la hermandad.”[7] Ahora bien, si lo que
pueda alcanzar la razón no funda la hermandad, ¿Qué entonces sí la funda? El
Papa nos responde: “Esta [la hermandad]
nace de una vocación trascendente de Dios Padre, el primero que nos ha amado, y
que nos ha enseñado mediante el Hijo lo que es la caridad fraterna”[8] Ante esto algunos podrían
objetar: ¿Es que tiene que ser Dios el único que nos puede salvar? ¿No podemos
salir de nuestros problemas por nosotros mismos? Y la respuesta es no. No
podemos. Y es que justamente aquí comienza el problema del hombre, en no
aceptar que nuestra naturaleza humana está profundamente herida por algo que se
llama “pecado”. Como dice Juan Pablo II en su “teología del cuerpo”: “este pecado de los orígenes constituye, en
la historia de la humanidad, una especie de cataclismo ontológico cuya
importancia no podemos minimizar sin incurrir en peligro para la fe e incluso
sin exponernos a no comprender al hombre en lo que es en sí mismo. Sin embargo,
se constata una especie de encarnizamiento en trivializarlo, en falsificarlo y
hasta en ridiculizarlo […] Sin la realidad del pecado original, admitida y
comprendida, la condición humana se vuelve oscura y se queda en un misterio.
¿Por qué el hombre ve correctamente, ve el bien que debe hacer y, sin embargo,
no lo hace? ¿Por qué el hombre se encuentra dividido en sí mismo? ¿Por qué la
más espléndida y la más perfecta de las criaturas, aunque sólo fuera a los ojos
de la razón, no “funciona”? ¿Por qué esta contradicción en el hombre? He aquí
una serie de preguntas que constituyen un misterio para la inteligencia. No
existe solución al problema antropológico al margen de la luz del pecado
original. La filosofía es capaz de constatar lo que es para ella un misterio;
pero no puede dar cuenta del mismo ni resolverlo. Y es que si existe una
explicación, no es de orden racional, filosófico; no puede ser más que de orden
teológico, es decir, pertenecer al ámbito de la revelación y no a lo que puede
alcanzar la razón humana con sus solas fuerzas”[9]
El
Papa Benedicto XVI agrega a lo anterior: “La
sabiduría de la Iglesia ha invitado siempre a no olvidar la realidad del pecado
original, ni siquiera en la interpretación de los fenómenos sociales y en la
construcción de la sociedad: ‘Ignorar que el hombre posee una naturaleza herida,
inclinada al mal, da lugar a graves errores en el dominio de la educación, de
la política, de la acción social y de las costumbres’[10]
Hace tiempo que la economía forma parte del conjunto de los ámbitos en que se
manifiestan los efectos perniciosos del pecado. Nuestros días nos ofrecen una
prueba evidente. Creerse autosuficiente y capaz de eliminar por sí mismo el mal
de la historia ha inducido al hombre a confundir la felicidad y la salvación
con formas inmanentes de bienestar material y de actuación social”[11] Gracias a esta reflexión
del Papa, todo lo que venimos diciendo hasta ahora sobre el “cambio epocal”
queda muy bien esclarecido. Esto explica que la raíz profunda de la crisis
mundial, ya sea en el ámbito social, económico y moral, es el egoísmo enraizado
en el corazón del hombre como secuela del pecado de los orígenes.
Ante
lo anterior cabría preguntarnos: ¿Qué hacer contra esta realidad que nos
asfixia y se nos presenta o, mejor dicho, se nos impone? ¿Quién puede venir en
nuestro auxilio y sacarnos de este estilo de vida que lo único que hace es
consumirnos y dejarnos cada día que pasa más vacíos? Sólo en este momento
podemos comprender que necesitamos un salvador, un redentor. Sin la aceptación
de la realidad del pecado la redención de Jesucristo queda sin sentido. Sólo
aquí podemos comprender el ardor con que San Pablo exhorta a su discípulo Timoteo:
“Te conjuro en presencia de Dios y de
Cristo Jesús que ha de venir a juzgar a vivos y muertos, por su Manifestación y
por su Reino: Proclama la palabra, insiste a tiempo y a destiempo, reprende,
amenaza, exhorta con toda paciencia y doctrina. Porque vendrá un tiempo en que
los hombres no soportarán la doctrina sana, sino que, arrastrados por sus
propias pasiones, se harán con un montón de maestros por el prurito de oír
novedades; apartarán sus oídos de la verdad y se volverán a las fábulas”[12]
¿Por
qué es tan importante para San Pablo la proclamación de la palabra de Dios?
Porque sólo a través de ella, sólo por
medio de la evangelización se suscita la fe en Jesucristo quien es el único que
puede salvarnos. Sólo Jesucristo, muerto y resucitado, vencedor de la muerte y
del pecado puede colmar nuestra vida de gozo y plenitud. Él vino al mundo para
rescatarnos del infierno que es vivir una vida egoísta, fatua, en la cual
pensamos sólo en nosotros mismos. Cristo ha venido para que tengamos vida y
vida en abundancia[13]. Esta es la vida eterna:
conocer a Jesucristo[14] que vive y está presente
en su Iglesia, en la cual están todos sus dones en plenitud. Sólo en ella se
encuentra la Verdad. Como decía Edith Stein (Santa Teresa Benedicta de la
Cruz): “La verdad entera está en la Iglesia, no en la universidad”.[15]
¿Dónde
se puede ver a Jesucristo resucitado? ¿Dónde se puede contemplar que Él en
realidad está vivo? ¿Dónde se puede ver que el poder de su gracia, que es el
Espíritu Santo, sigue actuando en nuestras vidas? ¿Dónde se experimenta que se
puede ver a Cristo incluso en medio del sufrimiento? ¿Dónde se nos puede caer
el velo de los ojos que no nos permite contemplar que Dios no se ha equivocado
con nuestra historia? ¿Dónde puede ocurrir el milagro de ver a Cristo en el que
no me cae bien o en el que no puedo perdonar, es decir, del amor al enemigo?
¿Dónde puede ocurrir el milagro de que ante el mal que nos hagan respondamos
con un bien? Pues solamente en la Iglesia que se manifiesta ante nosotros en la
“comunidad cristiana”. En efecto, sólo en la comunidad cristiana, cuyo modelo
es la primera comunidad de los Hechos de los Apóstoles, todas estas cosas,
todos estos eventos que al principio nos parecen imposibles, se vuelven
posibles gracias al Espíritu Santo que Dios nos quiere regalar profusamente.
Sólo en la comunidad cristiana que “celebra” la Eucaristía, puede ocurrir este
“Misterio Pascual” en nosotros y transformarnos gratuitamente y sin esfuerzo en
otro Cristo y sólo así ser capaces de amar hasta
el extremo.[16]
Respecto a esta novedad, a la novedad de la esperanza cristiana que nace de la Palabra de Dios[17],
esta esperanza que al igual que la caridad es don, esperanza que el hombre
autosuficiente quiere erradicar de la historia, concluimos con nuestro querido
Santo Padre: “Al ser un don recibido por
todos, la caridad en la verdad es una fuerza que funda la comunidad, unifica a
los hombres de manera que no haya barreras o confines. La comunidad humana
puede ser organizada por nosotros mismos, pero nunca podrá ser sólo con sus
propias fuerzas una comunidad plenamente fraterna ni aspirar a superar las
fronteras, o convertirse en una comunidad universal. La unidad del género
humano, la comunión fraterna más allá de toda división, nace de la palabra de
Dios-Amor que nos convoca. Al afrontar esta cuestión decisiva, hemos de
precisar, por un lado, que la lógica del don no excluye la justicia ni se
yuxtapone a ella como un añadido externo en un segundo momento y, por otro, que
el desarrollo económico, social y político necesita, si quiere ser
auténticamente humano, dar espacio al principio
de gratuidad como expresión de fraternidad.”[18]
Pero
¿cómo llegar a una comunidad fraterna? o más aún ¿cómo podemos llegar a una
comunidad cristiana? No existe otro camino que la fe en Jesucristo. Y ¿cómo
tener esta fe? A través de la ‘estulticia’ de la predicación como se dijo
líneas arriba. No hay otra forma. De allí la urgencia de una Nueva
Evangelización como lo pedía Juan Pablo II y nuestro actual Santo Padre sigue
haciendo eco: “Al alba del tercer
milenio, no sólo hay todavía muchos pueblos que no han conocido la Buena Nueva,
sino también muchos cristianos necesitados de que se les vuelva a anunciar
persuasivamente la Palabra de Dios, de manera que puedan experimentar concretamente
la fuerza del Evangelio. Tantos hermanos están “bautizados, pero no
suficientemente evangelizados”. Con frecuencia, naciones un tiempo ricas en fe
y vocaciones van perdiendo su propia identidad, bajo la influencia de una
cultura secularizada. La exigencia de una nueva evangelización tan fuertemente
sentida por mi venerado “predecesor”, ha de ser confirmada sin temor, con la
certeza de la eficacia de la Palabra divina.” [19] El mundo clama por las
señales del amor verdadero, clama por ver el amor entre los hermanos. Sólo la
evidencia de la felicidad convence. Si el mundo viera hombres felices, hombres
cristianos, hombres santos, se preguntaría como en el tiempo de la primera
evangelización: ¿qué tienen ellos que no tenemos nosotros para estar tan
contentos? ¿Por qué nuestra fiesta no nos alegra tanto como la de ellos? ¿Por
qué nuestra fiesta dura tan poco y luego de ella nos sentimos cada vez más
vacíos? El cristiano es el verdadero “hombre
en fiesta” y es hora de que este mundo descubra el verdadero sentido de ésta.
La verdadera alegría “es un don inefable
que el mundo no puede dar. Se pueden organizar fiestas, pero no la alegría.
Según la Escritura, la alegría es fruto del Espíritu Santo (ver Ga 5,22)”[20]
Que
María, Madre de Misericordia, al ver esta realidad vuelva a decirle a su Hijo
como en Caná de Galilea: “No tienen vino”
(Jn 2,3), es decir, “no tienen alegría”, “no tienen vida eterna”, en
definitiva, “no tienen Espíritu Santo”, para que su Hijo nos envíe cada día más
operarios a su mies, nos envíe ángeles que nos puedan anunciar la Buena
Noticia, la única que puede suscitar en nosotros la fe en Él y así redescubrir
nuestro “ser en fiesta” en la comunidad cristiana, verdadera fuente de
felicidad para hoy y para siempre.
Gustavo
Arriola
“Generación Juan Pablo
II”, comunidad para la Nueva Evangelización
Movimiento de retiros parroquiales
Juan XXIII
Diócesis de Carabayllo
[1] Cf. Manuel BUSTOS, “LA PARADOJA
POSMODERNA, génesis y características de la cultura actual”, (Encuentro),
Madrid, 2009, p. 176ss.
[2] Cf. JUAN PABLO II, “Discurso a la Pontificia Academia de las Ciencias
Sociales”, 27 de Abril del 2001.
[3] Cf. BENEDICTO XVI, Carta Enc. “Caritas
in veritate”, sobre el desarrollo humano integral en la caridad y en la
verdad, 2010, n 42.
[4] Cf. BENEDICTO XVI, Ex. Ap. “Verbum Domini”, n. 113
[5] JUAN PABLO II, Carta Ap. “El
rápido desarrollo”, a los responsables de las comunicaciones sociales,
2005, n. 4
[6] Cf. BENEDICTO XVI, loc.cit.
[7] Cf. BENEDICTO XVI, Carta Enc. “Caritas
in veritate”, n 19.
[8] Ibid
[9] Cf. Yves SEMEN, “La sexualidad
según Juan Pablo II”, (DDB)4, Bilbao, 2007, p. 96ss
[11] Cf. Benedicto XVI, op. cit., n. 34
[13]
Cf. Jn 10,10
[14]
Cf. Jn 17,3
[15] Cf. Baldomero Jiménez
Duque, “VIDA DE EDITH STEIN, Santa Teresa
Benedicta de la Cruz”, (San Pablo), Madrid, 1999, p. 42
[16] Cf. Jn
13,1
[17] Cf. BENEDICTO XVI, Ex. Ap. “Verbum Domini”, n. 7
[18] Cf. BENEDICTO XVI, Carta Enc. “Caritas
in veritate”, n 34.
[19] Cf. BENEDICTO XVI, Ex. Ap. “Verbum Domini”, n. 96
[20] Cf. BENEDICTO XVI, op.cit. , n.123
antes y ahora sabemos de nuestros defectos y flaquezas... que no nos gane el desaliento...pensemos más en lo positivo y en nuestra tarea... con discernimiento y transparencia... pero con la libertad que nos da El Señor... no pretendamos imponer nada... dejemos que florezca el amor de Jesús en nuestros corazones
ResponderEliminarGracias Carlos por tu comentario.
ResponderEliminarExactamente como dices, el cristianismo no se impone, es un anuncio de una Buena Noticia.
Gustavo