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Consumismo, medida del
sinsentido de la vida
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La experiencia de Viktor
Emil Frankl
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El encuentro con
Jesucristo: el comienzo
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Lo único que da sentido
a la vida: amar
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“Para que no vivamos ya
para sí”
Actualmente
vivimos en una sociedad marcadamente consumista y hedonista, es decir, que
solamente se mueve por lo que le place y no por lo verdadero; es una sociedad
relativista donde la verdad no existe, donde sólo existe lo útil, lo práctico,
lo legal. Paradójicamente es una sociedad que experimenta un profundo vacío
existencial, medida de ello es el alto índice de suicidios. Curiosamente los
países más prósperos como Dinamarca, Canadá, E.E.U.U., Islandia, Irlanda y
Suiza, registran las tasas más altas de suicidios en el mundo. Estos países no
sólo son los más prósperos sino donde se exalta una “libertad” que moralmente
lo que es en el fondo es un libertinaje en todo sentido. La pregunta sería ¿Por qué entonces se suicidan? Si la
felicidad no está en el poder o en vivir haciendo lo que a uno le place,
entonces ¿dónde está? ¿Dónde está el sentido de la vida?
Una
ayuda interesante a la pregunta anterior nos la daría el doctor Viktor Frankl. Nació
en Viena en una familia de origen judío. Estudió medicina en la Universidad de
Viena y se especializó en neurología y psiquiatría. Desde 1940 hasta 1942 dirigió el departamento
de neurología del Hospital Rothschild (único hospital de Viena donde eran
admitidos judíos en aquellos momentos de la 2da Guerra Mundial). En otoño de
1942, junto a su esposa y a sus padres, fue deportado al campo de concentración
de Theresienstadt. En 1944 fue trasladado a Auschwitz y posteriormente a
Kaufering y Türkheim, dos campos de concentración dependientes del de Dachau.
Fue liberado el 27 de abril de 1945 por el ejército norteamericano. Viktor
Frankl sobrevivió al Holocausto, pero tanto su esposa como sus padres
fallecieron en los campos de concentración.
Prisionero
durante mucho tiempo en los desalmados campos de concentración, él mismo sintió
en su propio ser lo que significaba una existencia desnuda. Tenía que dormir en
una barraca donde las camas eran de madera y en un espacio de una plaza debían
dormir nueve personas; trabajaban todo el día en la nieve, casi sin zapatos; la
única ración diaria era una sopa aguada con un trozo de pan. ¿Cómo pudo él que
todo lo había perdido, que había visto destruir todo lo que valía la pena, que
padeció hambre, frío, brutalidades sin fin, que tantas veces estuvo a punto del
exterminio, cómo pudo aceptar que la vida fuera digna de vivirla? El observó
que bajo estas condiciones había personas que renunciaban a su ración de
alimento para dársela a otros, que iban de barraca en barraca animando a los
más desanimados, a los que ya no querían seguir viviendo. ¿Qué les motivaba?
¿De dónde provenía su fuerza? Descubrió que lo que a ellos les movía era el
amor de un familiar que no sabían dónde estaba y tenían la esperanza de
volverlos a ver. Algunos de ellos eran cristianos. Viktor descubrió entonces
que el sentido de la vida es de carácter espiritual y escribió un libro
llamado: “El hombre en busca de sentido”.
El
ser humano sólo encuentra sentido a su vida cuando se relaciona en el espíritu
y este espíritu se lo ha dado Dios, no viene de él porque sólo Dios es Espíritu
que da vida. Y Dios se ha hecho hombre (Cf. Jn 1, 14), desde allí, todo lo
humano habla de Dios. El hombre no ha venido a este mundo para otra cosa que no
sea encontrarse con Dios, encontrarse con Cristo. La pregunta sería ahora: ¿Y
dónde está Cristo? Cristo vive en su Iglesia porque ésta fue su promesa: “Y he aquí que yo estoy con ustedes todos los días hasta el fin del
mundo” (Mt 28, 20). Y la Iglesia se hace signo visible en la comunidad
cristiana, comunidad de hermanos unidos en el amor y por el amor de Cristo.
Lo
único que da sentido a la vida del hombre, por tanto, es amar, y nadie ama si
no es antes de alguna manera “resucitado” por Jesucristo, rescatado del vivir
para sí mismo, del egoísmo, para que viva ahora para aquel que lo rescató, como
dice san Pablo: “Porque el amor de Cristo
nos apremia al pensar que, si uno murió por todos, todos por tanto murieron. Y
murió por todos, para que ya no vivan para sí los que viven, sino para aquel que
murió y resucitó por ellos” (2 Co 5, 14s). Y si uno vive para Cristo, puede
vivir para los demás porque en el otro, en el prójimo, incluso en el enemigo,
está Cristo. Si el consumismo es la medida de la infelicidad del hombre pos
moderno, para un cristiano la felicidad está en Cristo (Cf. Flp 1, 21) que se
deja “tocar” (Cf. Jn 21, 27) en la comunidad cristiana y para un cristiano no
hay mayor fuente de alegría ni mayor motivo para dar gracias a Dios que tenerla.
Realmente este mundo global, neoliberal, consumista y exageradamente comunicado, debería estar mejor pero, muy por el contrario, se han abierto ventanas de soledad al exigirnos una supuesta perfección. En el caso femenino es más que obvio. La delgadez, la exposición del cuerpo, la libertad sexual y el derecho a “decidir”, o sea, estamos invadidas por ideas poco sanas y que al quererlas alcanzar nos aíslan más, nos arrastran al egoísmo y sumergen a un individualismo extremo. La familia se ha convertido en un grupo social que sólo comparte el apellido. Los lazos se están perdiendo y sólo aquellos que buscan en un grito desesperado huir de la soledad es cuando volvemos la mirada a Cristo, ser que mitiga cada uno de nuestros pesares, nuestros miedos. El claro ejemplo de la familia judía nos demuestra que el amor es la esencia de la humanidad que lo tiene todo sin necesidad de nada. Es como una mujer abandonada que conoce el verdadero amor en el abrazo de su hijo, ¿qué más puede desear? Pues ¡nada más! Sólo el calor de su proyección que es su propio hijo, sangre de su sangre. El amor de Dios con el hijo y su inmensa humanidad en nosotros.
ResponderEliminarGracias Lissete por tu comentario, muy acertado por cierto, al respecto publico hoy algo que escribí hace un par de años respecto a lo que bien indicas.
ResponderEliminarSaludos
Gustavo