lunes, 11 de noviembre de 2013

Juan el Bautista (catequesis para jóvenes)

Los jóvenes en el Nuevo Testamento

Juan el Bautista

Si se pudiera resumir todo la historia del Antiguo Testamento en una sola persona, esa persona sería Juan Bautista. Si se pudiera resumir todo el Antiguo Testamento en una sola palabra, ésta sería “convertíos” (“¡Vuelvan!”), no como un mandato sino como el grito desgarrador de un Dios que ‘padece’ de amor por sus hijos, un grito del que ya hablaba Jeremías cuando decía de parte de Dios: “Vuelve, Israel apóstata (traidor), -oráculo del Señor-; no estará airado mi semblante contra vosotros, porque piadoso soy ni guardo rencor para siempre” (Jr 3,12)
Si hay una figura donde en algunos casos se escondan riquezas tal vez no del todo aprovechadas, creo que es la referida a la persona de Juan Bautista. Pienso que tal vez a Juan se lo ha desfigurado y malinterpretado en poco o mucho de su personalidad. Recuerdo algunas películas sobre Jesús, donde siempre se muestra a Juan como el ‘gritón’ del desierto, una especie de gruñón desadaptado, un desvariado o loco porque viste de piel y come langostas.
Para acercarnos al bautista, tendríamos que remontarnos al anuncio de su concepción. La alegría ha rodeado a Juan desde antes que éste naciera. El evangelista Lucas afirma que el ángel Gabriel al anunciar el nacimiento de su hijo a Zacarías, padre de Juan, le dijo que este nacimiento sería para él gozo y alegría y que muchos se alegrarán de su nacimiento (cf. Lc 1, 14). La primera en alegrarse fue su madre, Isabel, una anciana estéril. Para una mujer judía la esterilidad era la vergüenza más grande, la peor de las humillaciones, una maldición de Dios. Isabel forma parte de las mujeres que experimentaron que un hijo es puro don de Dios, obra y prodigio de sus manos (cf. Sal 138, 13s). Tanto Isabel como Zacarías eran los dos de avanzada edad (cf. Lc 1,7) pero para Dios nada es imposible.
Benedicto XVI nos ha hecho notar de forma muy interesante que antes que profeta, Juan era por sobretodo un sacerdote. El sacerdocio hebreo se transmitía por la sangre, por la pertenencia a la tribu de Leví. En efecto, dice el evangelista Lucas que Zacarías era sacerdote del grupo de Abías, e Isabel, su madre, era descendiente de Aarón (Cf. Lc 1, 5). Juan era, por tanto, un sacerdote. Puntualiza Benedicto XVI:
“Al decir que Juan no beberá vino ni licor (cf. Lc 1, 15), se le introduce también en la tradición sacerdotal. A los sacerdotes consagrados a Dios se aplica la norma: ‘cuando hayáis de entrar en la Tienda del Encuentro, no beberás vino ni bebida que pueda embriagar, ni tú ni tus hijos, no sea que muráis. Es ley perpetua para todas vuestras generaciones’ (Lv 10, 9). Juan, que se llenará de Espíritu Santo ya en el vientre materno (cf. Lc 1, 15), vive siempre, por decirlo así, ‘en la Tienda del Encuentro’, es sacerdote no sólo en determinados momentos, sino con su existencia entera, anunciando así el nuevo sacerdocio que aparecerá con Jesús”[1]
Juan es prefigura, entonces, de un sacerdocio nuevo, el de Cristo, sumo y eterno sacerdote. El sacerdocio de Juan es como una bisagra que une el antiguo y el nuevo testamento. Un sacerdocio que comenzaba a ser distinto del acostumbrado hasta entonces, uno que empezaba a reconocer que los sacrificios  en el Templo no salvaban definitivamente al hombre, ya que el hombre no podía salvarse a sí mismo y que por tanto se abría a la esperanza de que vendría uno que sí pueda salvarnos y ese tendría que ser Dios mismo. Este sacerdocio,  por tanto, era un nuevo comienzo, el comienzo de un sacerdocio esencialmente humilde.
Juan es el primero en llenarse del Espíritu Santo antes de nacer, en el vientre de su madre (cf. Lc 1, 44). Cuando nació, la misma gente reconocía que ‘la mano del Señor estaba con él’ (Lc 1, 66), hecho que, según decíamos líneas arriba, era evidente ya que sus padres lo concibieron ancianos. Como dice Benedicto XVI:
“Juan está por tanto en la gran estela de los que han nacido de padres estériles gracias a una intervención prodigiosa de Dios, para quien nada es imposible. Puesto que proviene de Dios de un modo particular, pertenece totalmente a Dios y, por otro lado, precisamente por eso está enteramente a disposición de los hombres para conducirlos a Dios”[2]
Y siendo apenas un niño su espíritu se fortalecía y vivió en lugares desérticos (cf. Lc 1, 80). Juan, en consecuencia, es el primero que vuelve ‘al primer amor’, a la relación esponsal entre Dios y su pueblo en el desierto. Fue vuelto a enamorar por Dios en el desierto según lo anunciaban los profetas: “Por eso voy a seducirla; voy a llevarla al desierto y le hablaré al corazón” (Os 2, 16). En el desierto solamente se puede vivir de la gratuidad del amor de Dios. Allí no se puede sacrificar nada, no hay templos, no hay corderos ni becerros que ofrecer, no hay incienso, no hay cestos para colocar dinero (precisamente porque no hay dinero), etc. Allí se experimenta que Dios ama al hombre tal y como él es, sin que se le ofrezca nada para ser querido, sin que se le dé nada para obtener su favor.

Los evangelistas Marcos y Mateo nos cuentan un detalle que sería provechoso meditar y es que: “Tenía Juan su vestido hecho de pelos de camello, con un cinturón de cuero a su cintura, y su comida eran langostas y miel silvestre” (Mt 3,4). El vestido de pieles y el ceñidor de piel eran generalmente el vestido de los profetas (cf. Za 13, 4) y sobretodo de Elías (cf. 2R 1, 8), profeta que se relaciona con Juan directamente puesto que estaba profetizado que antes que llegase el Mesías, Elías volvería. (Cf. Ml 3, 23; Mt 11, 14).
Pero Juan también es prefigura del que había de venir, del vástago del tronco de Jesé que menciona Isaías refiriéndose al Cristo, cuya ‘justicia será el ceñidor de su cintura, verdad el cinturón de sus lomos’. Si Dios al instituir la pascua pide comer el cordero con la cintura ceñida (cf. Ex 12), se puede decir que Juan vivía siempre esperando ‘el paso’ del Señor y podemos imaginar el gozo que debió experimentar cuando lo ‘vio’ en el Jordán acercándose hacia él. Lo que había esperado toda su vida había llegado. Juan es el precursor del Señor en justicia y verdad. Justicia porque ‘ajustó’ su vida a la voluntad de Dios y verdad porque la anunció sin miedo hasta el final, lo que le costó incluso la muerte.
Hay otro detalle más. El trozo de la piel de un animal con sus pelos es lo que se conoce como un ‘vellón’, por lo que quisiera detenerme ahora en estos dos aspectos: primero, que Juan viste con un vellón; y segundo, que este vellón es un vellón de camello. Para tratar de interpretar este detalle tal vez convenga recordar la figura del juez Gedeón. Como todo juez, Gedeón es escogido para ‘salvar’ al pueblo de Israel de la mano de sus enemigos. Pero ante la llamada de Dios Gedeón duda y pide a Dios un signo. Dios le concede ‘la prueba del vellón’ (cf. Jc 6, 36-40). La prueba consistió en que Gedeón dejaría un vellón sobre el suelo y que al amanecer debía quedar mojado por el rocío sólo el vellón y el suelo tenía que permanecer totalmente seco. Dios lo hizo así; el vellón quedó empapado de rocío –tanto que Gedeón, cuando lo exprimió, llenó una jarra- sobre un suelo completamente seco. Luego, Gedeón pidió una última prueba: que quede seco ahora el vellón y que todo el suelo quede empapado de rocío. Y Dios así lo hizo.
San Ireneo de Lyon ha interpretado este pasaje diciendo que el vellón representa al pueblo de Israel, quien como pueblo de la promesa estaba empapado primero del rocío del Espíritu Santo pero que al rechazar al Mesías, luego quedaba seco y a su alrededor quedaba empapado los gentiles, nuevo pueblo de Dios que es la Iglesia. Otros Padres de la Iglesia han visto en el vellón la prefigura de María, sobre la que cae el rocío del Espíritu de Dios que es su Palabra que la fecunda y la hace concebir al Hijo del Altísimo (Cf. Is 55, 10s).
Pero también habría otro detalle. El vellón también es prefigura de Cristo. Cuenta el libro del Génesis que cuando Adán y Eva pecaron y se dieron cuenta de que estaban desnudos se cubrieron con hojas de higuera que simboliza la Ley, la cual, como dice san Pablo, lo único que realiza es hacer que nos demos cuenta que somos impotentes para combatir contra el pecado. Pero Dios hizo para ellos abrigos de ‘piel’, es decir, vellones. Es el primer signo de la gratuidad del amor de Dios, como figura de lo que haría más adelante. Sí, la ley sólo podría cubrir superficialmente, protegía de la intemperie pero o curaba de raíz. Sólo la piel, sólo el vellón del ‘Cordero de Dios’, perdida por completo en su Pasión (Cf. Sal 37,8), podía revestir al hombre de una nueva condición humana (Cf. Ef 4,23s; Rm 12, 12; etc.)
Juan Bautista es el último hombre vestido con un vellón. Es el último vestido con el vellón con que se vistió a Adán –que, según los rabinos, era blanco- como prefigura de los vestidos del Nuevo Adán que se volvieron de un blanco fulgurante en su transfiguración. Pero hay una diferencia entre Adán y el Bautista. En el Génesis no se especifica de qué animal era el vellón con que se vistió a Adán. En el caso de Juan, sí. Era el vellón de un camello. Dicen los santos Padres que el camello es el único animal que ‘se inclina’ naturalmente para ser montado y desmontado por su dueño. Esto es un signo de humildad. Como decíamos inicialmente, Juan es un sacerdote humilde. Es el sacerdote que sí reconoció a Cristo. Todos tenían expectativa en él, de que él fuera el Mesías. Hasta el mismo Jesús era, por decirlo así, discípulo suyo, porque iba ‘detrás’ de él (cf. Jn 1, 15.30), pero Juan reconoce que Jesús existía antes que él por lo que convenía que Jesús crezca y que él disminuya (cf. Jn 3, 30).
Jesús lanza una pregunta sobre el Bautista que es una pregunta muy actual para los jóvenes de hoy: “¿Qué salisteis a ver en el desierto?” (Lc 7, 24) ¿Qué veía la gente en Juan para seguirlo en masas?, ¿un hombre ‘elegantemente vestido’? ¡No!. Los que visten así –dice Jesús- no viven en el desierto sino en los palacios. Los artistas a los que tanto siguen los jóvenes –que visten con ‘jeans’ agujereados, como harapientos- no es que sean sencillos, viven esclavos y sedientos de más dinero, por tanto, su forma de vestir es una mentira más. Pero con Juan se muestra a un joven que en verdad valdría la pena imitar, porque se vestía con la verdad. La gente vio en Juan coherencia, verdad, humildad, radicalidad, libertad, verdadera libertad, y alegría. Juan decía la verdad a la gente, lo cual, en principio, no creo que les haya agradado, pero al fin y al cabo, la verdad, por más que no nos guste siempre hace que nuestro corazón descanse. Juan no era esclavo de sus afectos.
Juan se deleita en la ley del Señor. Come langostas porque no lo prohíbe la Ley (cf. Lv 11, 21s) pero las come con miel porque eso es para él la Ley (cf. Ez 3, 3). Por eso se deleita como el salmista (cf. Sal 1, 2; 118, 1) y así es realmente dichoso, realmente feliz. Reconociendo que la Ley sólo era un medio, vio colmada su esperanza al ‘conocer’ al Mesías. Su alegría se vio colmada al asistir y escuchar la voz del novio (cf. Jn 3, 29). Y al aceptar al Mesías como tal se hizo el más pequeño, incluso ofrendando su propia vida. Juan Bautista murió decapitado no sólo por decir la verdad, sino porque ‘vivía la verdad’. Haciéndose pequeño, ‘disminuyendo’ se convirtió en el ‘más grande entre los nacidos de mujer’ (cf. Lc 7, 28) como dice Jesús de él, pero añadiendo que el más pequeño en el Reino de los Cielos es más grande que Juan; pero, eso ya es otra historia.



[1] Cf. Joseph RATZINGER, Benedicto XVI, “La infancia de Jesús”, (planeta), p29s
[2] Op. Cit. p29

lunes, 14 de octubre de 2013

Catequesis para jóvenes: Salomón

Salomón es el hijo de David y cuando sucede a su padre en el trono siente que esta misión le sobrepasa porque, como él mismo dice, es sólo un muchacho. Dios le dijo a Salomón que le pidiera lo que quisiese. Salomón responde con una de las oraciones más bellas que estén escritas en toda la Biblia: “Señor […] dame la sabiduría para gobernar a tu pueblo, porque soy apenas un joven muchacho que no sabe por dónde empezar y terminar” (1R 3, 7-9). El libro de la Sabiduría nos muestra un cántico atribuido a este pasaje que dice como sigue:
Dios de los padres y Señor de la misericordia, que con tu palabra hiciste todas las cosas, y en tu sabiduría formaste al hombre, para que dominase sobre tus creaturas, y para que rigiese el mundo con santidad y justicia y lo gobernase con rectitud de corazón.
Dame la sabiduría asistente de tu trono y no me excluyas del número de tus siervos, porque siervo tuyo soy, hijo de tu sierva, hombre débil y de pocos años, demasiado pequeño para conocer el juicio y las leyes.
Pues aunque uno sea perfecto entre los hijos de los hombres, sin la sabiduría, que procede de ti, será estimado en nada.
Contigo está la sabiduría conocedora de tus obras, que te asistió cuando hacías el mundo, y que sabe lo que es grato a tus ojos y lo que es recto según tus preceptos.
Mándala de tus santos cielos y de tu trono de gloria envíala para que me asista en mis trabajos y venga yo a saber lo que te es grato.
Porque ella conoce y entiende todas las cosas, y me guiará prudentemente en mis obras y me guardará en su esplendor. (Sb 9, 1-6.9-11)

Salomón no pidió riquezas ni lujos, no pidió nada para ostentar ni presumir, sólo pidió sabiduría para servir bien a su pueblo gobernándolo con rectitud de corazón, por lo que Dios le respondió: “Por no haberme pedido nada para ti […] te daré lo que me has pedido y la riqueza que no me has pedido” (1R 3, 11ss). El reinado de Salomón se considera como el reinado del “esplendor” de Israel. Todos iban a escuchar la sabiduría de Salomón, incluso del extranjero venían peregrinando para escuchar sus consejos y admirar la pompa y el esplendor de su corte. Jesús ciertamente dirá que “ni Salomón en su máximo esplendor se vistió como un lirio del campo” a quien Dios lo viste. Esto lo dijo Jesús para enseñar que no debe preocuparse el hombre sobre con qué va a vestirse o qué va a comer mañana, sino de hacer la voluntad de Dios hoy. Porque si así viste Dios a la hierba del campo que hoy es y mañana se quema, con cuánta mayor razón vestirá Dios a sus propios hijos sin que se lo pidan (Cf. Mt 6, 28-30) tan sólo porque han querido hoy hacer su voluntad y sólo han pedido la fuerza de Dios para realizarla, sin cuya ayuda es imposible. Esta fuerza, esta gracia es el Santo Espíritu de Dios que Él da a quien le obedece. (Cf. Hch 5, 32). Este es el cumplimiento de la promesa de Jesús: “Os daré palabras y sabiduría a las que no podrá hacer frente […] ningún adversario vuestro” (Lc 21, 15).

miércoles, 25 de septiembre de 2013

El Rey David

El rey David fue el rey más grande de Israel, pueblo que alcanzó durante su reinado su mayor apogeo geopolítico. Pero conviene saber que toda gran hazaña tiene un inicio. Cuando tan sólo era un muchacho, David vence al gran guerrero filisteo Goliat, quien tenía atemorizado a todo el ejército de Israel. David le venció tan sólo armado de una honda y cinco piedras (símbolo de los cinco libros de la Toráh: el camino guía del Señor, la Ley santa de Dios). Pero, ¿de dónde le vino a David esta gran confianza? Esta confianza le vino de haber tenido aquello que se suele llamar ‘experiencia de Dios’, incluso siendo sólo un niño. En efecto, al escuchar David a Goliat humillar desafiante al ejército de Israel, dijo: “¿Quién se cree este incircunciso para insultar al pueblo elegido de Dios?(1Sm 17, 26). Lo que indigna a David no es tanto que hayan insultado a su pueblo en sí, sino que al ser este pueblo propiedad de Dios, insultaban a Dios. Quien defiende a Dios, Dios lo defiende a él (Cf. Mt 10, 32). Pero sucedió que al no creerlo capaz su propia gente, incluso el rey Saúl, se negaban a que vaya a pelear con el gigante Goliat. Ante esto David apelará, como se dijo líneas arriba, a pruebas concretas donde Dios ya había estado con él: “Cuando un oso o un león arrebataba una de mis ovejas, yo se la arrancaba de la boca” (1Sm 17, 34ss).
Estas mismas pruebas de su poder quiere darle Dios a todo joven que se ponga de su lado y salga fiado en su Nombre a arrebatarle una oveja (tal vez un drogadicto, un violador, etc.) de las fauces de Satanás, quien como león rugiente anda buscando a quien devorar (Cf. 1Pe 5, 8s). La fuerza de David se llama fe: “Yahvé, que me ha librado de las garras del león y del oso, me librará de la mano de ese filisteo” (1Sm 17, 37). La fe no es un salto al vacío, es el reconocimiento del poder de Dios a lo largo de todas las vivencias de nuestra historia, de tal manera que en cada vicisitud nueva, miremos hacia atrás y digamos: “Dios, que me ayudó en tal o cual acontecimiento, me ayudará ahora.” Esto se llama fe.

David derribó a Goliat con una honda. Una piedra se incrustó en la frente del filisteo. Esta roca es Cristo y si permanecemos unidos a él seremos capaces de derribar a cuanto demonio se nos cruce por el camino. David hace recordar a todo joven, a todos nosotros, que como dice el salmo: “No se salva el rey por su gran ejército, ni el guerrero escapa por su enorme fuerza. Vana cosa es el caballo para la victoria, ni con todo su vigor puede salvar.” (Cf. Sal 32, 16s), sino que vence el que pone toda su confianza en el Señor, porque como sigue diciendo el salmo en mención: “Los ojos del Señor están sobre sus adeptos, sobre los que esperan en su amor, para librar su vida de la muerte y mantenerlos en tiempo de penuria […] Que tu amor, Señor, nos acompañe, tal como lo esperamos de ti.”

lunes, 26 de agosto de 2013

Catequesis para jóvenes: Sansón

Sansón

El joven Sansón es escogido por Dios desde el vientre de su madre. Ya en una catequesis sobre la dignidad de la mujer decíamos que la elección de Dios se realizaba con la demostración de su poder para hacer que una mujer estéril conciba un hijo, como sucedió también en el caso de la madre de Sansón. Los hijos son un don de Dios y no un derecho del hombre. Sansón es elegido para ser juez de Israel y es bendecido por Dios con un carisma especial, las siete trenzas de su cabellera representaban el poder del Espíritu de Dios y sus siete dones; pero, de hecho, el carisma que más sobresalía en él era la fuerza física descomunal que tenía. Se cuenta en la Escritura que mató a mil filisteos armado tan sólo con la quijada de un burro.
El problema de Sansón, se podría decir en palabras simples, fue su inmadurez afectiva. En este sentido era un hombre de grandes contrastes, ‘es fuerte como un gigante y débil como un niño; seduce a las mujeres y éstas le engañan; odia a los filisteos, pero se enamora de las filisteas[1]. Con tanta fuerza física, necesitaba la ‘aceptación’ de los suyos para lo cual realizaba proezas para salvar (raíz etimológica en hebreo de ‘juez’) a su pueblo, pero también para alardear, incluso para divertir a sus paisanos. ¿No es éste el mismo problema de los jóvenes –y de muchos ‘adultos’- hoy en día? A veces impresiona todo lo que tienen que hacer los jóvenes para llamar la atención: las bandas y pandillas donde se creen superhombres que todo lo destrozan a su paso, como si fueran sansones actuales, pero no para salvar sino para destruir. Esto lo único que demuestra es que estos jóvenes son personas sumamente indigentes, débiles, carentes de afecto. Lo único que el joven está gritando al mundo con estas actitudes vandálicas es: “¡Por favor, quiéranme, porque mis padres no me quieren!” o lo que gritan subliminalmente los grupos de jovencitos ‘muertos en vida’ llamados ‘emos’, con sus ropas negras y sus rostros cubiertos por sus cabellos: “Por favor, dense cuenta de que yo existo, ya que mis padres están siempre fuera de casa, trabajando para que a mí ‘no me falte nada’”.
Pero volvamos a la historia de Sansón. El giro de esta historia se da de un modo algo dramático. Su desorden afectivo llevó a Sansón a enamorarse -luego de otras aventuras, cosa que no le estaba permitida ya que era un nazir de Dios, es decir, estaba consagrado a Dios-, de Dalila, una mujer cómplice de los filisteos, es decir, del pueblo enemigo. Ya su infidelidad a Dios había comenzado, pero con Dalila, esta infidelidad llegó a su culmen porque como dice la Escritura, Sansón ‘le abrió su corazón’ (Jc 16, 7).
El corazón es la sede de la interioridad humana. Ciertamente, como dice Jesús, es de donde nacen todas las bajas pasiones y malas intenciones (Cf. Mt 15, 19); pero, también es el ‘Sagrario’ del hombre, “el lugar santo donde Dios le habla”, como dice Juan Pablo II[2]. El corazón es el pesebre de Belén, donde a pesar de su inmundicia, Dios ha querido nacer; este corazón es la sede de la conciencia humana. Lo que hace Sansón es gravísimo. Él le cuenta el secreto del don que Dios le había regalado, le da así, como dice Jesús, sus perlas a los cerdos: “No deis a los perros lo que es santo, ni echéis vuestras perlas delante de los puercos, no sea que las pisoteen con sus patas, y después, volviéndose, os despedacen(Mt 7, 6).
Algunos dicen que Sansón se perdió por la lujuria, pero no creo que eso haya sido lo esencial. Sansón puso su corazón, el ‘sagrario’ de Dios, en esta mujer, se lo entregó. En ese sentido, Sansón rechazó libremente a Dios. Dios no lo castigó porque no está en el ser de Dios hacer el mal sino que fue Sansón quien dejó a Dios. Y como bien dijo Jesús, Dalila, volviéndose contra él, textualmente lo despedazó, le rompió el corazón. Una débil mujer le quitó el poder al joven que había matado él solo a mil filisteos. Pero si la historia tuvo este giro dramático, su final es una de las partes más conmovedoras de toda la Biblia. Dalila, conocedora de su secreto, lo sedujo, lo embriagó, le cortó las trenzas y lo entregó a los filisteos. Estos le arrancaron los ojos y lo pusieron a girar empujando un molino, como un asno. Se burlaban de él y lo trataban como a un payaso, como a un mequetrefe; el admirado y temido juez de Israel era ahora el hazmerreír de toda esa gente ebria de vino y de triunfo. Así paga el mundo y el pecado. Así deja el diablo a todo hombre que cuando estaba con Dios tenía dones increíbles. El demonio lo reduce a un animal, le quita hasta su ser-hombre, tal como viven muchos jóvenes hoy en día.
Los filisteos estaban felices de haber vencido a su principal enemigo. Con Sansón aniquilado ahora sí podrían seguir oprimiendo  a todo Israel sin nadie que les mate mil hombres ni destruya sus sembrados, ni les aterrorice. Tamaña buena noticia quisieron celebrarla con una gran fiesta. Todos sus grandes generales estaban allí porque querían ver a Sansón hecho ahora un bufón. Y lo llamaron para divertirlos. En la fiesta había tres mil hombres y mujeres y estaban también todos los tiranos de los filisteos. Pidieron llevar a Sansón al centro de la terraza para que les divierta con sus juegos. Sucedió entonces que Sansón le dijo al niño que lo llevaba de la mano: “Ponme donde pueda tocar las columnas en las que descansa el edificio para que me apoye en ellas”. Sólo cuando no ponemos resistencia a la voluntad de Dios, podemos ser conducidos hacia nuestro destino dócilmente, como quien es llevado de la mano sólo por un muchacho. Para que Sansón llegue a ese estado ha tenido que quedarse sin fuerza y sin ojos. Dios, a pesar de todo el daño que le han hecho sigue llevando su historia, como lleva la de todo hombre, porque a Dios nunca la historia se le va de las manos.[3]
Se dice que la pérdida de los ojos de Sansón representa la pérdida de la visión del amor a Dios y el amor al prójimo. Ver el amor de Dios en nuestra historia y ver a Dios en el prójimo son la máxima expresión del discernimiento. Sansón ya hace mucho que había perdido esta visión. Es interesante notar en la Escritura que Sansón le abre el corazón a Dalila cuando ella ‘le asediaba con sus palabras y le importunaba’. Pero, no fue ésta la causa última para que él le revele su secreto sino lo que sucedió fue que Sansón ya estaba ‘aburrido de la vida(Jc 16, 16). La mayor pobreza del hombre pos moderno es ya no saber para qué vive. Cuando uno no ve que los dones que posee –trabajo, familia, dinero, profesión, carismas, etc.- son fruto del amor inmenso que Dios le tiene y se pone a usarlos como si fueran suyos y en función suya; cuando uno pierde la visión de que el objetivo de la vida es amar al otro como un don, que se manifiesta en el servicio –para el caso de Sansón, proteger a su pueblo- y sólo hace las cosas para buscarse a sí mismo, tarde o temprano llegará a este dramático desenlace: descubrir que su vida no tiene sentido.
Los ojos de Sansón sólo fueron un signo para que él se dé cuenta de la visión profunda, trascendente, que él ya hace mucho había perdido. No obstante, este acontecimiento fue para él providencial, signo –aunque la apariencia muestre lo contrario- del amor que Dios nunca dejó de tenerle; “en él brilla la bondad gratuita de Dios en favor de sus elegidos[4]. Allí, sin su pueblo, sin padre, sin madre, sin mujer, sin fuerzas, sin ojos, estaba desconsoladamente solo. No podía ver a nadie a su alrededor pero escuchaba sus burlas. En efecto, más de tres mil carcajadas a su alrededor debieron parecer a sus oídos y a su alma más taladrantes que el más afilado de los aceros. Pero de pronto, luego de reflexionar sobre cómo había estado llevando su vida, sobre su infidelidad a la misión para la que Dios le había escogido, descubrió que no estaba totalmente solo. Ya las risas no importaban porque dentro de su corazón, en el silencio interior, pudo ‘ver’ que Dios estuvo detrás de todos los acontecimientos de su vida, y que esta vez Él estaba también allí, a su lado, de modo que ya sólo estaban él y Dios. Sí, aunque uno abandone a Dios, Él nunca abandona al hombre. Y levantando el rostro al cielo, levantando su faz con los ojos  que ya no tenía, exclamó esta conmovedora oración: “Señor Yahvé, dígnate acordarte de mí, hazme fuerte aunque sea sólo esta vez, oh Dios, para que de un golpe me vengue de los filisteos por mis dos ojos” (Jc 16, 28). Dios, ante una oración así no puede menos que estremecerse de compasión y se le “convulsiona el corazón” (Cf. Os 11, 8), porque Él lo único que espera es ver un corazón arrepentido, ya que un corazón contrito y humillado Dios no lo desprecia jamás (Cf. Sal 50, 19).
Sansón apoyó sus manos en estas dos columnas y de un solo golpe y gritando fuertemente: “¡Muera yo con los filisteos!”, las derribó cayendo todo el edificio  sobre los tiranos, sobre los filisteos…y sobre él.
Sansón había redescubierto cuál era su misión y así su vida volvió a tener sentido aunque sea en ese estado aparentemente sin salida, porque si volvía a tener sentido su vida, entonces también tendría sentido su muerte. Sansón mató más filisteos con su muerte que los que mató en toda su vida. Él era figura de su mismo pueblo –figura de todos nosotros-, infiel a la alianza con Dios, por lo que le vienen todos sus males. Sin embargo, a pesar de sus infidelidades, Dios hace justicia a su pueblo con él. Dios realiza sus planes con él así como es.
El joven inmaduro y egocéntrico de Sansón, finalmente actuó como todo un hombre y realizó un acto de grandeza sin precedentes en toda la historia del A.T., y se convirtió así en figura de Jesucristo, quien al igual que Sansón, con sus brazos extendidos en la cruz, también dio un fuerte grito antes de morir, y destruyó así al demonio, es decir, al pecado y a la muerte para siempre. A pesar de la aparente derrota, el grito de Sansón y el grito de Jesucristo, fueron finalmente…un grito de victoria.



[1] Cf. Emiliano Jiménez H.; “Historia de la salvación”, (Grafite), p.140
[2] Juan Pablo II, carta encíclica “Veritatis Splendor”, n54ss
[3]Cf. Joseph Ratzinger, BENEDICTO XVI, “Jesús de Nazaret”, 2a parte, (Encuentro), p.45
[4] Cf. Emiliano Jiménez, op. cit.; p.141

Prólogo a las catequesis para jóvenes: "¡Que nadie menosprecie tu juventud!"


“Que nadie menosprecie tu juventud” (1Tm4, 12)
Sobre la misión de los jóvenes en la Nueva Evangelización


 Prólogo
Poco antes de que empiece a escribir esta catequesis, se suicidaron tres jóvenes en mi ciudad (Lima); los tres en una misma semana. Lo preocupante es que esta situación no es de ahora solamente, ha comenzado ya hace un par de décadas. Los jóvenes se están destruyendo, se matan, se asesinan entre bandas, se drogan, se emborrachan, asesinan a sus padres, viven una promiscuidad sexual extrema, se entregan a la homosexualidad, al lesbianismo, se deprimen, etc. ¿Qué buscan los jóvenes?, ¿qué los lleva a este desenfreno?, ¿qué esperan?, o mejor, ¿esperan?, ¿sueñan?, ¿anhelan?, ¿aman? 
No hace mucho una amiga mía, una joven italiana[1], me escribía en una carta: “Éste es un periodo muy oscuro para Europa en general e Italia en particular: nuestra generación está muy desorientada y asustada. La sensación que tenemos es que todo está a punto de derrumbarse al suelo para siempre y esto nos quita las ganas y la capacidad de hacer proyectos, de creer en algo, de soñar un futuro mejor que este horrible presente. Hay mucha tristeza y mucha desilusión entre la gente de mi edad; y es así que son muchos los que tratan de no pensar en esta tristeza y desilusión en todas las maneras que tú puedes imaginarte. No es fácil vivir cuando una época se acaba. Nos estamos despertando de un sueño que ha durado por siglos: el Occidente ha sido por siglos el dueño del mundo, y solamente ahora empieza a darse cuenta que lo ha destruido todo y se ha destruido a sí mismo.
Cuando leía estas líneas, en febrero de este año 2012, comencé a pensar en una catequesis para los jóvenes. Lo que dice mi amiga es verdad. Tengo un hermano de mi comunidad, sacerdote, que está estudiando allá, en Italia, y me contaba que la mayoría de los jóvenes buscan pasar el tiempo en los parques. Al día siguiente amanecen los parques llenos de botellas de cerveza, de preservativos usados, porque se pasan la noche tomando, drogándose y fornicando públicamente. En España le llaman: vivir la vida “a tope” (al máximo). Pero si nos detenemos un poco, en realidadpodemos preguntarnos: ¿eso es vivir? Yo no lo creo. Eso es sobrevivir, como bien me describía mi amiga en su carta. Los jóvenes quieren llenar ese vacío que tienencon el desenfreno para olvidar, al menos un instante, lo que no pueden dejar de evidenciar: que son infelices, que están vacíos, que han llegado ‘al fondo’, ‘a tocar suelo’, a un vacío existencial profundísimo, a experimentar el sin sentido de la vida.
Según cifras de la Organización Mundial de la Salud (OMS), cada año se suicidan en el mundo cerca de un millón de personas. De hecho, después del aborto, es la primera causa de muerte violenta entre hombres y mujeres entre 15 y 34 años de edad, ya que es mayor el número de personas que mueren por su propia voluntad que aquellas muertesproducidas anualmente por el conjunto de todos los homicidios y los conflictos bélicos del planeta. En los últimos veinte años, el número de jóvenes suicidados se ha duplicado. En ese lapso, en Chile, se han quitado la vida 6000 jóvenes. En mi país (Perú) casi el 80% de los estudiantes entre 12 y 17 años han pensado en algún momento en suicidarse. En el 2010, 4400 menores de 18 años lo decidieron, más de 300 lo intentaron y 80 lo consiguieron. En el 2011, lo han intentado 6000 personas, es decir, el número sigue creciendo. ¿Cuál es el motivo? Casi todos los estudios coinciden en que la principal causa es por la desintegración familiar y, en segundo lugar, por la perplejidad que lleva a la depresión ante la competitividad que exigen los nuevos criterios económicos en un mundo globalizado. También es alarmante el aumento de los casos del temido ‘bullying’, es decir, el maltrato psicológico (burla), físico y sexual, provocado por padres, maestros, familiares cercanos y últimamente más por los propios compañeros de escuela. En países europeos las cifras generalmente se quintuplican[2].

¿Hay una esperanza de que todo esto cambie? ¿Éstos jóvenes tienen salvación? ¿Sus vidas pueden cambiar dando un vuelco de 180º? Si no estuviera convencido de que sí es posible este cambio no escribiría nada de esto. Y si lo escribo es porque ha ocurrido conmigo.
¿Qué busca un joven? Nos preguntábamos líneas arriba, y creo firmemente que es lo que busca todo hombre –varón y mujer-, busca a Dios. El problema es que lo busca donde Dios no está. Dios no está en la droga, ni en el desenfreno sexual, ni en la fama, ni en el poder, ni en el éxito y la fortuna. Si Dios estuviera allí, no se suicidarían como ocurre ahora. Dios se ha hecho hombre, ésta es la Buena Noticia (Evangelio). Lo único que necesita un joven atrapado en esta ‘sociedad de muerte’ es ver a Cristo vivo, encontrarse personalmente con el Resucitado.
Hace poco comprendí que el joven más que mil  palabras lo que realmente necesita es ver un testigo. Y todo esto lo tiene claro el Magisterio de la Iglesia: desde el mensaje a los jóvenes del Concilio Vaticano II (1965), la Carta a los jóvenes de Juan Pablo II, quien comenzó con las ya ahora célebres Jornadas Mundiales de la Juventud (JMJ), se demuestra que este interés es claro y real. Los jóvenes anhelan ver a Jesucristo, que es el Emmanuel (Dios con nosotros) y si esto está claro a nivel del Magisterio, es penoso reconocer que esta realidad no llega al nivel de las diócesis y de las parroquias. La pastoral juvenil se ha reducido a tratar al joven como a un superficial al que sólo hay que mantener “entretenido” para que no se vaya, y esto con cantos ‘cristianos’ adaptados de melodías y letras paganas, con dinámicas y juegos, pero con poca o a veces nula predicación, sin el anuncio de la Verdad que es Jesucristo (Cf. Jn 14, 6). El resultado: abandono casi total de los jóvenes luego de la Confirmación.
En las misas sólo están quedando los ancianos. Y todo porque al joven no le estamos mostrando a Jesucristo, no le estamos ayudando a que descubra quién es él, a que vea su historia iluminada a la luz de la Palabra, a que se reconcilie con esa historia, y así se curen las heridas profundas que le hayan marcado y que permitió Dios para atraerlo hacia Él cuando busque respuestas.

Hace tres años, en una parroquia, una jovencita de 17 años se me acercó mientras yo oraba delante del sagrario, y me dijo: “Mi padre me viola desde que yo tenía seis años. Se lo dije recién a mi madre y lo ha botado de la casa, pero ahora está peleada conmigo porque me echa la culpa”. ¿Cómo se le puede decir a esta chica que Dios le ama en medio de esa historia? ¿Cómo se le puede ayudar a ver que su historia está bien hecha? ¿Cómo mostrarle a Dios como un Padre bueno si al escuchar la palabra ‘padre’ recordaría al suyo que la ha violado? ¿Con bailecitos? ¿Con dinámicas reggetoneras? ¿Con jueguitos infantiles? No lo creo. A esta joven lo único que le hubiera ayudado es el kerigma de Jesucristo, el anuncio de Cristo muerto y resucitado por ella, por su padre, por mí, por todos. Dios se hizo hombre para destruir la muerte y el pecado, sufriendo y muriendo antes que nosotros para que nuestro sufrimiento tenga sentido, y así resucitemos también con Él a una vida nueva. Pero esto sólo se puede entender desde la fe, fe que comenzamos a tener precisamente a partir de este anuncio.
Para ello, para enviar a su Hijo al mundo, quiso prepararse un pueblo, Israel, germen de la Iglesia y figura de todos nosotros. Y quiso hacer con este pueblo una historia de salvación, que es ‘mi’ historia de salvación, que es ‘tu’ historia de salvación; y de esto, de mostrar que Dios no trató a los jóvenes de su pueblo como a unos infantiles superficiales, trata esta catequesis.



[1]Eleonora Spina, a quien junto con los jóvenes del Movimiento Juan XXIII dedico esta catequesis.
[2] Ver artículos publicados por: Nelly Luna Amancio, El Comercio, 23/01/11, Lima; “Jóvenes suicidas” de El Universal on Line; México; “Epidemiología del suicidio en la adolescencia y juventud” por la Dra. María Inés Romero, de la Medicina U.C., Chile; “Los suicidios en el país” cifras del Centro de prevención de suicidios del Instituto de Salud Mental Honorio Delgado, publicado en El Comercio, 11/06/12, p. A12, Perú; etc.

miércoles, 21 de agosto de 2013

Catequesis para jóvenes: Samuel

Samuel
La Biblia nos dice que el gran profeta Samuel es llamado por Dios cuando éste apenas era un niño. El niño Samuel al escuchar la voz de Dios que le llamaba por su nombre ni siquiera reconocía que era la voz de Dios quien le llamaba porque “no le conocía” (cf. 1Sm 3, 7). Se necesita de un intérprete, en este caso, el sacerdote Elí, para que se nos indique: “Si vuelves a escuchar esta voz, responde: ‘habla, Señor, que tu siervo escucha’”. Reconocer la voz de Dios que nos habla también a través de los acontecimientos de nuestra historia, ciertamente es un don de Dios, pero también este don nos llega a través de un tercero que nos ilumine la historia a la luz de la palabra de Dios. Esto es algo que nosotros necesitamos siempre a lo largo de nuestra vida.
Es curioso pero esta parte de esta catequesis la escribo precisamente estando en cama, de madrugada, porque estoy enfermo. Pero recién la escribo a la tercera noche en vela. Las dos primeras noches no hice nada más que quejarme. Pero bastó que un hermano me visitara a mi habitación (les recuerdo que soy seminarista y vivo en un seminario) y me diga algo como lo que sigue: “Gustavo, ¿no será que Dios quiere hablar contigo y esta enfermedad sólo es un pretexto para tenerte despierto y así esperar a que levantes los ojos al cielo y le hables?”. Gracias a este hermano, fue en la tercera noche, al igual que Samuel, que recién dije: ‘Habla, Señor, que tu siervo escucha’. Fue una noche estupenda, la enfermedad no se curó pero tuve una inmensa paz interior y es así que buena parte de esta catequesis se escribió así, de madrugada, desde la cruz de la enfermedad.
Samuel se convirtió en un gran profeta y también fue el primer juez de Israel. Como juez se encargó de hacer presente a su pueblo la fidelidad de Dios a pesar de la infidelidad de Israel, en quien nos podemos ver a nosotros mismos. Como dice el apóstol san Pablo: “Si le somos infieles, Dios permanece fiel” (cf. 2Tm 2, 13). Este pueblo quiso vivir luego como “los otros pueblos” y le pidió a Samuel un rey. Samuel se entristeció mucho ya que este pedido era una ofensa a Dios. Pero Dios dijo a Samuel: “Haz caso a todo lo que el pueblo te dice, no te rechazan a ti sino que me rechazan a mí porque no quieren que reine sobre ellos” (1Sm 8,7ss) ¿No sucede lo mismo cuando queremos vivir como vive el mundo, de las modas, de lo que dicen los demás, imitando cualquier ‘viento de doctrina’ que se nos atraviesa? ¿No es ésta una tentación constante? Así como el pueblo de Israel rechaza a Dios quien era conocido como ‘el Rey de Israel’ ¿no rechazamos a Dios cuando nos mueven ‘las modas’ de este mundo? ¿Cómo quién quiere vivir un joven hoy? ¿No es acaso como el actor, cantante o jugador del momento? Pero de una manera impresionante Dios permite esto para que el pueblo de Israel –que somos nosotros- se dé cuenta que esos no son reyes verdaderos.

Samuel, ya anciano, fue a Belén enviado por Dios para escoger al rey de Israel. Antes ya había ungido al primer rey, Saúl, quien no agradó a Dios y fue rechazado porque prefirió agradar al pueblo antes que a Dios. ¿No es ésta también la tentación de un joven ante el grupo de ‘amigos’ en el cual no puede defender su fe sólo por el miedo a ser ridiculizado, el miedo al rechazo? Samuel fue a Belén porque tenía que escoger al rey de entre los hijos de Jesé y pensó que era uno de ellos sólo por el hecho de ser alto y fuerte. Pero Dios le dijo: “No te fijes en la apariencia porque Dios ve el corazón” (1Sm 16,7). Él había olvidado que él mismo fue llamado cuando apenas era un niño destetado, y de hecho, será un niño el que escogerá Dios para suceder a Saúl, el último de los hijos de Jesé, que ni siquiera había sido tenido en cuenta por su padre puesto que en ese momento estaba guardando el rebaño: era pastor de ovejas. Era un niño rubio y de buena presencia. Él era el rey que Dios había elegido, el niño que llegará a ser un hombre según el corazón de Dios.

Catequesis para jóvenes: Josué

JOSUÉ

Con José, el pueblo de Israel se establece en Egipto; pero, pasadas varias generaciones, los faraones se olvidaron de José y su familia. Luego, por temor al numeroso pueblo hebreo, comenzaron a afligirlos con crueles trabajos; y sucedió así que los egipcios daban órdenes a las parteras hebreas de matar a todo niño recién nacido. El pueblo de Israel clamó a Dios quien los liberó de la esclavitud guiados por Moisés, con quien anduvieron cuarenta años en el desierto antes de ingresar a la tierra prometida.
El joven Josué, hijo de Nun, fue el sucesor de Moisés (Cf. Jos 1, 1). Él tiene la gran misión de continuar el encargo que Dios le dio a Moisés de hacer entrar a su pueblo a la tierra prometida, la tierra de Canaán “que mana leche y miel”. Josué emprenderá así la gran hazaña de la conquista de esta tierra desalojando a varios pueblos. Una de estas ciudades era Jericó, amurallada en todo su perímetro. Y así, Israel venció con un ejército reducido y armados tan sólo de cuernos (trompetas). La  gran confianza de Josué para con Dios no se consigue de la noche a la mañana sino que parte de la profunda intimidad que él tenía con el Señor. Cuenta el libro del Éxodo que Josué acompañaba a Moisés a la ‘Tienda del Encuentro’ –lugar donde aparecía la ‘gloria de Dios’ en forma de nube y donde Moisés hablaba con el Señor cara a cara, como un hombre con su amigo- y una vez que Moisés salía de allí, cubriéndose el rostro con un velo para evitar que el resplandor de su rostro deslumbrara a los que le vean, Josué se quedaba todavía dentro de la Tienda y permanecía en la presencia de Dios (Cf. Ex 33, 11).

Josué conquista la tierra prometida venciendo a los pueblos que en ella habitaban y tomando la ciudad de Jericó cuyas murallas cayeron tan sólo por el grito que les mandó hacer Dios. Previamente, Dios les mandó durante seis días dar una vuelta a la ciudad, a través de todo el perímetro de la muralla, tocando los cuernos, sin decir ni una sola palabra. Al séptimo día, les mandó hacer siete vueltas tocando las trompetas; y, finalmente, prorrumpir en un gran grito, una alarido guerrero. Al hacerlo, los muros de la ciudad de Jericó se vinieron abajo y los israelitas atacaron todos a una, cada uno por el frente de donde se encontraba. Creo que nadie en su sano juicio, al escuchar esta estrategia pensaría que esta va a funcionar. Todo este rito simboliza la liturgia cristiana. El toque de las trompetas y el grito simbolizan los cantos en la liturgia y la ‘estulticia’ de la predicación. Sin fe, vista desde fuera, parecerá una tontería, un ritualismo tonto, ineficaz, una pérdida de tiempo. Pero la liturgia es el ‘santo juego de Dios’, si se obedece, si se hace como Dios quiere que se haga, tiene la potencia para destruir los muros de nuestros duros corazones y así Dios puede entrar en él y morar en él. La ciudad de Jericó simboliza el mundo, lleno de paganismo, de rebeldía a Dios. De todo esto está lleno nuestro corazón; pero si obedecemos en entrar en el absurdo para hacer las cosas como Dios nos las indica en la santa liturgia, seremos capaces de derribar las murallas del odio que divide a los hombres en el mundo, del que era símbolo la ciudad de Jericó.

miércoles, 10 de julio de 2013

Catequesis para jóvenes: José

1.1  José
La historia de José, el hijo del patriarca Jacob, nos muestra un ejemplo de un joven que, a pesar de las adversidades que sufre cuando apenas es un muchacho de diecisiete años, nunca pierde la fe en Dios transmitida por sus padres, Jacob y Raquel. José es vendido por envidia por sus propios hermanos a unos extranjeros madianitas. Allí es comprado por Putifar, jefe de la guardia del Faraón –rey de Egipto- quien al ver su sabiduría (porque Dios estaba con él) le confió la administración de toda su casa. José es un joven apuesto y de buena presencia (cf. Gn 39,6), por lo que llama la atención de la mujer de Putifar. Esta mujer constantemente lo acosaba para que se acueste con ella; pero, José nunca aceptó tal propuesta, por amor a Dios y a su Ley, y por lealtad a su amo. Ella, despechada, lo acusó de haber querido abusar de ella y José fue a parar en la cárcel. Pero José se ganó el favor del carcelero con su sabiduría y terminó ayudándolo a administrar la cárcel. Este carcelero lo presentó al Faraón para que le interpretase unos sueños que le inquietaban (uno de ellos, el de las siete vacas gordas y las siete vacas flacas)
José se ganó así el favor del faraón quien no sólo lo sacó de la cárcel, sino que por los consejos que le dio José para afrontar los siete años de sequía -que era el significado de las siete vacas flacas-, lo nombró su primer ministro. Comentó el faraón luego de escuchar sus consejos: “¿Acaso podremos encontrar otro como éste  que tenga el espíritu de Dios?”. Nadie, después del faraón, tenía más autoridad que José en todo Egipto.
Cuando vino el tiempo de hambruna en aquella región, sus hermanos enviados por Jacob, su padre, fueron a comprar víveres a Egipto. Allí se reencuentran con su hermano José quien los perdona y hace que su padre, Jacob, quien lo daba por muerto por engaño de sus hermanos, venga a Egipto con toda su familia. Allí se instaló Jacob con toda su familia hasta su muerte, pidiendo antes que sus restos fueran llevados de vuelta a la tierra de Israel.
La historia de José nos enseña que es Dios quien está detrás de los acontecimientos de nuestra historia por más dolorosos que estos sean y que, quizá por ello, muchas veces no se entiendan. Si sus hermanos no lo hubieran vendido, José no habría salvado a todo Israel de perecer de hambre. Además, esta historia nos enseña que Dios es fiel con los suyos, con los jóvenes que son dóciles a su voluntad, a quienes puede darles una sabiduría, un discernimiento que deje enmudecidos a los reyes de las naciones.

José es figura de Jesucristo, vendido en la persona de Judas por todos nosotros. En efecto, hemos vendido a Cristo con nuestros pecados y Él, sin embargo, no nos ha tratado según nuestros delitos, sino que nos ha dado el verdadero alimento que salva y da vida eterna al mundo, su propio cuerpo. Jesucristo eucaristía es el verdadero trigo celeste, custodiado por la Iglesia y dado a través de ella. Así es, la Iglesia es el verdadero oasis en medio del desierto de este mundo hambriento de felicidad, de alegría, de plenitud, de eternidad, de Dios.

Homilía sobre la Asunción de la Virgen

1ª Lectura: Ap 11, 19; 12, 1.3-6.10
Sal 44, 11-12.16
2ª Lectura: 1Co 15, 20-27
Evangelio: Lc 1, 39-56
Homilía

Queridos hermanos:
Estas lecturas que nos regala la Iglesia en esta solemnidad, nos hablan de la grandeza de la vocación a la que estamos llamados todos nosotros: a la santidad. En el evangelio, María ya ha concebido al que es tres veces santo, y su primera reacción es salir inmediatamente al encuentro del otro, sale de sí misma para ponerse a servir. Servir quiere decir reinar. Es por ello que la Mujer que nos presenta el Apocalipsis es una mujer con una ‘corona’, es decir, una reina.
Isabel le dice a su prima María algo muy importante: “¡Feliz la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor!” (Lc 1,45). Todo empieza aquí, con el don de la fe. La fe viene por la predicación, por la escucha de la palabra de Dios. Quien luego de escuchar, asiente desde su libertad al plan que Dios tiene para con cada uno, comienza desde ya a ser ‘feliz’, a ser ‘bienaventurado’, a ser ‘santo’. Estas palabras son sinónimas. Cuando esto ocurre, ya el hombre ha pasado de la muerte a la vida (cf. Jn 5, 24), comenzado una vida totalmente nueva (cf. Rm 6, 4), como dice san Pablo en la segunda lectura, ya se ha vencido a la muerte, de tal manera que ya no se vive para sí sino para Cristo (cf. 2Co 5, 15), hecho que se concretiza cuando se vive para los demás.
En la Mujer vestida del Sol, la Iglesia nos invita a contemplar a María como su primera figura. En ella, la madre Dios, se muestra el triunfo de la humanidad, el triunfo de la nueva Eva y el nuevo Adán, Cristo. Curiosamente, como dice Juan Pablo II, es en ‘lo femenino’ donde se asume todo lo humano.[1] En la “Mujer vestida del sol” se refleja la lucha fundamental a favor del hombre: Dios le confía a la mujer de un modo especial al hombre, a todo el hombre, varón y mujer, de todos los lugares, de todos los tiempos.[2] Esta “señal de la mujer” no tiene solamente un significado escatológico y nada más, sino que también tiene un significado pragmático, así pues, la “señal de la mujer” remite a la mujer misma, a todas las mujeres en cuanto tales. La mujer existe entonces como ayuda adecuada para que el amor de Dios se derrame en los corazones (Cf. Rm 5, 5) de todos los hombres. Por tanto, la dignidad de la mujer es medida en razón del amor, de allí la grandeza de su vocación.
Queridos hermanos, en esta solemnidad de la Asunción de la virgen María, pidámosle a ella que nos conceda la gracia de creer en la redención de su Hijo, y así podamos vivir desde ya este triunfo suyo y el de su Hijo Jesucristo, como lo que es, un triunfo nuestro. Y así, entremos en la alegría de descubrirnos reyes, reyes que se consagren, desde la vocación a la que son llamados, al servicio de los demás. Así sea.



[1] Cf. Juan Pablo II, Carta Apostólica “Mulieris Dignitatem” n°4
[2] Op. Cit. N°30

lunes, 1 de julio de 2013

La pecadora perdonada (homilía)

1ª Lectura: 2Sm 12,7-10.13
Sal 31, 1-2.5.7.11
2ª Lectura: Ga 2, 16.19-21
Evangelio: Lc 7, 36-8,3


Queridos hermanos:

Las lecturas de hoy nos hablan de la realidad del pecado en el hombre y de la misericordia de Dios que no nos juzga y no se cansa de perdonar. En la primera lectura, el profeta Natán cumple su función –arriesgando incluso la vida- de decirle la verdad al Rey David, que había cometido un pecado gravísimo. El Rey, por su parte, no se defiende; acepta que ha pecado y lo más importante, que ha pecado “contra Yahvé”, se da cuenta de algo que nos enseñará san Pablo: que el cuerpo es templo del Espíritu Santo (cf. 1Co 6, 12-20). Todo aquel que peca en su cuerpo se destruye a sí mismo y destruye la imagen de Dios en él. Pero, ante el reconocimiento del pecado, aparece la misericordia de Dios. El profeta Natán le dice a David: “¡También Yahvé ha perdonado tu pecado, no morirás!” (2Sm 12, 13). Es importante notar que no es Natán quien perdona, él sólo es el mensajero, sólo Dios tiene poder para perdonar los pecados. El perdón de los pecados es un don divino.
En el caso de la mujer que nos presenta el evangelio, de ella no se dice cuál era exactamente su pecado, pero queda claro que era de la misma naturaleza del de David, un pecado contra el cuerpo. Pero aquí aparece otro personaje, además de esta mujer y Jesús; aparece un fariseo, un hombre que se creía justificado por sus obras externas, apegadas a la letra de la ley mas no al espíritu. Este hombre invita a comer a Jesús sólo para comprobar algo que él ya había juzgado: que Jesús no es ningún profeta. Además de esto, hace otro juicio, la mujer, que irrumpe de pronto y se pone a los pies de Jesús, era una pecadora.
Lo curioso es que este fariseo hizo dos juicios, y estaba ciego para ver lo que él mismo era. Para entenderlo, tal vez convenga adentrarnos un poco en la mentalidad judía. Para cualquier judío es sumamente importante la hospitalidad. Para ellos, una visita en casa puede resultar incluso hasta la de un ángel de Yahvé, por lo que jamás se muestran desatentos con un forastero visitante. Precisamente el libro del Génesis (cf. Gn 18, 3ss; 19, 1ss) nos muestra como Abraham y Lot llegaron a acoger a ángeles enviados de Dios. La acogida consistía desde el saludo: “¡Shalom!” que incluía el beso santo de “la paz”, como también lo recomienda san Pablo (cf. 2Co 13, 12; Rm 16, 16; 1Co 16, 20; 1Ts 5, 26), además de traer agua para el lavado de los pies y los respectivos alimentos para que el forastero recupere las fuerzas y prosiga su camino. Este fariseo, no hizo lo mínimo que cualquier judío sin ser “fariseo” (conocedor experto de la ley y las buenas costumbres) habría hecho con cualquier desconocido; tenía un prejuicio tan marcado que no vio que había recibido no a una persona cualquiera, ni a un ángel, sino al mismo Dios hecho hombre en su propia casa.
Es entonces cuando Jesús –luego de hacerle ver al fariseo su falta de caridad- dice esta frase que a los oídos de los comensales sonó lapidaria: “Por eso te digo que quedan perdonados sus muchos pecados [de la mujer]” (Lc 7, 47). El escándalo de los comensales fue precisamente este: “¿Quién es éste que hasta perdona los pecados?” (Lc 7, 49). Como vimos en la primera lectura, sólo Dios perdona los pecados. Pero esto es precisamente lo que explica la sorprendente libertad de Jesús para decir ello, que Jesús es Dios. Él ve más allá de lo que un hombre cegado por su autosuficiencia puede ver. Y para explicar ello centrémonos en los signos: las lágrimas simbolizan las aguas del bautismo, que implican un arrepentimiento y una renuncia al pecado. Los cabellos son la gloria de la mujer, tal y como nos lo enseña también san Pablo (cf. 1Co 11, 15). Entonces esta mujer está poniendo lo único de lo que puede gloriarse a los pies de Jesús, pone todo su honor –bastante venido a menos- a los pies del Señor. Sólo así puede Dios hacer lo que va a hacer Jesús con esta mujer: una nueva creación. El perfume simboliza la oración. El sacrificio de esta mujer es el de ‘un corazón contrito y humillado’ (cf. Sal 50, 19) que sube hasta Dios como perfume de ‘calmante aroma’ (cf. Gn 8, 21; Ex 29, 18). Sí, solamente rezan los hijos, así que el fariseo –el hombre religioso natural- nunca podrá ver que ella ya no es esclava sino hija (cf. Ga 4, 7), una nueva criatura transformada por la gracia, y que Jesús la presenta al Padre ahora nuevamente virgen, santa e inmaculada (cf. Ef 5, 25ss).

Queridos hermanos, esta mujer es figura de la Iglesia, compuesta por hombres y mujeres pecadores, como ustedes y como yo, pero que si pedimos el don de la humildad, Dios nos concederá no gloriarnos más que en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, y así, sea él quien nos presente al Padre justificados e irreprensibles. Que María, llena de gracia, interceda por nosotros ante su Hijo para que se nos conceda este don tan necesario de la humildad, para reconocer nuestro pecado y ofrecérselo al Señor, como lo único que puede venir de nosotros, para que él a cambio nos otorgue su Espíritu, el único que santifica. Así sea.

lunes, 24 de junio de 2013

Catequesis para jóvenes: Jeremías

“¡No digas que eres un muchacho!” (Jr 1, 7)

Sobre la misión de los jóvenes en la Nueva Evangelización

(Extracto de la catequesis “Que nadie menosprecie tu juventud” (1Tm4, 12), adaptada para este encuentro)

I.                  Introducción

Poco antes de que empiece a escribir esta catequesis, se suicidaron tres jóvenes en mi ciudad (Lima); los tres en una misma semana. Lo preocupante es que esta situación no es de ahora solamente, ha comenzado ya hace un par de décadas. Los jóvenes se están destruyendo, se matan, se asesinan entre bandas, se drogan, se emborrachan, asesinan a sus padres, viven una promiscuidad sexual extrema, se entregan a la homosexualidad, al lesbianismo, se deprimen, etc. ¿Qué buscan los jóvenes? ¿Qué los lleva a este desenfreno? ¿Qué esperan? O mejor, ¿Esperan? ¿Sueñan? ¿Anhelan? 

No hace mucho una amiga mía, una joven italiana, me escribía en una carta: “Éste es un periodo muy oscuro para Europa en general e Italia en particular: nuestra generación está muy desorientada y asustada. La sensación que tenemos es que todo está a punto de derrumbarse al suelo para siempre y esto nos quita las ganas y la capacidad de hacer proyectos, de creer en algo, de soñar un futuro mejor que este horrible presente. Hay mucha tristeza y mucha desilusión entre la gente de mi edad; y es así que son muchos los que tratan de no pensar en esta tristeza y desilusión en todas las maneras que tú puedes imaginarte. No es fácil vivir cuando una época se acaba. Nos estamos despertando de un sueño que ha durado por siglos: el Occidente ha sido por siglos el dueño del mundo, y solamente ahora empieza a darse cuenta que lo ha destruido todo y se ha destruido a sí mismo.

Cuando leía estas líneas, en febrero de este año 2012, comencé a pensar en una catequesis para los jóvenes. Lo que dice mi amiga es verdad. Tengo un hermano de mi comunidad, sacerdote, que está estudiando allá, en Italia, y me contaba que la mayoría de los jóvenes buscan pasar el tiempo en los parques. Al día siguiente amanecen los parques llenos de botellas de cerveza, de preservativos usados, porque se pasan la noche tomando, drogándose y fornicando públicamente. En España le llaman: vivir la vida “a tope” (al máximo). Pero si nos detenemos un poco, en realidad podemos preguntarnos: ¿eso es vivir? Yo no lo creo. Eso es sobrevivir, como bien me describía mi amiga en su carta. Los jóvenes quieren llenar ese vacío que tienen con el desenfreno para olvidar, al menos un instante, lo que no pueden dejar de evidenciar: que son infelices, que están vacíos, que han llegado ‘al fondo’, ‘a tocar suelo’, a un vacío existencial profundísimo, a experimentar el sin sentido de la vida.

Según cifras de la Organización Mundial de la Salud (OMS), cada año se suicidan en el mundo cerca de un millón de personas. De hecho, después del aborto, es la primera causa de muerte violenta entre hombres y mujeres entre 15 y 34 años de edad, ya que es mayor el número de personas que mueren por su propia voluntad que aquellas muertes producidas anualmente por el conjunto de todos los homicidios y los conflictos bélicos del planeta. En los últimos veinte años, el número de jóvenes suicidados se ha duplicado. En ese lapso, en Chile, se han quitado la vida 6000 jóvenes. En mi país (Perú) casi el 80% de los estudiantes entre 12 y 17 años han pensado en algún momento en suicidarse. En el 2010, 4400 menores de 18 años lo decidieron, más de 300 lo intentaron y 80 lo consiguieron. En el 2011, lo han intentado 6000 personas, es decir, el número sigue creciendo. ¿Cuál es el motivo? Casi todos los estudios coinciden en que la principal causa es por la desintegración familiar y, en segundo lugar, por la perplejidad que lleva a la depresión ante la competitividad que exigen los nuevos criterios económicos en un mundo globalizado. También es alarmante el aumento de los casos del temido ‘bullying’, es decir, el maltrato psicológico (burla), físico y sexual, provocado por padres, maestros, familiares cercanos y últimamente más por los propios compañeros de escuela. En países europeos las cifras generalmente se quintuplican[1].

¿Hay una esperanza de que todo esto cambie? ¿Éstos jóvenes tienen salvación? ¿Sus vidas pueden cambiar dando un vuelco de 180º? Si no estuviera convencido de que sí es posible este cambio no escribiría nada de esto. Y si lo escribo es porque ha ocurrido conmigo.

¿Qué busca un joven? Nos preguntábamos líneas arriba, y creo firmemente que es lo que busca todo hombre –varón y mujer-, busca a Dios. El problema es que lo busca donde Dios no está. Dios no está en la droga, ni en el desenfreno sexual, ni en la fama, ni en el poder, ni en el éxito y la fortuna. Si Dios estuviera allí, no se suicidarían como ocurre ahora. Dios se ha hecho hombre, ésta es la Buena Noticia (Evangelio). Lo único que necesita un joven atrapado en esta ‘sociedad de muerte’ es ver a Cristo vivo, encontrarse personalmente con el Resucitado.

Hace poco comprendí que el joven más que mil  palabras lo que realmente necesita es ver un testigo.

Y todo esto lo tiene claro el Magisterio de la Iglesia: desde el mensaje a los jóvenes del Concilio Vaticano II (1965), la Carta a los jóvenes de Juan Pablo II, quien comenzó con las ya ahora célebres Jornadas Mundiales de la Juventud (JMJ), se demuestra que este interés es claro y real. Los jóvenes anhelan ver a Jesucristo, que es el Emmanuel (Dios con nosotros) y si esto está claro a nivel del Magisterio, es penoso reconocer que esta realidad no llega al nivel de las diócesis y de las parroquias. La pastoral juvenil se ha reducido a tratar al joven como a un superficial al que sólo hay que mantener “entretenido” para que no se vaya, y esto con cantos ‘cristianos’ adaptados de melodías y letras paganas, con dinámicas y juegos, pero con poca o a veces nula predicación, sin el anuncio de la Verdad que es Jesucristo (Cf. Jn 14, 6). El resultado: abandono casi total de los jóvenes luego de la Confirmación.

En las misas sólo están quedando los ancianos. Y todo porque al joven no le estamos mostrando a Jesucristo, no le estamos ayudando a que descubra quién es él, a que vea su historia iluminada a la luz de la Palabra, a que se reconcilie con esa historia, y así se curen las heridas profundas que le hayan marcado y que permitió Dios para atraerlo hacia Él cuando busque respuestas.

Hace tres años, en una parroquia, una jovencita de 17 años se me acercó mientras yo oraba delante del sagrario, y me dijo: “Mi padre me viola desde que yo tenía seis años. Se lo dije recién a mi madre y lo ha botado de la casa, pero ahora está peleada conmigo porque me echa la culpa”. ¿Cómo se le puede decir a esta chica que Dios le ama en medio de esa historia? ¿Cómo se le puede ayudar a ver que su historia está bien hecha? ¿Cómo mostrarle a Dios como un Padre bueno si al escuchar la palabra ‘padre’ recordaría al suyo que la ha violado? ¿Con bailecitos? ¿Con dinámicas reggetoneras? ¿Con jueguitos infantiles? No lo creo. A esta joven lo único que le hubiera ayudado es el kerigma de Jesucristo, el anuncio de Cristo muerto y resucitado por ella, por su padre, por mí, por todos. Dios se hizo hombre para destruir la muerte y el pecado, sufriendo y muriendo antes que nosotros para que nuestro sufrimiento tenga sentido, y así resucitemos también con Él a una vida nueva. Pero esto sólo se puede entender desde la fe, fe que comenzamos a tener precisamente a partir de este anuncio.

Para ello, para enviar a su Hijo al mundo, quiso prepararse un pueblo, Israel, germen de la Iglesia y figura de todos nosotros. Y quiso hacer con este pueblo una historia de salvación, que es ‘mi’ historia de salvación, que es ‘tu’ historia de salvación; y de esto, de mostrar que Dios no trató a los jóvenes de su pueblo como a unos infantiles superficiales, trata esta catequesis.

II.               Vocación del joven Jeremías

Para iluminar a la luz de la palabra de Dios la última idea de la parte introductoria, creo que es oportuno usar el ejemplo de la vocación del joven Jeremías. Para ello conviene citar textualmente lo que nos dice la Escritura acerca del diálogo vocacional entre Dios y este joven profeta:

“Me dirigió Yahvé la palabra en estos términos:
antes de haberte formado yo en el vientre, te conocía;
antes que nacieses, te había consagrado yo profeta;
te tenía destinado a las naciones.
Yo respondí: ‘¡Ah, Señor Yahvé! Mira que no sé expresarme,
que soy un muchacho.’ Pero Yahvé me dijo:
No digas que eres un muchacho, pues irás donde yo
te envíe y dirás todo lo que te mande. No les tengas
miedo, que contigo estoy para salvarte –oráculo de Yahvé-.
Entonces alargó Yahvé su mano y tocó mi boca. Después me
dijo Yahvé:
Voy a poner mis palabras en tu boca. Desde hoy mismo te doy
autoridad sobre las gentes y sobre los reinos para extirpar y arra-
sar, para destruir y derrocar, para reconstruir y plantar.” (Jr 1, 4-11)[2]


“Antes de haberte formado yo en el vientre, te conocía”

Antes que nada, esta palabra nos pone de cara frente a la vida como un don de Dios. La vida no es un derecho sino un don. Tú, joven, estás en este mundo porque Dios te ha querido desde antes que el mundo fuera. Te pensó Dios desde antes de la creación del universo. No eres un producto del azar, de la casualidad, como la sociedad contemporánea, agnóstica y atea, te quieren hacer creer.

Ciertamente este pensamiento no es reciente. Es el resultado de una corriente racionalista que empezó desde el s. XVII. Es verdad que este siglo no se inició ateo con Descartes, pero desembocó en ello con los llamados ‘maestros de la sospecha’ (Freud, Nietzsche, Sartre). En el s. XIX, Karl Marx también le dijo al hombre que no debía ya preguntarse ni sobre su origen ni sobre su procedencia. Estas son preguntas sin sentido. La verdad del Dios creador también fue cuestionada por el evolucionismo aunque éste nunca dio respuestas respecto al origen de todo; se contentó con decir que descendemos del mono.

Un científico de alto rango –como le llama Ratzinger- y enemigo de la creación, fue Jaques Monod. El afirma dos cosas: la primera, que no hay una fórmula de la que todo se deduzca necesariamente. En el mundo no hay sólo necesidad, sino casualidad. Como cristianos, dice Ratzinger, estamos llamados a profundizar más, para darnos cuenta de que además de eso en el mundo hay “libertad”. Pero volvamos a Monod. Hay dos realidades, dice él, que no deberían existir. Una de ellas es la vida; la otra, es ese misterioso ser llamado hombre. Ambos -dice Monod- tienen un grado de improbabilidad tan alto que no ‘deberían’ existir, debieron aparecer solamente una vez, somos una ‘casualidad’. Según él nos hemos sacado ‘el gordo (premio mayor) de la lotería’.

Con respecto a lo anterior nos comentaba el entonces cardenal Ratzinger:

Con su estético lenguaje, [Monod] expresa de otra manera lo que la fe de los siglos había denominado ‘contingencia’ y que se había convertido en oración para la fe: No tengo por qué existir, pero existo, y tú, oh Dios, me has querido. Ahora pone Monod el azar en el lugar de Dios: la lotería que es la que nos ha hecho surgir. Si las cosas fueran así, sería muy cuestionable si nos está permitido afirmar que esto es un golpe de suerte. Un taxista me advirtió, hace poco […] que cada vez hay más gente joven que dice: A mí nadie me ha pedido si quiero nacer. Y un maestro me dijo que quería mover a un niño al agradecimiento a sus padres indicándole: ‘tú les debes la vida’. A lo que el niño contestó: ‘Yo no tengo que agradecerles nada’. No pensaba que  ser hombre era un premio de lotería. Y si en realidad es la ciega casualidad la que nos ha arrojado al mar de la nada, habrá razón suficiente para afirmar más bien que se trata de una desgracia. Sólo si sabemos que hay Alguien ahí que no ha jugado a ciegas a la lotería, que nosotros no somos producto de la casualidad, sino de la libertad y del amor, podremos decir nosotros, que somos los no-necesarios, que ser hombre es un regalo[3]

Nada más absurdo e irracional que el azar como explicación de la existencia. Para muchos pensadores serios, el azar es una de las palabras más irracionales que existe. El Papa Benedicto XVI comenta ahora respecto a la idea anterior:

La memoria de este Padre [Dios] ilumina la identidad más profunda de los hombres: de dónde venimos, quiénes somos y cuán grande es nuestra dignidad. Venimos ciertamente de nuestros padres y somos su hijos, pero también venimos de Dios, que nos ha creado a su imagen y nos ha llamado a ser sus hijos. Por eso, en el origen de todo ser humano no existe el azar o la casualidad, sino un proyecto del amor de Dios. Es lo que nos ha revelado Jesucristo, verdadero Hijo de Dios y hombre perfecto. Él conocía de quién venía y de quién venimos todos: del amor de su Padre y Padre nuestro[4]

Los jóvenes se enfrentan hoy en día a situaciones que generaciones anteriores y yo no tuvimos que afrontar: familias destruidas o más aún, familias no constituidas sobre la base del amor y consagrada a través del santo matrimonio, padres  separados, padres convivientes, “familias alargadas”, incestos, hijos de violaciones, hijos adoptados por parejas homosexuales, hijos de relaciones furtivas y pasajeras, de “encuentros de una noche”, etc. Todos estos acontecimientos pueden hacer pensar a un joven, y con justa razón, que su vida es un absurdo, que él nunca debió existir, que tal vez lo mejor sea olvidarse de estas desgracias huyendo de casa, no pensando en ellas, emborrachándose, en el internet, viendo pornografía, o mintiendo en el chat, en las pandillas destruyendo todo para liberar toda la ira contra la injusticia de la historia mal hecha, en el sexo, en la droga, etc. O tal vez, mejor aún, lo mejor sea suicidarse y acabar  de una vez por todas con esta absurda vida sin sentido. Esta es la voz del demonio: un personaje que te odia con todo su ser. Un personaje real, y que su mayor éxito hoy en día consiste en haberle hecho creer a la humanidad que él no existe. Sí, es el demonio el autor de los hogares destruidos, de las violaciones, del odio, del crimen, del aborto, de la eutanasia, etc. El es el autor del mal en el mundo. Es él quien le quiere hacer creer al joven que todo lo que le pasa es culpa de Dios, que su historia está mal hecha por Dios para ponerlo en contra de su creador. Esto lo hizo también con Adán y Eva, esto lo ha hecho siempre porque es el padre de la mentira y mentiroso desde el principio. (Cf. Jn 8, 44).

Nunca como hoy son tan actuales las palabras que el libro de la Sabiduría pone en boca de los impíos, es decir, de los que odian a Dios:

Corta y triste es nuestra vida; la muerte del hombre no tiene remedio y de nadie consta que haya vuelto de la tumba. Nacimos por azar y pasaremos como si no hubiéramos existido. El soplo de nuestro aliento es humo y el pensamiento, una chispa del latido de nuestro corazón(Sb 2, 1-3).

Nada más elocuente para expresar la desesperanza y el vacío existencial que experimentan los jóvenes hoy en día producto del pensamiento racionalista que ha desembocado en el agnosticismo y el ateísmo. Pero es el mismo libro bíblico quien nos ilumina con la luz de la verdad de Dios:

 “Así piensan, pero se equivocan, pues los ofusca su maldad. No conocen los secretos de Dios, ni esperan recompensa para la virtud, ni valoran el premio de una vida intachable. Porque Dios creó al hombre para la inmortalidad y lo hizo a imagen de su mismo ser; pero la muerte entró en el mundo por envidia del diablo, y la experimentan sus secuaces.(Sb 2, 21-24)

Por eso, es verdad lo que dice el Papa: lo que existe en el origen de todo hombre es un diseño de amor de Dios. Claro, todo joven puede decir: “Pero, ¿cómo va a ser un diseño de amor una historia tan desastrosa como la mía?”. Sí, es un diseño de amor, pero sólo se puede ver la belleza de este diseño y su perfección con los ojos de la fe y a la luz de la Palabra de Dios. Por eso es importante el encuentro con la Verdad que es Jesucristo, por eso es un don conocer la Iglesia, pero de esto hablaremos más adelante.

Volviendo a la vocación de Jeremías, Dios le dice al joven Jeremías algo muy importante y cierto: quien te formó en el vientre fui yo. Yo soy tu hacedor, tu creador, el que te constituyó. Al leer esta palabra se me viene al corazón la historia de los macabeos, la historia del martirio de una madre y de sus siete jóvenes hijos. Una madre ve asesinar delante de ella a sus siete hijos y finalmente la matan a ella. Y todo porque se negaban a comer carne de cerdo –prohibida por la ley de sus padres, por la ley de Moisés- por orden del malvado rey Antíoco, quien hizo preparar una gran sartén con aceite hirviendo para matarlos, torturándolos previamente de la manera más espantosa. Ya para esto habían asesinado –por el mismo motivo- a un anciano, Eleazar, de quien el mismo libro dice que su muerte dejó, no sólo a los jóvenes, sino a la gran mayoría de la nación un ejemplo de nobleza y recuerdo de virtud. (Cf 2M 6, 18ss). Pues bien, esta madre, cuando ya habían asesinado a cinco de sus hijos y antes de que hagan lo mismo con los dos últimos, para animarlos les dijo a éstos algo sorprendente:

Yo no sé cómo aparecisteis en mis entrañas, ni fui yo quien os regaló el espíritu y la vida, ni tampoco organicé yo los elementos de cada uno. Pues así el Creador del mundo, el que modeló al hombre en su nacimiento y proyectó el origen de todas las cosas, os devolverá el espíritu y la vida con misericordia, porque ahora no miráis por vosotros mismos por amor a sus leyes.” (2M 7, 22).

 Lo que le dice esta madre a sus hijos es algo impresionante y hace referencia a lo que canta el salmista:

Señor, tú me sondeas y me conoces […]. Porque tú has formado mi cuerpo, me has tejido en el vientre de mi madre; te doy gracias por tantas maravillas: prodigio soy, prodigios tus obras. Mi aliento conocías cabalmente, mis huesos no se te ocultaban, cuando era formado en lo secreto, tejido en las honduras de la tierra. Mi embrión veían tus ojos: en tu libro están inscritos los días que me has fijado, sin que aún exista el primero(Sal 138, 1.13-16).

Cuando un hebreo habla de los huesos lo hace para referirse a la parte más profunda de su ser, su alma, su esencia, su propia interioridad. Eso es lo que Dios puede ver desde que nos está formando en el seno materno.

Estos siete jóvenes macabeos fueron asesinados junto a su madre por amor a la ley de Dios transmitida por sus padres. Este es el valor de la transmisión de la fe. Ellos tenían puesta la mirada en la vida eterna.

Es por ello que cuando un joven tiene fe, cuando un joven cree en la vida eterna, aunque tenga que morir en una sartén hirviendo, aunque haya venido al mundo sin el amor de sus padres, aunque haya sido producto de una violación, verá siempre el diseño de su historia como un diseño de amor, siempre bien hecho, porque antes que todo esto sucediese Dios ya lo conocía y porque estos acontecimientos dolorosos momentáneamente, le sirvieron para gozar de la dicha de encontrarse con Dios aquí en este mundo, y este encuentro con Dios le sirvió para sanar todas esas heridas y vivir reconciliado con su historia, agradecido y feliz porque ningún sufrimiento se compara con la dicha de conocer a Dios; y después de la muerte, verlo cara a cara y vivir con Él para siempre. Pero la salvación no debe entenderse como un premio a los muchos sufrimientos que uno haya tenido en la tierra. La salvación comienza aquí cuando uno cree en el Dios único, y sólo se puede afirmar esto cuando uno ha pasado por una experiencia fuerte de fe, que implica, generalmente, una experiencia de fracaso total, de esclavitud, de ‘vacío existencial’ en el cual caímos sólo nosotros por nuestro libre albedrío y de donde sólo nos ha sacado Dios.

De esta manera aunque nuestra historia nos parezca adversa, tiene un final donde la victoria es del Señor, porque detrás de los acontecimientos está Dios y Él nos hará justicia. Esto lo explica muy bien Benedicto XVI:

“…el horror no tiene la última palabra: los días serán abreviados y los elegidos salvadosDios deja una medida grande –supergrande según nuestra impresión- de libertad al mal y a los malos; pero, no obstante, la historia no se le va de las manos.”[5]




“Antes que nacieses, te había consagrado yo profeta”

Esta es una de las palabras que en un instante pueden llenar de sentido la vida de cualquier persona. Qué mejor, en el caso de un joven, a temprana edad. Porque conviene saber que venimos a este mundo como parte de un diseño de amor, como se vio en el punto anterior. Venimos ya  “consagrados”, es decir, “separados” para Dios. No decidimos nacer, sino que es Alguien quien decidió darnos la vida. No venimos a este mundo para la individualidad, sino para vivir-para los otros, y sobretodo ‘para’ Dios. Es por eso que mientras todo joven no se encuentre con Dios, con esta Verdad que le manifieste su destino, siempre vivirá insatisfecho, i-realizado, in-saciado, porque buscará la felicidad, o sea a Dios, donde éste no está. Como dice san Agustín: “Nos hiciste Señor para ti, y nuestro corazón estará inquieto hasta que no descanse en ti” (Confesiones, I, 1,1).

Vivir para Dios significa que Él tiene un plan para cada uno y no hay mayor alegría para una persona que descubrir cuál es ese plan de Dios, porque realizar ese plan garantiza la felicidad en este vida y la salvación para una felicidad inimaginable después de la muerte, en la resurrección, en el cielo. Y el cielo puede comenzar aquí en la tierra si cada uno vive libremente dentro de la voluntad de Dios, dentro de este diseño estupendo. Todo esto es posible gracias a Jesucristo –ya que es imposible vivir dentro de la voluntad de Dios sin la gracia de Cristo- por quien ahora pertenecemos a Dios. Ya lo dice san Pablo:
Porque ninguno de nosotros vive para sí mismo; como tampoco muere para sí mismo. Si vivimos, para el Señor vivimos; y si morimos, para el Señor morimos. Así que, ya vivamos, ya muramos, del Señor somos. Porque Cristo murió y volvió a la vida para eso, para ser Señor de muertos y vivos.” (Rm 14, 7). Esto es lo que da el sentido a todo, la muerte y resurrección de Jesucristo.
¿Cuándo podré entrar en el plan de Dios? Cuando, ayudado por la gracia (Espíritu Santo) de Cristo, muera (renuncie) a mis propios planes, fiado en que Dios tiene planes infinitamente mejores para mí que los míos: “porque mis pensamientos no son vuestros pensamientos, ni vuestros proyectos son mis proyectos –oráculo del Señor-. Pues cuanto se elevan los cielos sobre la tierra, del mismo modo se elevan mis proyectos sobre los vuestros y mis pensamientos sobre los vuestros.” (Is 55, 8s).

De aquí que hoy en día sea tan propicio para un joven ponerse de cara a Dios y preguntarle con confianza, como un hijo con su padre -Jeremías es el primero en hablar de Dios como un padre (Cf. Jr 31, 9.19s)-, cuál es ese plan para él ya escrito, en el cual está garantizada su plena dicha, porque Dios quiere con todo su ser decírselo pero no puede hacerlo violentando su libertad. Como dice el santo que ha inspirado mi vocación: “Quien te ha hecho sabe también lo que quiere hacer contigo”.[6]


“Mira que no sé hablar, que soy un muchacho”

Lo primero que surge en nosotros ante la llamada de Dios es el miedo ante tamaña misión. “¿Por qué yo?”,  “Pero si hay otros mejores”, “Yo no puedo, no podré, definitivamente”. Esto es una reacción normal. También es cierta. Somos verdaderamente indignos e incapaces. El ser humano es radicalmente incapaz de ser bueno sin la ayuda de Dios. Ante Dios somos seres totalmente indignos. Y justamente allí radica la gratuidad de la elección. Dios quiere manifestar su gloria precisamente llamando a lo que no sirve para que sirva, como dice san Pablo:

“¡Mirad, hermanos, quiénes habéis sido llamados! No hay muchos sabios según la carne ni muchos poderosos ni muchos de la nobleza. Ha escogido Dios más bien a los locos del mundo para confundir a los sabios. Y ha escogido Dios a los débiles del mundo, para confundir a los fuertes. Lo plebeyo y despreciable del mundo ha escogido Dios; lo que no es, para reducir a la nada lo que es. Para que ningún mortal se gloríe en la presencia de Dios. De él os viene que estéis en Cristo Jesús, al cual hizo Dios para nosotros sabiduría de Dios, justicia, santificación y redención, a fin de que como dice la Escritura: El que se gloría, gloríese en el Señor” (1Co 1, 26-31).

Jeremías tuvo el mismo miedo de Moisés, de quien se dice que era tartamudo, y también pone la misma excusa que él: que no sabía hablar (Cf. Ex 4, 10). Pero la misión del profeta no depende de sus virtudes ni de sus cualidades, tampoco depende de sus defectos. La misión depende exclusivamente de Dios, es obra de Dios.



“No digas que eres un muchacho”

Jeremías pone como pretexto su juventud. Según los exegetas, Jeremías tendría unos catorce años cuando Dios lo llama. Dios ante esta respuesta de Jeremías responde: “¡No digas que eres un muchacho!”. Y luego ‘toca la boca’ de Jeremías. Esta es la “ayuda de Dios”. Este ‘tocar la boca’ es una experiencia muy profunda e íntima. Primero, subraya que lo principal de la figura del profeta es la predicación, la palabra. Él encarnará la palabra de Dios en su pueblo. Por su palabra muchos se salvarán porque la fe viene por la predicación. En segundo lugar –no menos importante-, ‘tocar la boca’ es la experiencia de sentirse profundamente amado por Dios en medio de la propia indignidad. Es sentirnos amados en medio de nuestros pecados, de nuestra debilidad, de nuestra vergonzosa vida íntima. Ahí, y sólo ahí, donde nadie nos conoce, Dios ha llegado. Él ha llegado a lo más profundo de nuestro ser, ha descendido a nuestro ‘infierno’. La eternidad entró en el tiempo. El infinito y lo ínfimo se han encontrado. La totalidad y la nada se han besado. El Amor y el pecado del hombre se han ‘tocado’, y así este último quedó redimido. Todo hombre necesita este continuo encuentro regenerativo con Dios. Nadie que no haya vivido esta experiencia puede decir que verdaderamente se conoce a sí mismo y menos, que conoce a Dios.

Este “tocar” de Dios, por tanto, no es una mera “purificación” externa o ritual como puede malentenderse la experiencia que vivió también Isaías (Cf. Is 6, 6s). Un elegido de Dios no tiene que ser un “impecable” (sin pecado, o que no comete pecados), un puritano. Un elegido de Dios es alguien que le deja hacer la obra a Dios contando con sus propias debilidades, con su propia pobreza, con su propia miseria. Dios no quiere que Jeremías diga que es un muchacho –es decir, alguien incapaz- no porque no lo sea, claro que Jeremías era un muchacho e incapaz, el punto no era ese, el punto es lo que sigue diciendo Dios: “contigo estoy Yo para salvarte”. Dios se compromete personalmente con la misión de Jeremías, con la misión de su muchacho, su elegido. Esa es la garantía por la que no hay que temer: “¡No les tengas miedo!”, aunque humanamente nos espere también el fracaso, porque “si Dios está por nosotros, quién contra nosotros” (Cf. Rm 8, 31)



Desde hoy mismo te doy autoridad sobre las gentes”

Nuestro Dios es el Dios del hoy. Dios no llama hoy a un joven para decirle su misión dentro de algunos años. No, Dios no es así. Ya lo decía san Ambrosio de Milán: “Toda edad es madura para Jesucristo”.[7] Dios le da autoridad a Jeremías “desde hoy mismo”. A diferencia del mundo que promete una felicidad ilusoria, siempre ‘para mañana’, ‘para cuando termine el colegio’, ‘para cuando ingrese a la universidad’, ‘para cuando me gradúe’, ‘para cuando me aumenten el sueldo’, ‘para cuando me jubile’, etc., Dios nos trae la vida hoy mismo.

Hoy estarás conmigo en el paraíso” (Lc 23, 43), le dice Jesús a alguien que toda su vida había delinquido, tan sólo porque vio en él un “corazón contrito y humillado” (Cf. Sal 50, 19). “Hoy ha llegado la salvación a esta casa, porque también éste es hijo de Abraham” (Lc 19, 9), esto lo dice Jesús de Zaqueo, después de oír su decisión de querer enmendar su vida. Zaqueo era un publicano, lo que hoy sería un traidor a la patria, que como todo publicano, gastaba su riqueza ilícita en grandes festines, banquetes, donde acudían toda clase de pecadores. De éste, dice Jesús un gran halago, halago que no se lo dijo a ningún levita, ni fariseo. El mayor orgullo para un hebreo era su linaje, la raza, recordar que era estirpe de Abraham. Ningún estado del hombre, por más despreciable que sea, es incompatible con la salvación. Jesús no da por perdido a nadie “porque el Hijo del hombre ha venido a buscar lo que estaba perdido” (Lc 19, 10).Sí, un joven podrá ser el pecador más empedernido, podrá estar refundido en la droga, el sexo desordenado o el vandalismo, Jesús siempre hablará bien de él. Eso significa ‘bendecir’ (decir bien). Así es querido joven, ¡créetelo! Hoy Jesucristo a su Padre le habla bien de ti. Dios no da a nadie por perdido jamás.

Con esta autoridad que Dios le da “hoy” a Jeremías, éste comienza su ministerio profético, aproximadamente con tan sólo veinte años. A Jeremías le tocó vivir en la época prácticamente más dura de Israel. El pueblo estaba sumido en la idolatría, en el culto falso y externo a Dios (el de los sacrificios en el Templo de Jerusalén). Los mismos reyes de Israel habían llevado al pueblo a la idolatría. Este pueblo es figura de nosotros mismos. Israel, como nosotros, halaga a Dios con la lengua pero su corazón está lejos de Él. (Cf. Is29, 13).Ya decía Jeremías que no hay nada más falso y enfermo que el corazón del hombre (Cf. Jr 17, 9), que este corazón no tiene arreglo, lo único que queda es reemplazarlo por otro. Esta es la buena noticia. Dios puede cambiar el corazón del hombre por uno nuevo, uno que ame a Dios y al prójimo, como ya lo anunciaba otro joven profeta, Ezequiel (Cf. Ez 36, 26). Esta es la gran novedad anunciada también por Jeremías: el hombre tendrá capacidad de amar a Dios (Cf. Jr 31, 22), y si tiene capacidad de amar a Dios, podrá amar al otro, incluso al enemigo.

Volviendo a la historia de Israel en tiempo de Jeremías, Dios corrige a su pueblo permitiendo que éste fuera saqueado por los babilonios. Dios, para ayudar a que su pueblo se convierta y deje de realizar ritos religiosos externos, permite que su Templo fuera destruido. Muchos fueron deportados a Babilonia, exiliados. Jeremías tuvo la dura misión de anunciar todas estas cosas antes que sucediesen y por todo ello tuvo que sufrir persecuciones, maltratos y cárceles. Pero Dios cumplió su palabra, todo lo que anunció Jeremías se cumplió. Pero nunca la palabra de Dios termina con la desgracia. El profeta siempre es un hombre de esperanza porque es la encarnación de Dios en su pueblo. El profeta encarna la misericordia de Dios. Jeremías es el único profeta que habla de una “Nueva Alianza” en la que Dios escribirá su Ley en el interior del hombre, en su corazón. Jeremías anuncia la gratuidad del amor de Dios, la conversión la realizará Dios mismo, y todo hombre, desde el más pequeño al más grande “conocerá a Dios” (Cf. Jr 31, 34).

Este “conocer” a Dios no es un conocimiento “intelectual”, sino es tener “intimidad” con Dios, conocer su esencia; y su esencia es la misericordia. El hombre conocerá íntimamente a Dios y lo hará experimentando su misericordia, su paz, su perdón, su amor. Esta nueva alianza será sellada con la sangre de Jesucristo, el cordero de Dios que quita el pecado del mundo.

Todo el sufrimiento de Jeremías valió la pena porque el profeta encarna el corazón de Dios: Dios es el que sufre por su pueblo. Ninguna religión en el mundo admite que Dios pueda sufrir porque si sufre ya no sería Dios. Por eso que la “pasión de Cristo” es algo escandaloso. Pero el padecimiento de Dios tiene que ver con el amor. El padecimiento del hombre, en cambio, es por el pecado que lo esclaviza. El profeta es la personificación del ‘pathos’ de Dios, de este padecer hasta ver salvado a un hijo suyo. Es Dios el que se compadece (padece con) del hombre, lo ama y se ha dejado hacer la injusticia de la cruz por él, por salvarlo. En Jesús se cumple todo esto. Él ha redimido por amor al hombre dando su propia vida. Por eso es que hay más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierte que por noventa y nueve justos que no tienen necesidad de conversión (Cf. Lc 15, 7).

Jeremías “de fracaso en fracaso se mantuvo fiel a su misión de transmitir la palabra de Dios. Hasta el final (Cf. Jr 43, 2) sufrió la experiencia del rechazo de esta palabra por parte de sus oyentes. La fidelidad de Jeremías es la encarnación de la fidelidad de Dios en el mundo. En la persona de Jeremías, Dios se reviste de la ‘forma de hombre’ y anuncia la venida de Otro profeta más grande que todos los demás profetas, el cual mantendrá su fidelidad a la palabra hasta la muerte en la cruz (Cf. Flp 2, 8). Jeremías es figura de Jesucristo, [el Siervo sufriente]. Su persona y su palabra anuncian que la victoria germina de la derrota, que de la muerte nace la vida; a través de los dolores de parto germina la nueva vida; con su muerte el grano de trigo da fruto[8]





III.           Epílogo

Toda la historia que hemos contemplado a la luz de la vocación del profeta Jeremías, Dios la puede hacer con todo joven, con un muchacho que según él –y seguramente con razón- no es capaz de nada. Y Dios lo hará para que brille su gloria y no la nuestra.

Babilonia es figura de este mundo que niega a Dios, que vive de espaldas a Él, que cree en otros dioses como el dinero, el poder, el placer, la fama, etc. Y muchos bautizados se han ido tras estos dioses. No se dan cuenta de que están exiliados en este gélido mundo. No se dan cuenta de que el ‘templo’ de su cuerpo está profanado y destruido con todo lo que mencionamos en la parte introductoria. Por eso, nunca como hoy el hombre necesita nuevos profetas que le anuncien la esperanza de la vuelta de Babilonia a Jerusalén que es figura de la Iglesia, de la vuelta a la comunión con Dios. Esta vuelta es posible para todos sin excepción.

En la Nueva Evangelización, hoy más que nunca, Dios se inclina a la tierra para escuchar el clamor de todo hombre, el clamor de los jóvenes que le gritan pidiendo amor, clamando salvación ante una vida sin sentido. Y entonces habrán nuevos Jeremías que escuchen y respondan a la voz de su llamada, diciendo: “Sí, Señor, sí quiero ser feliz, sí quiero ser santo”. Y Dios comenzará a hacerlo santo, es decir, a hacerlo feliz, “desde hoy mismo”. Todo joven, con Dios de su lado, podrá entonces “destruir y derrocar” el mal en el mundo, que es el odio y el pecado; y “construir y plantar” un mundo nuevo. Con su predicación podrá reconstruir nuevos templos del Espíritu Santo, reconstruir al destruido hombre pos moderno, para hacerlo un hombre nuevo y así edificar, como decía san Agustín, la ciudad de Dios.

Pidamos a nuestra santa Madre, la virgen María, quien también es la “pequeña” María, la humilde provinciana ‘de Nazaret’, de donde no podía salir nada bueno (Cf. Jn 1, 46), que Dios haga con nosotros lo mismo que hizo con ella, que ponga sus ojos en nuestra pequeñez, que vea nuestra humillación, y que así haga proezas con su brazo (Cf. Lc 1, 48s), y cantemos finalmente junto con el salmista: “El Señor ha hecho grandes cosas por nosotros y estamos…alegres” (Sal 125, 3).


Gustavo Arriola Guzmán
Generación Juan Pablo II, comunidad para la Nueva Evangelización
Movimiento de retiros parroquiales Juan XXIII
Diócesis de Carabayllo, 20 de julio de 2012



[1] Ver artículos publicados por: Nelly Luna Amancio, El Comercio, 23/01/11, Lima; “Jóvenes suicidas” de El Universal on Line; México; “Epidemiología del suicidio en la adolescencia y juventud” por la Dra. María Inés Romero, de la Medicina U.C., Chile; “Los suicidios en el país” cifras del Centro de prevención de suicidios del Instituto de Salud Mental Honorio Delgado, publicado en El Comercio, 11/06/12, p. A12, Perú; etc.
[2]Versión de la Biblia de Jerusalén, (DDB), Bilbao, 1998
[3] Cf. Joseph Ratzinger, “’En el principio creó Dios’, consecuencias de la fe en la creación”, (Johannes Verlag), p72
[4]Benedicto XVI, 9 de julio de 2006, citado por Youcat, versión en español, p. 35
[5]Cf. Joseph Ratzinger, BENEDICTO XVI, “Jesús de Nazaret, 2a parte”, (Encuentro), Madrid, 2011, p.45
[6]San Agustín, citado por ‘Youcat’, versión en español, p 40
[7] San Ambrosio, “De Virginitate”, 40.
[8]Emiliano Jiménez H., “Las confesiones de Jeremías”, (Grafite), p. 559